ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Y pasa sobre todo cuando la resolución de un pueblo sigue en el mismo camino, de paz, de la rebeldía, de lo libre verdadero, del decidir soberano, del imponerse al dictado que transgrede las fronteras en la ambición de quien anda, con botas de siete leguas, dividiendo y «engullendo mundos».

Habrá siempre, en los destinos de Cuba, un abrazo en reserva que renueve el ánimo y compulse.

Cinco Palmas, allí donde la Sierra memorable está como empezando todavía el propio ascenso, legó para la historia aquel instante de encuentro y premonición: «¡Ahora sí ganamos la guerra!» Para eso son los símbolos, para acudir a su carga de lecciones en cada necesidad de revivirlos.

¿Qué fue el 18 de diciembre de 1956 si no una declaración de fe? ¿Qué si no la confirmación del persistir, del no cejar, del aceptar la adversidad como enemigo, del batir los fantasmas del desaliento y no conceder un solo crédito a la suerte?

Es de humanos flaquear cuando convoca nada más que la emoción, el ánimo de lo nuevo, el riesgo de la aventura, la núbil inocencia del probar. Pero en las empresas grandes precedidas de principios, de la convicción profunda, del sentido de lo justo impostergable, rendirse no es opción y hasta la vida se empeña por vencer.

Premio de la resistencia, en Cinco Palmas triunfó el combate a muerte por la vida, del ideal más que de los hombres.

El abrazo, por supuesto, fue antes que todo expresión de la alegría, del regocijo sanguíneo, de un amor casi filial por el alivio del hermano en pie, y por los otros, soldados al zarpar, amigos en el mar y el desembarco, ahora hermanos también, después de bautizarlos el fuego y la sorpresa.

Demoró el abrazo familiar, un breve diálogo, luego el grito atronador de la certeza. Habló entonces el jefe combatiente y enseguida se puso a la vanguardia, convencido, como Céspedes después de Yara, al mando de un ejército de un hombre por cada cien esperanzas.

De entonces hasta hoy la guerra continua porque en pie siguen los ideales aquellos. Ya no hay perseguidores en la Isla, pero tienen acólitos allá donde fueron a escapar tras la alborada.

Al otro lado del mar, 63 años después, ladran los mismos perros, enfilan los cañones, disparan nuevas armas que rindan por asfixia, y ciegos en la rabia, víctimas de su impotencia, no ven que en esta orilla, cada día, el hoy revisita Cinco Palmas.

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