
A la periodista Marta Rojas la conocí personalmente cuando, en el año 2011, comencé a trabajar en el diario Granma, en el departamento de Nacionales, pero antes hubo otros encuentros por medio de la literatura.
Jamás pensé que algún día llegaría a conocerla, y menos a trabajar directamente con ella pues, poco tiempo después, integré el colectivo de Cultura, que dirigía Pedro de la Hoz. Me parecía un sueño poder tratarla de tú a tú, algo que para cualquier cubano sería un orgullo.
Confieso que al principio nuestra relación fue algo áspera. Marta fue siempre muy exigente; con talento y profesionalidad se había ganado el respeto de sus colegas. Era Premio Nacional de Periodismo José Martí además de Heroína del Trabajo de la República de Cuba, y acumulaba cientos de reconocimientos como escritora y periodista. Y, sobre todo, era revolucionaria, martiana, fidelista y una cubana de armas tomar.
En el fragor del trabajo aprendí a conocerla más adentro. Tenía que ser así porque si yo quería superarme, ser mejor profesionalmente, no podía perder la oportunidad que la vida me había dado de estar a su lado. Marta era la maestra perfecta que todo aspirante a la carrera de periodismo hubiera querido tener siempre cerca. Y yo la tuve.
Pero de todas sus virtudes, que tenía muchas, la que más me ha impresionado es cómo a pesar de su edad, más allá de los 90 años, Marta seguía siendo la joven periodista que en 1953 empezó a construirse un camino de honor y gloria. Había que verla trabajar, sin faltar un día a su periódico de la vida: Granma. Discutir cuando algo no estaba bien y aconsejar como solo aconsejan los padres a sus hijos y nietos. Y esto lo hacía lo mismo con sus compañeros de Cultura que con el resto del colectivo de trabajadores.
Como todo ser humano Marta tenía, como decimos los cubanos, sus arranques, pero nunca perdió el sentido de la justicia y de humanidad. Se quitaba lo de ella para dárselo a los demás. Y lo que más entregó en vida fue su conocimiento, con el que pudo contar todo el que se le acercó, en especial, los jóvenes estudiantes de la carrera de Periodismo que constantemente la abordaban para entrevistarla, para que les diera un consejo y los guiara para ser verdaderos profesionales.
No fui su amigo, como me hubiese gustado ser; pero fui uno de sus compañeros más cercanos. Tengo como una divisa, el haber compartido con ella ideas de trabajos periodísticos, reuniones, encuentros, discusiones en el Departamento y no pocas celebraciones. De ella aprendí tanto profesional como humanamente. Sé que la voy a extrañar y también que jamás se irá del todo, que hallará un modo de quedarse entre nosotros.
COMENTAR
Responder comentario