Pax et justitia es el lema de una nación caribeña cercana a Cuba por muchos motivos. Este latinajo, gritado a todo pulmón desde las 32 islas e islotes que conforman el archipiélago de San Vicente y las Granadinas, quizá fue el motivo que animó a una brigada de la Henry Reeve, a echar anclas cerca de casa, junto a otros que llegaron antes con sus batas blancas.
Durante los meses más difíciles de la pandemia en aquel territorio insular del Caribe, nuestros galenos volvieron a ser refuerzo seguro y oportuno contra un enemigo nanométrico que nos asola a todos. La paz, la justicia y el amor que representan al contingente de médicos especializados en el enfrentamiento a desastres y graves epidemias, dejaron su huella otra vez, y vuelven a la patria.
El aeropuerto internacional José Martí, abrió las pistas, en la madrugada de este viernes, para que aterrizara en nuestra tierra el vuelo proveniente de San Vicente y las Granadinas con 12 colaboradores sanitarios a bordo, pertenecientes a las brigadas del Contingente Henry Reeve. Con cada uno de ellos, y formando parte de un equipaje que no ocupa espacio físico, vino también la impronta de cada vida salvada en esas tierras.
Casi tres meses de combate sin tregua al nefasto virus SARS-CoV-2 en el archipiélago vecino, se tradujeron en 15 000 consultas médicas a manos de nuestros galenos, y en alrededor de 200 intervenciones quirúrgicas. Aunque las cifras, así, en negro y blanco, parecen no decir mucho, sería un fructífero ejercicio de la mente imaginar a 12 de nuestros médicos y enfermeras–con todo el valor añadido de estos sustantivos– imponiéndose ante los avatares de un hospital desconcocido, con personas quejándose en inglés y con la desesperación, ya universal, que supone la Covid-19. ¡Cuánto valor en las manos cubanas que le practicaron exudados nasofaríngeos a completos desconocidos para identificar una enfermedad que mata! ¡Cuánto amor en todos nuestros profesionales de la salud!
Ellos, no importa donde se les señale en el mapa, parten equipados con una sólida formación científica y académica, pero, sobre todo, con un aditivo en sus procederes profesionales que los distingue de muchos de sus colegas en el globo: la sensibilidad. Sin ese componente base, sería imposible la existencia misma de las brigadas Henry Reeve, porque, en esencia, Cuba ha desplegado en casi todas las regiones del mundo un pedazo de sus principios humanistas y solidarios.
La formación de nuestros profesionales de la salud, por la cual abogó siempre Fidel, hizo posible que en este incierto momento en que vivimos con el virus, estén activas en el mundo 39 brigadas cubanas especializadas en desastres y grandes epidemias. Un ejército de
3 578 soldados de batas blancas anda por el mundo combatiendo el dolor; de ellos, alrededor de 1 500 se mantienen dándole el pecho a la pandemia, en la llamada zona roja, donde salvar vidas implica arriesgar la propia.
Nuestros médicos, con más de 200 000 pacientes atendidos, y casi
7 500 vidas salvadas, en las condiciones que ha dictado el nuevo coronavirus durante este 2020 en todo el mundo, merecen, más que el Nobel de la Paz, la reverencia de todos los seres agradecidos del mundo.
Hoy, una parte de la brigada que extendió la mano a los enfermos de San Vicente y las Granadinas, vuelve a la patria con los hombros cansados y el alma ligera. Sus aportes al panorama epidemiológico del país, que en estos momentos preside la Comunidad del Caribe (Caricom), valieron cada uno de los desvelos y cada minuto lejos de sus casas y de los suyos, cuando el mundo se antojaba un lugar inseguro.
(Al cierre de esta edición se esperaba la llegada de una parte de la brigada médica cubana proveniente de San Vicente y las Granadinas al aeropuerto internacional José Martí)



















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