Entre los costos secundarios del progreso, hay olvidos que se hacen extrañar cuando aprieta el cinto de una economía estrecha que, dañada sensiblemente por un bloqueo extranjero concebido para asfixiarnos, anula las posibilidades de ciertas importaciones en las cuales nos acomodamos, teniendo en nuestro patio el potencial para evitarnos unas cuantas de esas compras.
Del alimento animal que el país requiere para sostener un ganado propio, que satisfaga las demandas nacionales de proteínas, tal vez haya, a fin de enriquecerlo, que importar nutrientes específicos, agregados químicos que, en cuestión de cantidades, no deberían ni acercarse a los volúmenes colosales de las materias primas principales de los piensos que debemos producir aquí: maíz, sorgo, forraje, mieles, algunos tipos de viandas, harinas, ensilados...
El palmiche, semilla generosa que ofrece profusamente nuestro árbol nacional, se cuenta entre las alternativas que la tradición cubana nos recuerda que no pueden olvidarse ni en tiempos de bonanza ni en fechas de estrechez; porque así como vivimos, en eterna resistencia, suman como demostrados paliativos a esas carencias que nos causan los mismos enemigos que, en su saña enconada y crónica estupidez, se burlan cuando «echamos mano» a esas «cartas» reservadas en el catauro de lo tradicional y hasta mambí.
Rescatar el importante oficio del desmochador de palmas, para disponer más del palmiche como alimento para los cerdos, como complemento de la alimentación animal, y utilizar mejor lo que tenemos a mano, para depender menos de las importaciones en este sentido, es una necesidad en los campos cubanos.
Según cifras ofrecidas por fuentes de la Delegación de la Agricultura, Camagüey cuenta en sus sabanas y pequeñas elevaciones con más de 600 000 palmas reales, cada una de las cuales, de acuerdo con los entendidos, llega a dar entre dos y ocho racimos de palmiche al año.
Una simple cuenta aritmética demuestra el potencial existente en el territorio de un alimento tradicional e ideal para cerdos que quedó relegado. Su uso se mantuvo, generalmente, en fincas de campesinos aislados ante el empuje de modernas instalaciones con rebaños de alto valor genético y dieta garantizada a base de pienso importado.
Al fallar, por razones conocidas, el suministro estable de ese producto, y ante la necesidad de pasar de manera gradual a una ganadería porcina autosustentable, se abre paso entre los productores, no sin cierta resistencia en algunos, el empleo de alternativas locales, como la yuca, el boniato, el maíz y el palmiche.
En circunstancias tan difíciles para el país, se trata de estimular en los criadores de cerdos criollos el rescate de la cultura de utilización del palmiche, un producto de reconocidos aportes desde el punto de vista nutricional, casi similar al maíz, como componente de peso en la formulación de las raciones.
Para lograr ese propósito, sin embargo, resulta imprescindible contar con una persona, cuyo oficio desapareció prácticamente de los campos cubanos: el desmochador de palmas, mezcla peculiar de deporte de alto riesgo y habilidades guajiras transmitidas a través del tiempo en el propio ámbito familiar.
De ahí que fuera recibido con agrado y grandes expectativas el más reciente encuentro convocado por las autoridades provinciales para, en un ambiente competitivo y de sana confraternización, demostrar las mañas individuales e intercambiar experiencias entre veteranos y bisoños en el arte de escalar palmas.
«Hace años esperaba este tipo de encuentros, pues, a decir verdad, el oficio de desmochador no se valoró mucho y hasta ahora muy pocos se ocupaban de nosotros», afirma Israel de la Rosa, del municipio de Minas, uno de los territorios camagüeyanos de mayor presencia de la palma real en sus llanuras.
Ocupante del primer lugar en la competencia, con 16 palmas desmochadas y 73 racimos de palmiche acopiados en apenas una hora, Israel de la Rosa asegura que todo lo que contribuya a estimular al trabajador del campo, en su nada fácil laboreo cotidiano, siempre será bienvenido.
«Tengo 51 años, dice, y más de 30 desmochando, es decir, casi toda la vida la he dedicado a estos trajines, pero ya nosotros vamos para atrás y hay que buscar sangre nueva que nos releve, como estos muchachos del Ejército Juvenil del Trabajo, que aprenden rápido y lo hacen muy bien».
Ese pudiera ser el destino del soldado Yulier Cardoso Carralero, quien, tras recibir un curso de entrenamiento, tuvo en la competencia su primera prueba de fuego: «Cuando empecé, comenta, me daba un poco de miedo por la altura de las palmas, pero con la práctica esas sensaciones van quedando atrás».
De adiestrarlos, con toda la seguridad que ello conlleva, se ha encargado, entre otros expertos, Delio Morales Montejo: «¿Cómo alcanzar la maestría? Pues… trepando y trepando, dominando bien las amarras y con mucha concentración en lo que se hace, porque si no, en lugar del palmiche, el que se cae es uno».
Con 35 años a cuestas como desmochador, el representante del municipio de Najasa coincide con sus colegas en la importancia de rescatar esa añeja tradición campesina, pues «de no recogerse a tiempo el palmiche, se madura, gotea y se pierde un alimento de probadas cualidades en la alimentación porcina».
Ese fue, quizá, uno de los reclamos básicos del encuentro: que la iniciativa no quede allí y genere un movimiento que se traduzca en la creación de brigadas en los municipios, capaces de dar respuesta a la urgencia de tener a mano, a instancia local, los ingredientes necesarios para criar y cebar cerdos criollos.
La experiencia de Granma
En La Estrella, comunidad rural de Granma, en la Sierra Maestra, donde el cultivo del café es tradición y sustento familiar, crecen y se multiplican, casi jíbaros y «tan cebados que da gusto verlos», los cerdos criollos del joven productor porcino Rolando López Zamora.
En su finca, enclavada entre los ríos Buey y Guasimilla, a unos 12 kilómetros del montañoso poblado de Buey Arriba, al sureste de esta oriental provincia, apuesta por el rescate del cerdo de capa oscura junto a la crianza, en corrales, de más 300 ejemplares de capa blanca.
Y aunque la suya no es una faena sencilla, porque entre lomas hay que «ser bien guapo pa’ sostener un rebaño grande», Rolando López sabe cómo sacarle el jugo a las bondades de la montaña y revertirlas en alimentos nutritivos para sus animales.
«Por esta zona se da mucho el palmiche, que es un alimento de alto valor nutricional, contiene grasa, proteína y está ahí, disponible, no hay que producirlo, y lo mejor es que al puerco criollo le gusta», dice López Zamora, quien en 2019 sumó a su récord personal de más de cien toneladas de carne convenidas con la empresa provincial de Porcino en Granma, la entrega de sus primeras 25 toneladas de carne de ceba terminal (cerdos de capa oscura).
«Yo tengo mi finca cercada y en los meses que más se da el palmiche, entre junio y agosto, contrato a desmochadores y selecciono las palmas bien cargadas, esas que dan de cinco a seis latas cada una, para tener garantizada la reserva, porque las que tienen menor cantidad se gotean y los machos criollos, que siempre están sueltos, se comen el palmiche de la misma tierra.
«Con ese alimento, más el mango, el bejuco de boniato, la yuca, las semillas y cualquier otra cosa que se le eche o se encuentren en el suelo hay que ver cómo se ponen esos puercos de gordos; y aunque es verdad que se demoran más tiempo que el de raza blanca para alcanzar el peso bueno, mantenerlos es menos costoso, porque no dependen de pienso importado, y son, en definitiva, puercos fuertes y “agradeci’os”», destaca Rolando López.
«Eso sí, ya no se encuentran fácilmente desmochadores; es una tradición que se ha perdido en la montaña, porque los pagos no son atractivos y los implementos como la soga para escalar la palma están escasos», alerta y es categórico al afirmar que «el capa oscura es la base del sustento económico de la familia en la Sierra Maestra, por eso no podemos desaprovechar las ventajas del palmiche, ni de los alimentos que nosotros mismos podamos cultivar».
Reconocido como el mejor productor porcino del municipio de Buey Arriba en 2019, Rolando López sabe que «una golondrina no hace verano» y por eso incita a otros en su región a sumarse a esta cría.
«Esto es un trabajo duro y los resultados no se ven de un día para otro. La primera vez que me hablaron de entregar una tonelada de carne pensé que los de Porcino estaban locos:¡son más de 2 200 libras!, pero si en la Sierra Maestra hay palmiche –principal alimento para el puerco criollo–, y deseos de trabajar, no digo yo una o 20 toneladas, al municipio se le pueden entregar más de cien», asevera Rolando López, quien ya tiene como proyecto incrementar su rebaño actual de siete reproductoras y más de 30 puercos criollos.
«En las condiciones que está enfrentando el país nos toca producir alimento animal; para eso ya solicité siete hectáreas de tierra en el llano, donde voy a sembrar yuca, maíz y sorgo para complementar la dieta de los puercos de raza blanca, e inicié los trámites para crecer con diez reproductoras y un semental del capa oscura, porque este puerco no deja pérdidas y sí muchas satisfacciones: son más resistentes, más ecológicos y dan carne más sabrosa».
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Lazaro dijo:
1
17 de septiembre de 2020
05:11:23
Dieudome dijo:
2
17 de septiembre de 2020
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Milian Rodriguez-Lima dijo:
3
17 de septiembre de 2020
06:49:56
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4
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10:48:59
Velazquez dijo:
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17 de septiembre de 2020
14:07:00
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17 de septiembre de 2020
18:17:15
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