ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ismael Batista Ramírez

En una de sus canciones más tiernas y emblemáticas, el cantautor venezolano Alí Primera reproduce una conversación imaginaria entre el espíritu de Simón Bolívar y un niño de esa tierra entrañable para todos los americanos. El infante le explica al Libertador que la alta burguesía de su país engañaba al pueblo haciéndole creer que sus visitas al Panteón Nacional en cada aniversario de su muerte eran para llevarle flores, cuando en realidad su propósito era asegurarse de que estuviera muerto, bien muerto.

Ese pánico ante la posibilidad de resurrección de las ideas bolivarianas era similar al experimentado por las clases dominantes cubanas frente al ejemplo de José Martí durante los casi 60 años de república burguesa neocolonial. Los grupos de poder que entregaron el país al dominio extranjero, debieron recurrir a la imagen de Martí para afirmar su hegemonía, pero se cuidaron de mantener oculto lo más revolucionario y radical de su pensamiento. No en vano afirmó Fidel en 1953 que parecía morir otra vez el Maestro justo en el año de su centenario.

La burguesía cubana subordinada a Estados Unidos había llegado a declarar, por boca de uno de sus representantes, en gesto impar de genuflexión, que la palabra «intervención» en nuestro país era sinónimo de gloria, de libertad. A esa burguesía, en su intento de apropiarse de los símbolos nacionales y de identificar los intereses de toda la nación con los suyos propios, a la par que construía un Estado funcional a la conservación de sus ganancias y privilegios, le resultaba incómodo el antimperialismo martiano, su opción preferente por los pobres y su prédica constante a favor de la justicia social. La estrategia fue entonces deificarlo, convertirlo en una especie de santo al que se le rendían honores y se le ponían flores, aunque la práctica política contradijera las esencias de sus postulados. Un Martí arrinconado en un altar para ser venerado, inofensivo en tanto no interpelaba ni desafiaba la realidad, cuyo ideario era manipulado para justificar un discurso de concordia y conciliación que encubría un orden social de desigualdad, explotación y dependencia de poderes imperiales.

Con razón reaccionaba indignado Mella ante «tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita... que escribe o habla sobre José Martí». Entre ellos «el literato barato, el orador de piedras falsas y cascabeles de circo, el que utiliza a José Martí para llenar simultáneamente el estómago de su vanidad y el de su cuerpo». Y clamaba por la necesidad de realizar un estudio serio del valor de su obra revolucionaria «no con el fetichismo de quien gusta adorar el pasado estérilmente, sino de quien sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es decir, para hoy».

Hoy, «los servidores del pasado en copa nueva» pretenden, usando aviesamente a Martí, restaurar en Cuba el orden político, social y económico que lo traicionó y lo negó, que excluye a la mayoría del pueblo de los derechos más elementales y solo privilegia a unos pocos. No es nada nuevo, más de una vez los enemigos de Martí han tratado de resignificar el símbolo que representa en un sentido favorable a sus propósitos. Basten como ejemplos los nombres de La Rosa Blanca para la organización de batistianos, torturadores y asesinos que desde el mismo 1959 se enfrentó a la Revolución, o los del propio Martí para los medios de comunicación del Gobierno norteamericano dirigidos a recuperar su dominio colonial sobre Cuba. Aunque algunos tratan de sacarse de la chistera un Martí anticomunista, entresacando este o aquel fragmento y ubicándolo fuera de contexto, con una interpretación sesgada y muy conveniente de sus palabras, lo cierto es que el proyecto martiano de conquistar toda la justicia solo puede ser realizado en Cuba con el socialismo. La Revolución triunfante en 1959, la de los humildes con los que quería echar su suerte Martí, fue la que llevó a vías de hecho su aspiración de independencia nacional, y comenzó a realizar su sueño inclusivo de dignidad y bienestar para todos, con todos.

En la disputa por el pasado que se libra en el presente para decidir el futuro de Cuba, hay quienes se empeñan en poner a Martí al servicio de los intereses contra los cuales luchó toda su vida. Pero lejos de liturgias y puestas en escena, el Héroe Nacional que en vísperas de su muerte alertó sobre las pretensiones imperialistas de apoderarse de nuestro país, y declaró que todo cuanto había hecho y haría era para evitar la consumación de esa amenaza, el que confesó a Carlos Baliño que la Revolución verdadera no era la de la manigua, sino la que harían en la República, pertenecerá siempre por entero al pueblo cubano en su duro combate por mantener la independencia y ensanchar cada vez más su proyecto de justicia y libertad, defendiéndose de los nuevos anexionistas y enemigos de toda laya.

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