
Tigüabos (hoy municipio de El Salvador, Guantánamo), 1867. Un personaje de femenina apariencia invita a bailar al sargento español, que llegó al guateque de súbito, en busca de un insurrecto.
El militar rechaza la invitación; tal vez no le gusta la piel cobriza, el «pelo crespo ni la espalda ancha» –según el Coronel Enrique Collazo– de la figura que tiene delante.
Anda de caza el gendarme, no de fiesta, y aquel ajiaco sonoro, conocido como changüí, quizá pudiera ser el anzuelo para atrapar a José Policarpo Pineda Rustán, alias el Polilla, una sombra perturbadora del sueño ibérico en la región.
Indio de pura cepa Policarpo Pineda, pareciera que nació antes que él su anticolonial rebeldía, fruto del drama que para la raza aborigen en Cuba significó el desembarco de «las tres maldiciones»: La Niña, La Pinta y La Santamaría.
Los historiadores José Sánchez Guerra y Wilfredo Campo refieren que, en 1863, don Luis Macías, teniente gobernador de Guantánamo, ordenó atar al Polilla y le propinó 25 azotes, por haber respondido con un bofetón a la ofensa de un comerciante español.
Días después, un fuete rechinó sobre el cuerpo del distraído gobernador cuando disfrutaba de un espectáculo público: «soy Policarpo; estamos en paz», aclaró, mientras desaparecía en el caballo. Así emprendió su leyenda.
Capturado tres años más tarde en las lomas de Baracoa, escapó arrojándose a un precipicio; «mejor morir que ser preso: el barranco me daba la muerte o la libertad», le contaría después al Coronel Enrique Collazo.
Al año siguiente reapareció y, perseguido de nuevo, el intrépido y escurridizo guerrero nacido en 1839 en el Corojo, hoy municipio de Manuel Tames, se desplazó hacia Tigüabos; allá fue tras él la fuerza comandada por el sargento de marras.
Con una de esas reacciones que recuerdan a Elpidio Valdés, el joven pudo evadir el cerco, e internarse en la sierra de Imías al frente de una pequeña partida, que hostigaba posiciones españolas.
A mediados de agosto de 1869, Policarpo se incorporó a la División Cuba, comandada primero por Donato del Mármol, y luego por Máximo Gómez. Como jefe de la vanguardia lideró victoriosos combates, y en poco tiempo ganó los grados de coronel.
Por temerario, Policarpo infundía tal temor entre las fuerzas de ocupación, que para eliminarlo buscaron al coronel Francisco Pérez Olivares, jefe de las guerrillas colonialistas en Guantánamo.
En La Tontina de Vuelta Corta tuvo lugar la pelea entre el Polilla y el sanguinario oficial. Se enfrentaban el machete de un pueblo en pro de su libertad, y el sable usurpador. Ganó el primero.
Jarahueca, Ti Arriba y El Ramón, entre otros, atestiguan el valor de Policarpo Pineda. Una bala lo dejó inválido, y desde entonces peleaba atado a la silla de su caballo. En junio de 1872 se despeñó por un precipicio en Mayarí Arriba; no sobrevivió al accidente.
Según José Miró Argenter, a Pineda, por su temeridad, el Titán de Bronce lo calificó, junto a sus hermanos Miguel y José, como «uno de los tres hombres más valientes de la Guerra Grande».
Una burla con categoría de leyenda, autoría del Polilla, lo libró de la muerte en el guateque changüisero de 1867 en Tigüabos, cuando el personaje de femenina apariencia invitó al sargento español a bailar. El oficial no supuso que frente a él, disfrazado, estaba el mismísimo Policarpo Pineda.
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