ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Mario Augusto Carranza permaneció en las Fuerzas Armadas Revolucionarias por casi cuatro décadas. Foto: Cortesía del entrevistado

Mi entrevistado es menudo y parco en palabras. A simple vista pocos pueden descubrir los valores que están detrás de este hombre que se dispone a develar recuerdos sobre su vida, bien conservados en la memoria.

–Mario, me gustaría que relatara cómo llegó a Cuba y cual era el propósito de ese viaje.

–Vine becado en el periodo presidencial de Carlos Prío Socarrás, en Cuba, y de Juan José Arévalo, en Guatemala. Tenía 14 años. Llegué a La Habana el domingo 13 de noviembre de 1949, para ingresar en la entonces Escuela Politécnica de Ceiba del Agua. Era bastante introvertido y me costaba trabajo adaptarme al carácter de los cubanos, porque siempre estaban chivando, haciendo chistes y bromeando;  por esa razón decidí regresar a Guatemala.

«Al llegar a mi país me encontré que mi madre había muerto hacía cuatro meses. Les reclamé a mis hermanas, en lo particular a la mayor, quien me explicó que mi mamá los había hecho jurar que si le pasaba algo a ella no me avisaran para que concluyera mis estudios. Por este compromiso moral decidí regresar y finalizar el curso, con la idea de acostumbrarme al carácter de los  cubanos. Ahora voy a Guatemala y nadie percibe que soy guatemalteco.

«En estos primeros años alcancé tres títulos. Las notas obtenidas en Ceiba del Agua me valieron para una beca en la Base Aérea de San Julián y a los dos años me gradué como técnico de aviación».

–¿Cómo se incorporó a la lucha revolucionaria?

–Leí en la revista Bohemia lo que había acontecido en Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956. Ahí despertó mi deseo de participar en la lucha. Salí para Santiago y en la casa de Angelita –Ángela Montes de Oca, La Tía–, que era como mi mamá, logré hacer contacto con un joven de apellido Manals, combatiente que había sido herido en El Uvero. Le expresé mi deseo de incorporarme a la Sierra y entonces me dijo que al otro día vendría Daniel (René Ramos Latour); en efecto, llegó el domingo 30 de septiembre de 1957.

«Le planteé mi interés de sumarme a la Revolución y me propuso la clandestinidad o la Sierra; le respondí que la Sierra y ese día me nucleó al Movimiento 26 de Julio. El tercer refuerzo que iba a salir por esos días con destino a la Sierra Maestra no pudo partir y Daniel me planteó que regresara a La Habana y me avisaría.

Efectivamente, recibí el telegrama firmado por Julián, un seudónimo que utilizó. Regresé a Santiago y salimos hacia la Sierra el domingo 17 de noviembre de 1957».

–¿Cuándo y en qué circunstancias conoció al máximo líder guerrillero?

–Llegamos a Canabacoa, entre Veguitas y el central Estrada Palma. En un punto nos esperaba un muchacho rubio, afeitado o lampiño, que resultó ser El Vaquerito. Se formó un pelotón al mando del capitán Rafael Castro, con tres escuadras. A mí me asignaron a la de retaguardia, dirigida por Ramón Paz Borroto.

«Comenzamos una marcha fatigosa para encontrarnos con el máximo jefe guerrillero. Nos levantaban a las 5:30 de la mañana y a las seis comenzábamos a caminar, hasta la caída de la tarde que se hacía campamento. La comida eran tres pedacitos de malanga, sin sal y sin manteca. La marcha golpeaba. En mi caso, sin ninguna experiencia, cada vez que me ponía las botas por la mañana era un martirio por la cantidad de ampollas.

«Cuando llegamos a La Jeringa escuchamos unos tiros en una loma cercana, nos emboscamos y recibí la orden de entregarle mi arma a Curuneaux, por su preparación militar. Al producirse el encuentro en Palma Mocha, Fidel nos saludó a todos y me dio la mano. Al proseguir a saludar al que me seguía –creo que era precisamente Curuneaux– se viró hacia mí y me dijo: “¿Tú eres de Santiago?”. Le respondí: “No, yo soy de Guatemala”. Dijo: “Ah, tú eres de Guatemala”. Allí me quedó el seudónimo definitivo de mi país de procedencia.

«Seguidamente me preguntó: “¿Por qué tú estás desarmado?”. Le respondí: “Porque el arma mía se la dieron a Curuneaux”. Y entonces dio la orden de entregármela y a Braulio le dijo: “tú pasas a manejar la ametralladora en el pelotón de Raúl”».

–¿Algunos de los momentos más importantes en las filas rebeldes?

–Mi bautizo de fuego fue el combate de El Salto, acción en la que resulté herido en una mano y en el muslo; luego participé en la agrupación que bajó al llano dirigida por el entonces capitán Raúl Castro Ruz con el objetivo de atacar el cuartel de Calicito, cerca de Manzanillo. Tomé parte en los combates de Veguitas, el segundo de Pino del Agua y el central Estrada Palma.

«Participé en el combate de San Ramón; en los dos de Casa de Piedras, y en Providencia, durante la segunda batalla de Santo Domingo. Cumplí otras misiones. Al concluir la guerra vine hacia La Habana en la Caravana de la Libertad».

–¿Algunas anécdotas vinculadas con Fidel durante la guerra?

–Hay dos momentos que no olvido y agradezco a Fidel. El primero de ellos es que fui a ver al doctor Martínez Páez por la herida que yo tenía y, como era pequeña y él reservaba sus antibióticos para las heridas grandes y las lesiones más graves, me echó unos polvitos. Una noche yo no estaba con la tropa, porque como tenía fiebre, me encontraba en el campamento del pelotón de retaguardia de la columna al mando de Efigenio Ameijeiras, y Fidel pasó por la cocina y me vio la mano hinchada; me tocó, vio que tenía fiebre y me preguntó: «¿Qué te puso Martínez Páez?». Le respondí: «No, me echó unos polvitos». Y me dijo: «Dile que digo yo que te ponga penicilina». Cumplida su indicación la mano mejoró de inmediato.

«La segunda anécdota fue sobre mis botas. Habían llegado unas nuevas y el encargado de su distribución no me las quiso cambiar. Entonces venía Fidel caminando y le digo: “Comandante, mire cómo tengo los pies…”, le explico, más o menos, entonces él me tiró el brazo por encima, me llevó a donde estaba el responsable de esa tarea y le dijo: “Cámbiale las botas a Guatemala”.

«Una vez que había concluido el combate de Veguitas, acción en la que habíamos caído en una emboscada, Fidel me dijo: “Por poco te matan, Guatemala”, me tiró el brazo por encima y se interesó por mí; cuando le dije que era graduado de técnico de aviación exclamó con su optimismo y seguridad en el futuro: “¡Ah, entonces tú eres el que va a arreglar nuestros aviones!”».

–Después del triunfo de la Revolución, ¿cuáles fueron las tareas principales que desarrolló?

–Con la llegada a La Habana formé parte de la escolta del Comandante en Jefe. Durante la visita de Fidel a Caracas, en enero de 1959, se produjo el fatal accidente en el que perdió la vida el comandante Francisco (Paco) Cabrera Pupo, jefe de la escolta. Quise quedarme para el traslado del cadáver, pero habían designado a un grupo y no me autorizaron. De momento, en medio de la consternación, sentí un pequeño golpe con el dorso de una mano: era Fidel, quien me expresó: «quédate con él, que tú eras de su pelotón». Además, Paco y yo éramos amigos y nos llevábamos como hermanos.

«En 1961 viajé hacia la antigua Unión Soviética para cursar estudios. Ingresé en la escuela de aviación, en Kiev, Ucrania, y me hice ingeniero. A mi regreso a Cuba me asignaron a la Empresa de Reparaciones Generales de Aviación Yuri Gagarin, donde llegué a desempeñarme como ingeniero principal.
«Me jubilé como oficial en 1990, con el grado militar de teniente coronel; es decir, estuve 33 años en servicio activo en las FAR y por cambios en la estructura de la empresa permanecí otros cinco años como trabajador civil.

–¿Cuándo visitó nuevamente Guatemala?

–Fui en marzo de 1959 por gestiones de Celia. Allí defendí las verdades de la Revolución por distintos medios frente a las campañas que existían, entonces el presidente de ese país dio la orden de que debía abandonar el territorio guatemalteco. Decidí irme para la embajada de Cuba. No volví hasta 1997, después de 38 años.

Hace 69 años que «Guatemala» vive en Cuba. Tiene cuatro hijos y tres nietos. Ostenta la condición de fundador del Partido Comunista, es secretario general del núcleo zonal 25-A del municipio de Playa hace casi dos décadas, miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana y los Comités de Defensa de la Revolución. Hasta hoy ha sido el presidente-coordinador de los guatemaltecos residentes en nuestro país.

Con su voz baja y modestia proverbial me despidió este aguerrido combatiente, que seis décadas atrás luchaba por la independencia definitiva de la Patria que abrazó e hizo suya.

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