
Casi cinco años han transcurrido ya de la muerte del líder histórico de la Revolución Cubana, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz; un periodo colmado de no pocos desafíos y amenazas, en el que también se ha puesto a prueba la certeza de la continuidad de su obra.
Tal convicción se mantiene intacta hoy en los hombres y las mujeres que habitan estas extensas llanuras de Camagüey, adonde Fidel siempre regresó para materializar sus proyectos de transformación económica y social en un territorio prácticamente despoblado, y con grandes potencialidades sin explotar.
Presta a cambiar el panorama heredado, que dependía en lo fundamental de la caña de azúcar y de los latifundios ganaderos, apenas triunfó la Revolución la presencia de Fidel se hizo habitual en esta provincia, con el propósito de impulsar la Reforma Agraria, entregar tierras a los campesinos y crear cooperativas agrícolas.
Si bien era mucho lo que había que hacer en los campos y ciudades de Camagüey, no menos intensa resultó su labor de persuasión entre vaqueros, campesinos, trabajadores y estudiantes, a fin de esclarecer los objetivos revolucionarios, tergiversados por los medios de prensa al servicio de la burguesía y del imperialismo.
En aquellos primeros años de duro batallar se le vio inaugurar la Ciudad Escolar Ignacio Agramonte, donde antes radicó uno de los cuarteles de la tiranía, recorrer granjas arroceras y ganaderas, y participar, mocha en mano, en los cortes de caña en las primeras zafras del pueblo, junto a otros dirigentes de la Revolución.
Los caminos, sabanas, montes, lodazales, costas, ríos y arroyos son mudos testigos del paso de Fidel a bordo de los jeeps, rumbo a los más disímiles puntos de la geografía camagüeyana, de donde casi siempre regresaba con un proyecto en ciernes para mejorar la vida de los pobladores de cada lugar.
Periodistas que lo acompañaban en las asiduas travesías plasmaron en sus crónicas la insistencia del Comandante en Jefe en una idea: «La batalla de la agricultura se gana o se pierde en Camagüey», la provincia de mayor extensión territorial del país, que para ese entonces incluía a la vecina Ciego de Ávila.
Persuadido, sin embargo, de la necesidad de diversificar el escenario económico local, a las acciones para consolidar la producción azucarera y crear nuevos polos agropecuarios, se sumaron importantes inversiones industriales, cuyo proceso de ejecución y puesta en marcha siguió con especial celo.
Para mediados de los años 60 del siglo pasado ya funcionaba en la ciudad de Nuevitas la Fábrica de alambres con púas y electrodos, y se daban los primeros pasos en la construcción de la central termoeléctrica 10 de Octubre, la Fábrica de cemento 26 de Julio, y el Combinado de fertilizantes Revolución de Octubre.
Cual llamado al combate por el desarrollo, como las cargas de la gloriosa caballería de Ignacio Agramonte, cobró fuerza en estas tierras una manera creadora de enfrentar y resolver los problemas acumulados en décadas de expoliación de los recursos naturales y de abuso sin piedad de los sectores más humildes de la sociedad.
Pronto el paisaje comenzó a cambiar hacia los cuatro puntos cardinales: de un año a otro, los pequeños talleres y «chinchales» cedieron lugar a las modernas industrias eléctricas, químicas, mecánicas, alimentarias, de materiales de la construcción, de elementos prefabricados y de derivados de la caña de azúcar.
En una auténtica revolución constructiva surgieron por doquier escuelas para diferentes tipos de enseñanza, universidades, círculos infantiles, hospitales, policlínicos, clínicas estomatológicas, hogares de ancianos, museos, teatros, galerías de arte, cines, casas de cultura, bibliotecas, librerías e instalaciones deportivas.
Fruto de ese afán transformador, la provincia fue atravesada por miles de kilómetros de carreteras, caminos y vías férreas, se construyeron 44 presas y 179 micropresas, se modernizaron los puertos, se edificaron decenas de comunidades urbanas y rurales, y se inauguró el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología.
Admirado por la obra realizada, durante la celebración del aniversario 36 de la gesta del Moncada, Fidel planteó la idea de «convertir a Camagüey en un modelo de desarrollo para el tercer mundo, y, en primer lugar, en un modelo de desarrollo de la producción alimentaria, y también de desarrollo social».
Sus palabras aquel 26 de julio de 1989 se tradujeron en la conformación de un ambicioso programa integral, cuya inmediata puesta en práctica preveía sustanciales crecimientos en las producciones de leche y de carnes bovina, porcina y avícola; como también en la producción azucarera, arrocera, citrícola, acuícola y de viandas, granos, frutas y hortalizas.
Sin embargo, aquellos proyectos no demoraron en chocar con una realidad abrumadora, que con especial premonición y agudeza Fidel había alertado en ese propio discurso, y que ocurrió de manera irremediable: la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista en Europa del Este.
A partir de ese momento, en medio de la euforia y de la hostilidad del imperialismo yanqui, que en ese nuevo contexto internacional no apostaba un centavo por la supervivencia de la Revolución Cubana, hubo que concentrar los principales esfuerzos del país en preservar las conquistas hasta entonces alcanzadas.
Una de las últimas visitas públicas del Comandante en Jefe a Camagüey, se produjo el 12 de febrero de 1996, momento que aprovechó para encontrarse con los trabajadores del central Cándido González, en Santa Cruz del Sur, cumplidores del plan de producción de azúcar en circunstancias sumamente adversas.
Conmovido por el sentido del honor de aquel colectivo obrero, Fidel comentó: «Bien ha valido la pena luchar como hemos luchado, resistir como hemos resistido, y empezar a marchar como estamos empezando a marchar hacia adelante, primero para recuperar lo que producíamos, y después hacer mucho más».
Pasado el tiempo, la unidad, el espíritu de lucha y el trabajo creador de los cubanos dignos han permitido sortear los obstáculos de todo tipo que genera una guerra económica, y las acciones subversivas con las cuales el imperio pretende cobrarle a Cuba el precio de más de 60 años de Revolución.
Desde entonces, cada momento difícil, resistido con heroísmo y elevado sentido patriótico por el pueblo de Cuba, resulta una firme ratificación de que en la Revolución, su legado mayor y compromiso más alto de las generaciones nuevas, seguirá invicta la construcción socialista, que es su razón de existencia.
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