ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El 16 de octubre de 1953, Fidel asumía su propia defensa en el juicio del Moncada y, a la par de la denuncia contra el sanguinario régimen de Fulgencio Batista, expuso a modo de programa revolucionario las que serían medidas primerísimas y fundamentales en la recuperación de la república. Foto: René Mederos

Larga y tendida sobre la ruta del Sol está dispuesta la Isla, de este a oeste, y con ella, el agua alrededor pareciera que se parte en dos.

En el capricho del cronista, la historia puede encontrar tales similitudes en la forma natural, y esta de la elongación de tierra habitada por un pueblo espartano, que sabe tanto de las resistencias como de las costosas victorias sucesivas, se acomoda a los hechos trascendentes de diciembre para enero, hace 61 años.

Cuba –que hasta entonces se llamaba solo así– sumó en el día primero de 1959 un segundo nombre; lo colgó, para que lo sepan todos, en la puerta de la casa familiar, que se abre a los amigos, y empezó a firmar con él, en trazo legible y vigoroso, cada uno de los cambios memorables que confirmaron, de la nueva seña, la traza radical por los humildes: Revolución.

Las aguas divididas por la geografía antillana dejan de un lado el norte, y del otro el sur. La punta pinareña separa al golfo mexicano del mar Caribe, y en el Maisí oriental una convulsión de vientos pone límite al Atlántico. Así como la Isla natural en el Caribe nuestro, el triunfo de la Revolución Cubana quebró en dos partes la historia nacional.

Del antes ominoso al después luminoso, la vida tierra adentro comenzó a reivindicarse en una vuelta de tuerca a la dignidad, del hombre antes que todo, del bien común, de la vergüenza por la pena ajena, del compartir el pan y compartir las guerras, del mantenerse en pie sobre horcones de principios, y defender la médula vital de cada emprendimiento, que componen la plena independencia y la soberanía total.

¿Qué fue la Revolución en aquellos días primeros, sino la resolución de refundar el país; la invitación a andar el camino largo de la emancipación individual y colectiva; el transformar, en las mentes transidas por tantos años de reducción a la ignorancia, la explotación y el abandono, la idea del crecimiento posible basado en el trabajo y en el aporte creador, sin privilegios de castas ni fortunas?

En el día de un nuevo aniversario, y cuando ya la cuenta de los años de las luces que llegaron con el triunfo guerrillero supera a las décadas de la neocolonia gobernada desde afuera, hay otras cuentas que hablan bastante del entonces y del hoy, que dicen cuánto ganamos y, además, a qué aspiramos; porque una Revolución es eso, un acto de construir constante, de aspirar permanentemente, unas veces para perfeccionar lo logrado, y otras –la mayor en nuestro caso– para evadir los cercos y reinventarnos los modos de vivir –de sobrevivir incluso– a la saña obstinada de quienes, en la ridícula nostalgia del padecer imperial, sienten que perdieron más aquel enero de 1959.

ANTES

En una pequeña sala del hospital civil de Santiago de Cuba, un lustro antes de bajar de la montaña y atravesar el país luciendo barbas y vistiendo verde olivo, el joven Fidel Castro Ruz enumeraba los seis problemas fundamentales de la sociedad, que en condición de neocolonia sufría el país.

El 16 de octubre de 1953 asumía su propia defensa en el juicio del Moncada, y a la par de la denuncia contundente que blandió contra el sanguinario régimen militar del dictador Fulgencio Batista, expuso a modo de programa revolucionario las que serían medidas primerísimas y fundamentales en la recuperación de la república, por medio de la insurgencia armada, a la voluntad y soberanía del pueblo.

¿Qué retrato más completo podría ilustrar mejor la necesidad de cambios inaplazables, que aquel alegato minucioso dicho a nombre de una generación martiana y en la voz del líder que encabezó el gran salto transformador?

En principio, el problema de la tierra:

«El 85 % de los pequeños agricultores cubanos está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indies unen la costa norte con la costa sur. Hay 200 000 familias campesinas que no tienen una vara de tierra, donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de 300 000 caballerías de tierras productivas. Si Cuba es un país eminentemente agrícola, si su población es en gran parte campesina, si la ciudad depende del campo, si el campo hizo la independencia, si la grandeza y prosperidad de nuestra nación depende de un campesinado saludable y vigoroso, que ame y sepa cultivar la tierra, de un Estado que lo proteja y lo oriente, ¿cómo es posible que continúe este estado de cosas?».

Luego, el problema de la industrialización:

«Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados... Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de industrializar el país es urgente, que hacen falta industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los cultivos, la técnica y elaboración de nuestras industrias alimenticias para que puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias europeas de queso, leche condensada, licores y aceites y las de conservas norteamericanas, que necesitamos barcos mercantes, que el turismo podría ser una enorme fuente de riquezas; pero los poseedores del capital exigen que los obreros pasen bajo las horcas caudinas, el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas».

Con énfasis singular, Fidel describe el vía crucis del techo familiar:

«Tan grave o peor es la tragedia de la vivienda. Hay en Cuba 200 000 bohíos y chozas; 400 000 familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud; 2 200 000 personas de nuestra población urbana pagan alquileres que absorben entre un quinto y un tercio de sus ingresos; y 2 800 000 de nuestra población rural y suburbana carecen de luz eléctrica. Aquí ocurre lo mismo: si el Estado se propone rebajar los alquileres, los propietarios amenazan con paralizar todas las construcciones; si el Estado se abstiene, construyen mientras pueden percibir un tipo elevado de renta, después no colocan una piedra más, aunque el resto de la población viva a la intemperie. Otro tanto hace el monopolio eléctrico: extiende las líneas hasta el punto donde pueda percibir una utilidad satisfactoria, a partir de allí no le importa que las personas vivan en las tinieblas por el resto de sus días. El Estado se cruza de brazos y el pueblo sigue sin casas y sin luz».

Sobre el problema de la educación, refirió:

«¿En un campo donde el guajiro no es dueño de la tierra para qué se quieren escuelas agrícolas? ¿En una ciudad donde no hay industrias para qué se quieren escuelas técnicas o industriales? Todo está dentro de la misma lógica absurda: no hay ni una cosa ni otra. En cualquier pequeño país de Europa existen más de 200 escuelas técnicas y de artes industriales; en Cuba, no pasan de seis y los muchachos salen con sus títulos sin tener dónde emplearse. A las escuelitas públicas del campo asisten descalzos, semidesnudos y desnutridos, menos de la mitad de los niños en edad escolar y muchas veces el maestro es quien tiene que adquirir con su propio sueldo el material necesario. ¿Es así como puede hacerse una patria grande?».

Y más adelante calza, haciendo referencia a la necesidad de reformar la enseñanza:

«Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana, que es enseñar. Ningún maestro debe ganar menos de 200 pesos, como ningún profesor de segunda enseñanza debe ganar menos de 350, si queremos que se dediquen enteramente a su elevada misión, sin tener que vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones. Debe concedérseles además a los maestros que desempeñan su función en el campo, el uso gratuito de los medios de transporte; y a todos, cada cinco años por lo menos, un receso en sus tareas de seis meses con sueldo, para que puedan asistir a cursos especiales en el país o en el extranjero, poniéndose al día en los últimos conocimientos pedagógicos y mejorando constantemente sus programas y sistemas. ¿De dónde sacar el dinero necesario? Cuando no se lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, solo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra».

Respecto a la salud, ilustró con el ejemplo lamentable de los niños:

«De tanta miseria solo es posible liberarse con la muerte; y a eso sí los ayuda el Estado: a morir. El 90 % de los niños del campo está devorado por parásitos que se les filtran desde la tierra por las uñas de los pies descalzos. La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por falta de recursos, agonizando entre los estertores del dolor, y cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la muerte, parecen mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo humano y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios. Y cuando un padre de familia trabaja cuatro meses al año, ¿con qué puede comprar ropas y medicinas a sus hijos? Crecerán raquíticos, a los treinta años no tendrán una pieza sana en la boca, habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción. El acceso a los hospitales del Estado, siempre repletos, solo es posible mediante la recomendación de un magnate político que le exigirá al desdichado su voto y el de toda su familia para que Cuba siga siempre igual o peor».

Y cierra la enumeración de tales males con la interrogación retórica sobre el problema del empleo:

«Con tales antecedentes, ¿cómo no explicarse que desde el mes de mayo al de diciembre 1 000 000 de personas se encuentren sin trabajo y que Cuba, con una población de 5 000 000 y medio de habitantes, tenga actualmente más desocupados que Francia e Italia con una población de más de 40 000 000 cada una?

«Cuando vosotros juzgáis a un acusado por robo, señores magistrados, no le preguntáis cuánto tiempo lleva sin trabajo, cuántos hijos tiene, qué días de la semana comió y qué días no comió, no os preocupáis en absoluto por las condiciones sociales del medio donde vive: lo enviáis a la cárcel sin más contemplaciones».

A estos seis llamó Fidel problemas fundamentales, porque solo en sus soluciones era posible remover el resto de lacras y vicios, que desgastaban una sociedad permeada por la corrupción, la prostitución, el juego, la discriminación, la institución de la violencia, la impunidad criminal, el entreguismo, el robo de fondos públicos y el manejo de la política a conveniencia y en interés de pequeñísimas élites o individuos.

Pero en virtud del postulado martiano: «una idea justa defendida desde el fondo de una cueva puede más que un ejército», el líder revolucionario, después de convertir en lapso fértil los meses de la prisión, volvió sobre las armas cabalgando un corcel de ideas aún más sólidas, y desde el exilio necesario, tal cual hizo el Apóstol, reorganizó el embate final que trajo a Cuba, en barco y calzando botas de escalar cordilleras, la libertad definitiva como un rabo de nube.

DESPUÉS

Tan pronto venció la alianza de las armas y las ideas que fue la Revolución alzada en las montañas, continuó desterrándose de la nueva realidad cubana la sociedad corroída de la neocolonia. Una fue la victoria militar, otra la emancipación social que seguiría, al decir de Fidel, en un camino quizá más difícil que la propia confrontación armada.

Aun así, y a pesar del obstáculo añadido que significaba levantarse a apenas 90 millas del más poderoso aspirante a regente del mundo, nada tardó en materializar las palabras del juicio del Moncada.

En la primera semana de febrero de 1959, la promulgación de la Ley Fundamental devolvía a la senda constitucional los resortes de la vida pública, deformados por el golpe militar de Batista siete años atrás. Resultaba la vuelta a los postulados esenciales de la Constitución de 1940, aunque con cambios determinados por el crucial momento histórico que transcurría en el país.

Aunque sujeta a posteriores adecuaciones, que la radicalizaron todavía más en favor de los campesinos y las familias numerosas del campo, la Primera Ley de Reforma Agraria fue el golpe de efecto más contundente contra el problema fundamental de la tierra.

Decenas de miles de trabajadores rurales recibieron en propiedad la tierra que laboraban, la posibilidad de asociarse en cooperativas multiplicó en ellas el potencial productivo con equilibrio de la distribución de las ganancias y quedó aniquilado el latifundio.

Entendida como la causa social de más urgente transformación, por las garantías que supondría para la comprensión profunda del proceso revolucionario y la participación consciente y aportadora del mayor número de personas posibles, la batalla por la alfabetización masiva inauguró la gran revolución educacional cubana que desterraría la ignorancia, abriría escuelas de enseñanza básica en cada rincón poblado, promovería la instrucción en sectores especializados, y ampliaría a niveles sin precedentes la infraestructura docente.

El modelo nuevo de la educación cubana abriría, por supuesto, muchas puertas al crecimiento cultural de la nación, que a la par de la reforma de la enseñanza comenzó a vivir, con la masificación de la cultura en todas sus manifestaciones y la profusión de instituciones públicas, un tránsito notable del arte solo para élites, al verdaderamente popular.

No solo la construcción de hospitales nuevos y de centros de investigación, más el establecimiento de la gratuidad del servicio, avalaron la transformación radical en el campo de la salud; sino que el concepto revolucionario de la asistencia sanitaria, además de concebir el acercamiento a las personas mediante la inédita figura del médico de la familia, reorientó la medicina hacia la prevención y la educación para la salud.

Tal cual resultan las verdaderas revoluciones de los pueblos, hasta el hoy llegan los aires transformadores que pretenden, ya no solo el progreso sostenible del país puesto firme sobre el camino de la justicia social; sino el de la resistencia estoica contra los embates neocolonizadores de los que ambicionan todavía esta Isla; pues aunque suene anacrónico el término, no son sensiblemente distintas las interpretaciones posibles a los vocablos modernos del neoliberalismo y los tratados comerciales en condiciones desiguales.

Bloqueo económico son palabras tan familiares como ciertas en la cotidianidad de los cubanos, por lo tanto que se esgrime, sí, pero más por lo que se nos revela en el retraso de nuestras aspiraciones de progreso.

Para los descreídos, las lecciones del año recién concluido fueron más que contundentes respecto a la obstinación del Gobierno de ee. uu. en doblegar a la nación. Política rapaz y criminal, engendrada en la impotencia de aniquilar a la Revolución en sus años primeros, se renueva con saña singular en la administración actual de un imperio que emite hasta una medida por semana, en el propósito insensato y cruel de rendir a Cuba por hambre y por miseria.

Pero la obstinación tiene esto, que es ciega a las lecciones mayores, y aunque se dé de bruces contra la misma pared, repite su ridículo papel a pesar de las históricas sumas de descrédito y fracaso.

Nada que la Revolución impulsó se detuvo ni en las peores circunstancias, y aunque las grandes limitaciones de recursos, que impone la persecución comercial y financiera, han dejado en pendiente la solución completa de algunos problemas fundamentales, sigue Cuba construyendo viviendas, promoviendo la productividad de la tierra, aupando la diversidad en las formas de empleo, modernizando la industria y apostando al crecimiento de infraestructuras nuevas, vigorizando el sistema educacional, bregando por sostener un costoso esquema de salud pública, que se comparte en solidaridad con el mundo, concediendo espacios nuevos al desarrollo cultural, fomentando los nexos de amistad con países amigos, practicando una diplomacia ejemplar, fortaleciendo los mecanismos de la justicia y la igualdad social, asegurando el orden interior y la tranquilidad ciudadana, creando oportunidades al ingenio popular, apertrechando el modelo democrático, procurando alternativas de desarrollo a una economía perseguida, y blindando la defensa nacional, que es garantía para la preservación de todas, absolutamente todas sus conquistas.

Por eso brinda Cuba cada enero. Los días del año nuevo tienen aquí suficiente alegría para todos los festejos: los de la aspiración familiar de progresar, y los buenos deseos para el país que, en el primer amanecer del calendario, como en una casa grande, celebra su aniversario.

Foto: Granma
COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.

Mario dijo:

1

1 de enero de 2020

14:55:57


Que buen trabajo dilbert. Verdad que la revolucion es grande y victoriosa. Ojala todos los periodistas escribieran como tu, con esa locuacidad y nivel de compresion y abstraccion de la historia. Que manera tan bella de expresarte. Los estudiantes de periodismo estamos orgullosos de que en este pais existan profesionales como tu, que son un faro para nosotros.