La idea reinaba en su cabecita. ¿Cuántos días me faltan para llegar al lunes?, indagaba a menudo. Amanecía con la misma pregunta mientras crecían sus ansias de deshojar el almanaque para lucir su uniforme este 2 de noviembre.
Los deseos de cumplir su añoranza se le desbordaron cuando la madre la requirió para comprobar cuántos centímetros debía bajarle al dobladillo de la saya, no solo porque en estos meses de pandemia ha crecido, sino porque la estancia en el hogar hizo brotar algunas «masitas» en su estilizado cuerpo. Tomó por asalto el espejo de la casa, ante el que daba una y otra vuelta en aprobación del ajuste hecho a las prendas de vestir.
La alegría inundó sus amaneceres, previo a este reinicio del curso porque, «voy a encontrarme otra vez con Dayron, Mariela, Angelita, y Angelo», sus compañeros de aula. Escuchó, una vez más, las advertencias caseras de mantener la distancia, lavarse las manos con regularidad y guardar los nasobucos usados en la bolsita preparada al efecto, que le hicieron sentirse aún más cerca del momento de traspasar la puerta de la escuela.
Amanecer de lunes 2 de noviembre. El uniforme impecablemente planchado y sus medias blancas altas los mostraba a los vecinos con orgullo, mientras caminaba de las manos de sus padres rumbo a su nuevo primer día de clases.
Reunida con sus amiguitos, a punto de entrar al aula, una sonrisa nerviosa delató su alegría. Estaba allí nuevamente, entre maestros y pupitres, contenta, disfrutando de la alegría por el retorno a la escuela.



















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