Tomaron la calle.
Propusieron/demostraron que había formas nuevas y auténticas de llevar al espacio público un activismo profundamente revolucionario.
Se fueron a un barrio popular, Cayo Hueso, uno de esos que conforman el corazón espiritual de la ciudad, y allí armaron el escenario y colocaron bocinas.
Durante las horas que duraron las presentaciones, no solo compartieron música con vecinos y asistentes, sino que –en el estilo de los mejores agitadores políticos– sumaron discursos con temas de interés social.
Se distanciaron de las actividades en el espacio público en las cuales la concurrencia es convocada gracias a la estructura y diversos niveles de los cuadros en las organizaciones políticas y/o estudiantiles, en conexión directa y planificada del empleo o apoyo de los medios de comunicación, como parte de un grupo de acciones que las personas sienten e interpretan como tareas previamente planificadas.
La manera en la que funcionó la comunicación personal, el maravilloso entusiasmo y alegría, la electricidad en el ambiente que entrelazó al público en cada minuto, fueron la mejor muestra de la autenticidad de la jornada.
A las personas que fueron incorporándose al público del Parque de Trillo porque alguna organización los había enviado, les dijeron que no era eso lo que se pretendía, que podían elegir entre permanecer o no, pero que, si decidían quedarse, tenía que ser porque así les nacía de adentro.
Al hablar de esta manera, descolocaron a los que solo iban para cumplir una tarea y, al obligarlos a decidir –sobre la base del sentimiento y el pensamiento individual–, emergió el patriotismo de cada uno, la percepción particular del momento histórico, la voluntad de entregar toda esa energía a una causa.
Las intervenciones abordaron, entre otros temas centrales de la sociedad cubana: la necesidad de intensificar la lucha antirracista en el país, el enfrentamiento a las manifestaciones de homofobia y la profundización de las luchas por la igualdad de derechos sexo-afectivos, por el feminismo y contra toda muestra de violencia de género, contra la discriminación por motivos religiosos, por la defensa de las normativas para la protección animal y por la potenciación del saber ecológico como integrante de la ideología de la Revolución Cubana.
Con más o menos intensidad, la mayor parte de estos temas han sido expuestos y repetidos en numerosas reuniones y/o encuentros pequeños, pero salir a la calle, colocar los nuevos discursos en la comunidad, en el barrio, además de hacerlo desde posiciones de una izquierda radical que entiende todas las anteriores como líneas de pensamiento propias del pensamiento marxista, es algo que antes no se había visto de modo tan público, participativo, abierto, divertido y alegre.
Impulsado por todo lo anterior, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, se presentó en el parque, expresó su solidaridad e invitó a todos –como forma de solidaridad– a entonar una canción de Silvio Rodríguez, a la manera de un himno de amor y unidad revolucionaria.
Ser parte del coro desbordó con mucho la cuadrícula de trama urbana y las gargantas de unos pocos miles de personas, para convertirse en chispa de un coro nacional.
Desde entonces, han pasado las semanas, vimos en la televisión cómo, a lo largo del país, se multiplicaron actos a primera vista semejantes, pero ya sin la espontaneidad o profundidad de la «tángana»; actividades en las que faltan aquella alegría contagiosa, así como la hondura del concepto en los temas que entregaron al debate.
Entiendo que el socialismo es una construcción difícil y que los aparatos institucionales tienen que asimilar la velocidad y capacidad creativa de los grupos que, ubicados en niveles jerárquicos bajos, impulsan y se suman a las tareas de renovación y fortalecimiento permanente de la nueva sociedad.
Por todo lo anterior, y en dirección al futuro, mi deseo es que se multipliquen y extiendan por todo el país, en todas sus escalas, acciones con igual grado de autenticidad y profundidad; que los protagonistas se conozcan, intercambien ideas, hagan proyectos juntos y pongan esas visiones del mundo y esa alegría en la plaza pública.
Pero también que entiendan que el tipo de acción que desarrollaron es solo una parte de la verdadera acción que a todos nos supera, y que es el proceso revolucionario mismo.
Se necesita unidad, diálogo, reconocimiento de los valores del otro, estudio sin descanso, penetración en la vida de las comunidades, capacidad de sacrificio, imaginación para el cambio y deseos de soñar, pragmatismo y realismo político, claridad ideológica, análisis de los contextos, conciencia de la identidad propia y, sobre todo, amor.
Amor al país, a su gente, a los desfavorecidos, al futuro.
COMENTAR
Responder comentario