ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Imagen tomada de BBK Family

En la serie norteamericana S.W.A.T., acrónimo de Special Weapons and Tactics, denominación de las unidades militarizadas de la policía norteamericana, el protagonista y líder del equipo alrededor del cual gira la trama suele exclamarle a sus subordinados: stay liquid, antes de iniciar una operación donde el peligro es inminente.

La serie, detrás del carisma de sus personajes, es un lavado de cara para la brutalidad policial, y en sus siempre violentos capítulos, nunca faltan las personas ejecutadas al margen de un proceso judicial, todo justificado por la violencia social a la que se enfrentan los policías, que los pone en situaciones de vida o muerte. La frase de Hondo, el sargento jefe del escuadrón, puede traducirse como «manténganse fluidos», pero la traducción pierde algunos matices de la palabra original. En el caso de la serie se refiere a la necesidad de adaptarse, de manera casi inmediata, a una situación que puede ser velozmente cambiante, pero también comprende algo más que eso.

Fluido se refiere a una característica que comparten líquidos y gases, y también ciertos volúmenes de materiales que llamamos granulados, como la arena o los frijoles. Pero ser líquido también implica la incomprensibilidad, lo que condiciona que, ante el aumento de la presión, la misma no puede ser absorbida por el sistema reduciendo su volumen, sino que, o bien halla un escape a la fuerza ejercida aprovechando su fluidez, o bien responde con otra fuerza opuesta a la presión que se le ejerce. La condición de líquido comprende una respuesta reactiva que la fluidez no captura.

Crónicas de una sociedad líquida es el último libro que publicara Umberto Eco antes de su muerte en 2016. Se trata de una colección de artículos de opinión que el autor publicó, fundamentalmente, en una columna del periódico italiano L’Espresso, bajo el título de La bustina de Minerva.

La palabra «líquido» ha entrado en el vocabulario político moderno desde hace algún tiempo y ha sido extendido por esos tentáculos del aparato ideológico capitalista que son los medios de noticias. Ahora es común referirse a una «condición líquida» cuando se describe un contexto cuyos derroteros están en rápido cambio continuo, a merced de variables de las cuales no se tiene control completo.  Ahora mismo está en uso, para referirse a dos hechos: la tensión agravada en la frontera entre Ucrania y Rusia, donde los rusos aseguran que no pretenden agredir a Ucrania, y la otan da como un hecho esa intención; y la crisis fronteriza entre Bielorrusia y Polonia en razón de la acumulación de un número alto de refugiados del Medio Oriente que quiere entrar en el espacio de la Unión Europea.

Precisamente de un polaco, el filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, viene la idea de describir la sociedad (pos)moderna como «líquida», cuya característica fundamental es la fluidez social global basada en la incertidumbre. Las ideas presentadas en Modernidad líquida y, más adelante, en Vida líquida y Tiempo líquido, tienen un interés que va más allá de coincidir o no con su autor.

Al describir la sociedad globalizada de hoy, Bauman insiste en tres aspectos negativos. Un primer aspecto es la creciente visibilidad de las desigualdades sociales donde la convivencia entre pobres y ricos se hace cada vez más cercana espacialmente. Como segundo aspecto señala la creciente existencia de población sobrante a escala global, que siente no pertenecer a ningún lugar y que en efecto son consideradas, en determinados términos prácticos, personas apátridas en el sentido de carecer de raíz identitaria y legal. Finalmente, la palpable insuficiencia de los Estados modernos de proveer seguridad colectiva a sus miembros, precariedad que se extiende también a otras comunidades no necesariamente basadas en lo geográfico.

«Cuando las élites persiguen sus metas, los pobres pagan el precio», nos dice Zygmunt, para apuntar a esto como la causa que conduce al surgimiento de la xenofobia, los nacionalismos, la intolerancia religiosa, la delincuencia organizada, el terrorismo y otras formas de violencia que, trascendiendo fronteras, se han vuelto también un fenómeno globalizado.

El ejemplo más evidente de tal situación son los refugiados. Abandonando sus países por la incapacidad de sus Estados de garantizar un mínimo de viabilidad a la reproducción social e incluso de vida, el refugiado huye de un contexto que en la casi totalidad de los casos es resultado del orden de cosas que impone el capitalismo global, con sus guerras inducidas e invasiones, sus secuestros de los procesos políticos internos, sus olvidos y abandonos criminales, y sus saqueos sistemáticos.

El refugiado deja de ser «responsabilidad» del país de ciudadanía y no son asumidos como ciudadanos por los países adonde arriban. Confinados en muchos casos a campamentos que se erigen de manera efectiva como guetos posmodernos, su vulnerabilidad se multiplica al ser acechados por multitud de actores oportunistas que buscan aprovechar su precariedad para el provecho económico o político propio. Restringirlos en campamentos solo acentúa su carácter de «otros», los singulariza étnicamente, los particulariza como amenaza latente, y facilita su instrumentalización como chivo expiatorio de presiones sociales, a la vez que acentúa, al poner distancia entre ellos y el resto de la sociedad, la indiferencia que deshumaniza hacia su suerte diaria. Respecto a ellos, todo discurso de democracia, libertades y otros tropos son convertidos en irrelevantes, al punto de que son totalmente invisibilizados.

Al capitalismo hegemónico e imperial no le gusta que lo culpen de los desplazados, culpan de su suerte a los países subdesarrollados, pero en realidad la culpa es de ellos, de su condición de agentes subdesarrollantes, con su historia genocida de colonialismo y neocolonialismo.

Pero la noción de «liquidez», según Bauman, va más allá: «Pueden las nociones de igualdad, democracia y autodeterminación sobrevivir cuando la sociedad es vista cada vez menos como resultado de trabajo común y valores comunes, y cada vez más como mero contenedor de bienes y servicios para ser atrapados por manos individuales en competencia». Lo peor del discurso posmoderno, como discurso de la derrota, es el regreso de la naturalización del estado de cosas.

Para el posmodernismo no se trata ya de cambiar la sociedad, sino de adaptarte para sacar lo mejor, como individuo, del estado de cosas. Y a esa adaptabilidad hoy también le dan el nombre de «liquidez». La lucha de clases pretende ser sustituida por tu lucha individual en lograr una mejor capacidad «líquida», que te permita cambiar de forma, no importa cuál sea, con tal de lograr el «éxito». En esa filosofía del egoísmo, la democracia se vuelve un receptáculo vacío para las aspiraciones colectivas, con solo espacio para el ejercicio ilusorio de una «libertad individual» dentro de los límites más mínimos de convivencia humana. Cuando se consagra el objetivo humano como la búsqueda de la mayor cuota posible de felicidad, detrás de la frase bonita se esconde que se trata de una búsqueda desde lo individual y, por tanto, asume no solo como válido, sino como natural, que esa búsqueda se haga, si es necesario, a costa de limitar la felicidad del otro.

Esa es la ideología que se esconde detrás del sentido común liberal (burgués) con su ilusión de aparcar la lucha de clases y aspirar como sociedad ideal aquella que, resultado de la constitución ideal, permita en términos «civilizados» el sálvese quien pueda, a nombre de la libertad del individuo. Ese es el desarme que nos proponen como nación, cuando hablan de que Cuba debe «dejar de ser una causa» para tener como meta lograr la «liquidez» necesaria en un mundo que es el que es, sin posibilidad de transformarse.

Frente a ese concepto de la derrota, mantengamos otro concepto de lo «fluido», aquel que permite a nuestros médicos «líquidos» adaptarse lo mismo a las montañas pakistaníes, que a las selvas africanas, que al desierto del Sahara. La «liquidez» que nos extiende a todos como refugiados de este planeta herido, que necesita para sanar un colosal rabo de nube que cambie el envase que se nos impone por otro justo, sostenible y renovable. La liquidez que necesita este mundo sigue siendo la gran rebelión de los pueblos.

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