ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
A ellas y a una anciana de 94 años, que ya tiene un tampón negativo, el doctor cubano Miguel Acebo (encapuchado) las lleva a tomar el sol por la puerta del fondo que nadie usa, por donde nadie pasa. Foto: del autor

Es una brigada compuesta por 38 hombres, y casi todos, o todos, podría decir, somos padres e hijos. No puedo imaginar cómo celebró la brigada cubana en Jamaica el Día de las Madres, porque de sus 140 integrantes, 97 son mujeres; o en Granada, donde las cinco cooperantes enviadas también lo son.

No es que la paternidad o la maternidad sean requisitos para la felicidad, o que no existan malos padres, de uno u otro sexo, ni hombres y mujeres que lo son sin serlo biológicamente. Los lazos familiares en Cuba son fuertes, y los hijos que parimos o criamos o simplemente amamos, son nuestra esperanza, nuestra razón de ser. Cuando marchamos, también lo hacemos por ellos. Es una ausencia que se transforma en presencia, y enrumba sus vidas. Nada material puede retribuir la ausencia de un padre o de una madre; un hijo la acepta solo desde el orgullo, desde la comprensión de su significado moral. Fue la única y la enorme herencia que recibió el hijo de Martí, y también los hijos del Che, y los de nuestros Cinco Héroes. Amarro un extremo de la cuerda de los ejemplos y tomo el otro para tensarla.

He visto a mis compañeros, el Día de los Padres, deambular de un lado al otro, hablar alto y gesticular ante nadie. A veces, la voz se adelgazaba hasta hacerse inaudible o se quebraba, suspendida en la última palabra, partida a la mitad. Si no tuviesen en sus manos un celular, los creería locos. Un poco lo son. Eso me dijo mi hijo, y supe que había recibido bien el mensaje de nuestra ausencia: «siempre orgulloso de ti», escribió, y todo el orgullo del universo cupo en mi corazón. Porque el orgullo puede compartirse, multiplicarse. Nunca es patrimonio de una única persona. Y yo, rodeado de gente sencilla, que hace lo que otros no podemos, salvar vidas –nada más, nada menos–, sin creer que hacen gran cosa, pero sin cejar, ni ceder en el empeño.

Hoy sucedió. Una anciana casi muere, se abalanzaron sobre ella, la rescataron, pelearon cuerpo a cuerpo con la muerte. A pesar de la diferencia de edad, se convirtieron en sus padres, ellos, que vienen de una isla lejana. Esos hombres a los que acompaño, se transforman en padres de desconocidos. Van salvando hijos por doquier. ¿Qué puedo decirte, hijo mío? Mira a tu alrededor, mira a mi alrededor. La vida está llena de padres, no todos han gestado a una mujer.

María Isabel Polanco, o mejor, Mary o Maribel, como todos le dicen, una cubana de Granma que vive en Italia desde hace 24 años, nos llevó ese día comida de la tierra, hecha con sus manos: potaje de frijoles, arroz congrí, carne de cerdo, yuca, mariquitas, chicharrones… Quiso tener un gesto de cubana con la brigada de sus coterráneos. Si no me dice el tiempo que lleva en este país, hubiese creído que fue ayer que se bajó del avión. «Quería traerles un pedacito de Cuba; cuando leí que estaban aquí, me dije, ay, van a estar el Día de los Padres, y le dije a mi marido: voy a prepararles una buena comida. Se me erizaban los pelos cuando los vi en el aeropuerto por televisión. Nadie se lo espera ¿no?, que a un país capitalista desarrollado vengan médicos de un país socialista subdesarrollado, es duro. Me hizo sentir orgullosa. Vine enseguida hasta aquí a verlos, pero no se podía al principio, y dejé el recado: saludo a los médicos cubanos, díganles que yo soy cubana también».

EL PIANISTA, LOS DRONES Y LA FIESTA DE SAN JUAN

Dos hechos nada relacionados, aunque originados por este hospital covid, sucedieron hoy: la inesperada y feliz visita del pianista –¿se acuerdan?, el que estuvo enfermo, demasiado jovial para haber sido catalogado alguna vez de irascible–, porque anda conspirando en algo que todavía no sabemos (tiene que ver con nuestra despedida); y la visita nuestra al Dormitorio de mujeres en situación de calle. La última se debe a que un equipo de la televisión italiana anda, por estos días, haciendo un documental sobre la presencia médica cubana en Turín con motivo de la pandemia. Pero también hay fotógrafos que preparan libros de imágenes. En fin, que las cámaras se mezclan, se superponen entre ellas (incluyendo la mía) en estos días finales, y uno no puede conversar sin el sobresalto de saberse captado o incluso perseguido por algún lente. Hoy en la tarde –no sé si revelo secretos de filmación–, los muchachos tuvieron que entrar y salir varias veces del hospital, mientras dos drones los filmaban desde lo alto.

Mientras esto ocurre, unos extraños movimientos han tenido lugar en el interior de la zona roja. Adrián, habitualmente guardián de la Aduana de los Mundos, se ha enfundado el traje «espacial» y ha atravesado la frontera junto a Michelle. Ambos cargan una gran pantalla que deben instalar y probar en uno de sus cubículos. Afuera, un grupo técnico prepara las condiciones para la transmisión. Todavía no sé bien qué ocurre, pero me visto y entro detrás de ellos, teniendo en cuenta los debidos cuidados y la vigilancia de otros brigadistas. Entonces me explican: mañana es el Día de San Giovanni (San Juan), patrón de la ciudad. La intención es que los enfermos disfruten de la transmisión en vivo de la fiesta tradicional.

Mi primera interlocutora en la zona roja lleva 42 días hospitalizada y ha dado positivo a diez pruebas de covid-19; la segunda tiene 32 días de ingreso y ocho pruebas positivas (solo cuento los días transcurridos en este hospital). Se encuentran asintomáticas. Caminan con cierta libertad y no parecen enfermas, pero lo están, mientras que el tampón no demuestre lo contrario. Son amigas. Ambas trabajan en el sector. María Pía es asistente dental y Martina Marongiu es enfermera en un centro para pacientes en estado terminal. Adquirieron el virus en el trabajo. Martina comenta: «los recortes presupuestarios afectaron la capacidad de la salud pública y de la privada para luchar contra el virus». Y añade: «había falta de personal, y de dispositivos de protección, tanto en los centros públicos como en los privados». Se sienten bien atendidas. Sin embargo, añoran la luz del sol. Todas las ventanas de la zona roja están cerradas y cubiertas con papel negro.

Se emocionan al saber que verán la celebración, que es a la vez pagana y religiosa, y ocurre desde la Edad Media: una fiesta que vio pasar muchas pandemias y las creyó superadas, pero que siempre anuncia la vida y la enarbola. Martina es más locuaz en cuanto a lo que le dicta su fe: explica su devoción por el Santo y me cuenta lo que habitualmente sucede este día, desde la procesión que parte de la Catedral, hasta los espectáculos callejeros. «¡Y los fuegos artificiales de San Giovanni!», expresa con alegría la niña que late en ella. Este año nada de esto sucederá.

Martina y María no saben cuándo acabará el encierro. El resultado del más reciente tampón sigue siendo positivo. Se refieren con afecto a los médicos italianos y cubanos: «Es increíble cómo se han integrado en un solo equipo, y nos curan y nos traen alegría». Son de las inquilinas más antiguas. La carrera es contra el tiempo. El día 10 de julio, este hospital cerrará provisionalmente sus puertas. Si el virus se mantiene terco en sus cuerpos, probablemente tengan que ser trasladadas de centro.

Pero al día siguiente, en la mañana, reciben una sorpresa, a ellas y a una anciana de 94 años, que ya tiene un tampón negativo, el doctor Miguel las lleva a tomar el sol por la puerta del fondo que nadie usa, por donde nadie pasa. La anciana, que llevaba días sin poder conciliar el sueño, pudo por fin dormir, relajada, a la luz del día, en su silla de ruedas. Hace calor en Turín –y esta es una afirmación que, dicha por un cubano, debe ser tenida en cuenta–, pero los seres humanos necesitamos del sol, que es sinónimo de vida.

En la noche se transmite el concierto de celebración. Son entrevistadas en la calle personas que deambulan en busca del esplendor festivo de otros tiempos, y que invocan con sus peticiones al Santo Patrón: «que pueda conseguir trabajo para mí y para mi esposo», «que no nos enfermemos», «que termine la pandemia».

Este año las luces no iluminan el cielo de Turín, ni han salido los jóvenes piamonteses a contemplar el espectáculo y a besarse a orillas del río Po. El esfuerzo de la alcaldía se centra en la trasmisión televisiva y en las redes. Pero un hálito de esperanza circunda nuestras vidas.

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Milagros dijo:

1

27 de junio de 2020

15:14:52


Bellas historias