ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Martirena

Presentados como inédita explosión social, los sucesos del pasado domingo constituyen otro capítulo de la guerra no convencional. Llamada indistintamente guerra híbrida, revoluciones de colores, guerra de cuarta generación, golpe blando o golpe suave, la estrategia seguida contra Cuba es parte de un manual aplicado rigurosamente en varios países, lo mismo en el Medio Oriente que en Europa o América Latina.

Durante la administración del expresidente estadounidense Donald Trump (2017-2021) no solo se aplicaron más de 200 medidas y sanciones contra Cuba, sino que también se incrementaron las acciones subversivas, con el objetivo de imponer la política hegemónica estadounidense.

Basta dar un vistazo a la página web de la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por su sigla en inglés) para darnos cuenta de cuántos dólares recibieron –solo en 2020- organismos, instituciones y medios de prensa que buscan subvertir el orden en la Isla caribeña. Contra Cuba, la NED, junto a la Usaid, han servido de fachada para las acciones de la CIA, y de canal para los fondos que financian a la contrarrevolución.

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El mismo día en que se dieron a conocer las declaraciones de los presidentes Raúl Castro y Barack Obama, anunciando un camino hacia la normalización entre Estados Unidos y el vecino incómodo ubicado a 90 millas de su península floridana, la web Diario de Cuba publicó una noticia falsa sobre el hundimiento, por el Gobierno cubano, de un barco en la bahía de Matanzas, en el que habrían muerto decenas de personas que emigraban hacia EE. UU. 

Al ganar Trump las elecciones para la presidencia estadounidense, en noviembre de 2016, Diario de Cuba fue de los medios de comunicación que difundió un video donde varios «opositores» cubanos muestran su euforia por aquella «victoria contundente».

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Aunque jamás ha dado los frutos que de ella esperan sus promotores, la subversión contra Cuba sigue siendo un lucrativo negocio que mueve millones de dólares.

Disimulado de múltiples formas, a través de agencias, empresas y organizaciones que casi nunca son transparentes en el manejo de sus fondos, el patrocinio de acciones que persiguen el derrocamiento de la Revolución superó los 249,5 millones en las últimas dos décadas.

Solo en 2020, un reporte basado en la información pública que manejan, en sus portales digitales, agencias como la Usaid, estiman en 2,5 millones, la suma para financiar iniciativas subversivas.

Se trata, apenas, de una cifra parcial, pues «algunos programas son tan secretos que nunca se revelan los destinatarios de los fondos», explica el periodista Tracey Eaton, en un artículo para Cuba Money Project, titulado El negocio de la democracia en Cuba está en auge.

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Después de haber fracasado durante décadas en el intento de destruir la Revolución, el vecino del Norte apela a nuevos métodos en el afán enfermizo de pretender cambiar el rumbo que esta Isla caribeña tomó hace mucho tiempo de manera soberana.

Sin embargo, tal como señalara recientemente el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en su cuenta en Twitter, se trata de «un viejo guion importado con nuevos actores».

Es decir que, tanto la expresión grotesca y anexionista de los marginales dentro y fuera de Cuba, como la de las voces con un discurso más elaborado, es una misma contrarrevolución; unos gastados, menos atendidos por sus amos, y otros que responden a nuevos tiempos, con discursos aparentemente más conciliadores, pero con el mismo propósito final: derrocar a la Revolución.

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La mayor parte de las operaciones clandestinas de la CIA en América Latina durante los años 60 estuvieron dirigidas contra la Revolución Cubana y contra Fidel Castro. «No más Cubas», era la consigna de la agencia en aquellos tiempos.

Creó una división en la ciudad de Nueva York, llamada Foreign Publications Inc. (Publicaciones extranjeras incorporadas), para subsidiar varias publicaciones anticubanas, muchas de las cuales procedían de Miami. También se utilizó a la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA) con este fin.

En 1996, la CIA lanzó, en Madrid, la revista Encuentro, dirigida por el escritor cubano Jesús Díaz, con financiamiento de la Fundación Ford y del Fondo Nacional para la Democracia (NED). En 2002, se creó, en Puerto Rico, la Editorial Plaza Mayor, bajo la dirección de Patricia Gutiérrez-Menoyo, patrocinada por la NED.

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Los servicios especiales estadounidenses, después de la Segunda Guerra Mundial, con el fin de garantizar la hegemonía global del imperio, perfeccionaron un grupo de eficaces «herramientas» de manipulación de las masas.

Utilizaron la industria de las Relaciones Públicas, la ingeniería del consenso, las modernas teorías de la propaganda y la guerra cultural, para intentar construir al ser humano ideal del capitalismo, atado a deseos prefabricados, esclavo del consumo, solitario y siempre temeroso.

Desde hace varios años se han puesto de moda diversas teorías conspirativas, la idea de que los poderes engañan a la ciudadanía se ha enraizado en mucha gente, y esto crea un margen de credibilidad para estas tesis, algunas inofensivas, incluso entretenidas, pero otras alarmantes.

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La Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos dedica sus mejores recursos humanos a las operaciones contra Cuba. Sus especialistas, altamente calificados, son cuidadosamente seleccionados, y muchos de ellos son veteranos de la Guerra Fría.

La CIA trabaja fundamentalmente hacia los jóvenes, intentando penetrar los centros culturales, religiosos, estudiantiles o sociales, y los grupos informales.

Presenta sus proyectos con una falsa imagen progresista, rebelde, glamurosa y externamente atractiva. Dirige su propaganda al sobredimensionamiento de los «fracasos» del socialismo y a popularizar las «ventajas» de las sociedades de consumo.

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La guerra de cuarta generación impulsada desde Estados Unidos en alianza con políticos y empresarios de derecha que buscan desmontar los logros de los gobiernos y movimientos progresistas y de izquierda en esta región del mundo, obliga a América Latina y el Caribe a reevaluar antiguas estrategias imperialistas que no han perdido vigencia.

Tal es el caso de la planteada en El Arte de la Inteligencia, libro editado por Allen W. Dulles, exdirector de la CIA y uno de los autores de la estrategia yanqui contra la Unión Soviética.

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Para esconder su basura ideológica, bajo el tapete del palabrerío electorero, las derechas han inventado una guerra fría de coyuntura confeccionada a medida de su desesperación. Son destellos de mediocridad consustancial en las jaurías corruptas que la burguesía adiestra para asegurarse el hurto de los recursos naturales y el salario de la clase trabajadora. Les llaman políticos para ensuciar a la política.

Esa operación de propaganda simplona, barnizada con odio de clase, sale del «ingenio» táctico y estratégico de los laboratorios de guerra ideológica disfrazados, a su vez, como think tank o agencias de publicidad. Ahí se devanan los sesos articulando frases y sofismas cuyo propósito incluye sembrar confusión, cristalizar desprecios y personificar odios bajo un etiquetado falaz sacado de los estereotipos más gastados y más añejos. Rancios.

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Algún día contaremos con dispositivos crítico-regulatorios, de índole diverso, capaces de poner freno a los abusos semióticos y estéticos de las industrias culturales. Algún día no estaremos tan desamparados ante el aparato mediático de la clase dominante que hace de las suyas con nuestras cabezas, mientras creemos que sus productos son inocentes espacios para nuestro entretenimiento sano y salvaguardado. Es una batalla de las ideas que deberemos librar con las herramientas de la ciencia emancipadora.

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Martin Guibert Benítez dijo:

1

6 de noviembre de 2021

16:43:55


Estoy de acuerdo nada es casual en tiempos de cultura masiva muchas veces hasta la aparente ingenuidad es otra arma de los adversarios una representación tímida del mercenarismo