ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Desde el año 2016 el municipio mantiene en cero la mortalidad infantil. Foto: Ortelio González Martínez

Cuando uno pone el nombre de Florencia en los buscadores suele aparecer: «La pintoresca Florencia es una de las ciudades más conocidas del mundo. Durante muchos años, ha sido la cuna de la cultura y del arte, lugar de nacimiento de las grandes figuras del Renacimiento y de la humanidad», pero la de mi historia no es la Florencia de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel ni la de Boccaccio.

Es un humilde asentamiento, entre lomas esculpidas por el paso de los siglos, en un pequeño valle intramontano donde mueren las Alturas del Norte o Sierra de Jatibonico. Allí te sorprende la otra Florencia, la de Ciego de Ávila, la que se le muestra al forastero solo si llega hasta ella, porque por allí jamás se pasa.

De tanto desandar sus múltiples vericuetos, poco a poco descubrí el encanto de un paraje primigenio, las vegas de tabaco, los excelentes ganaderos, los buenos resultados en el sector de la Salud, la sinceridad de su gente... el progreso.

EL HOMBRE Y SUS RECUERDOS

Sesenta años después –se cumplen este 14 de diciembre– de que fuera liberada, los ojos humildes y centelleantes de Julián y Félix, dos nativos combatientes, dan fe de que estaban convencidos, y lo siguen estando, de que la única alternativa para poner fin a una época difunta era enrolarse y ayudar a los barbudos que venían a salvar el poblado y sus habitantes.

«¿Usted ve este cimiento? Fue lo que quedó cuando los casquitos quemaron la casa de los viejos, en represalia por la emboscada del Malangal, muy cerca de aquí. Yo me enteré allá, en Jobo Rosado, en el campamento de Félix Torres», comenta Julián Rodríguez Valdés, mientras acompaña al periodista en un recorrido por el poblado, primero en ser liberado por las fuerzas revolucionarias en la antigua provincia de Camagüey; primero en el país en ganar la batalla del sexto grado y segundo en la del noveno.

«Esto ha cambiado mucho. Hay problemas, como en cualquier otro lugar, pero son solubles y uno vive sin preocupación de que te quemen la casa, o de que descarguen el garrote en tu espalda. Hay educación, salud. Nadie se muere de hambre», asegura Julián en el trayecto hacia la casa de Félix.

Félix Rodríguez Crespo, quien vivió la epopeya, recuerda el breve intercambio con Camilo Cienfuegos, cuando al frente de la Columna 2 Antonio Maceo acampó en Hoyo de los Indios, los días 5 y parte del 6 de diciembre de 1958. Y aunque no tiene la confirmación, dice que es muy probable que allí Camilo y su Estado Mayor hayan ultimado detalles referentes a la Batalla de Yaguajay, la más larga de Las Villas y una de las más cruentas de la última guerra de liberación.

Lo hizo suponerlo el hecho de que pocos días después, el 21 diciembre, las fuerzas rebeldes estrechan el cerco a Yaguajay, el 22 ocupan los centrales Narcisa y Vitoria e inmediatamente comienzan el hostigamiento a las posiciones enemigas dentro de la localidad (la Sociedad Colonia Española, la jefatura de la Policía, el Hotel Plaza, el Gran Hotel), que definitivamente resultan desalojadas el día 24, con casi una veintena de bajas por parte del régimen decadente, entre prisioneros, heridos y muertos.

Félix habla con voz casi imperceptible, como borrada por la humildad de quien por mucho tiempo ha permanecido en silencio, porque «el silencio es el único amigo que jamás traiciona», máxima que aplica en la vida cotidiana.

Recuerda que los días del acampamiento eran lluviosos y fríos, y Hoyo de los Indios una zona de difícil acceso por la abundancia del diente de perro, los farallones, el río.

–¿Y usted vio a Camilo?

–Sí, claro, y hasta hablé con él. Yo era un muchachón que no tenía pelos en la lengua y vi que traían un caballo que yo conocía. Le dije que era de un hombre que se le estaba muriendo la mujer y que seguramente necesitaba la bestia, porque era el único medio disponible para moverse. Camilo, quien no se había percatado del hecho, enseguida ordenó devolvérselo antes de abandonar Hoyos de los Indios. Fue una actitud que me conmovió.

A decir verdad, el 14 de diciembre no fue necesario ir al combate para tomar Florencia. Un mes antes, el 15 de noviembre de 1958, después de la emboscada de El Malangal, las fuerzas del Ejército Rebelde reforzaron su presencia y el ejército batistiano se acobardó y jamás pudo poner un pie allí. Se presentía que otros aires llegarían al poblado, como en realidad sucedió con aquellas palabras del jefe de la columna 11 en la zona, Roberto León: «La bota batistiana jamás pisará suelo florenciano».

Días en que el panorama se tornaba gris: tres médicos que buscaban monedas salvadoras con las calamidades ajenas, igual cantidad de enfermeros, cinco escuelas públicas, ningún estomatólogo, campesinos desperdigados a su suerte, y la Guardia Rural, con garrotes que descargaban en cualquier espalda inquieta.

LA MAGIA DE FLORENCIA

Los 14 de diciembre, incluso, días antes, muchos nativos vuelven. Roddy Cervantes Silva, médico con varias misiones internacionalistas en la bitácora de su vida profesional, es uno de ellos: «Florencia, mi Florencia, es parte de mi vida. Soy hijo de gente humilde. Aquí nací, crecí y me hice médico. Esté donde esté, siempre pienso en este pueblito, el más  lindo que existe sobre la faz de la Tierra».

El orgullo de la comunidad era –y sigue siendo– el tabaco, la ganadería y su Fábrica de Conservas, vieja y achacosa, pero en movimiento y muy útil cuando se destapan las cosechas de maíz, tomate y otros cultivos.

Los pobladores también hablan con repitencia del Complejo Hidráulico Liberación de Florencia, el mayor de la provincia, capaz de embalsar 79 millones de metros cúbicos de agua; de la pequeña central hidroeléctrica Alzamiento de Jagüeycito y del cultivo del tabaco que, como años atrás, no nació torcido, en tanto los especialistas estiman que habrá una buena campaña, a partir de la correcta preparación de tierra, el estado de los semilleros, la reparación y construcción de aposentos y la calidad de la siembra.

La mejor unidad de medida del esfuerzo no son los números, pero ocultarlos sería acto de agravio a la obra de estos 60 años. Lea: dos policlínicos integrales, dos salas de rehabilitación, un hogar de ancianos, una clínica estomatológica, una casa de abuelos, cuatro farmacias, una óptica, una consulta de optometría y 19 consultorios del Médico de la Familia, infraestructura que posibilita mantener los principales indicadores de Salud, incluida la mortalidad infantil, que se mantiene en cero desde el año 2016 y la materna desde hace 18 años.

Por demás, disponen de casi un centenar de médicos, de ellos, 63 prestan colaboración en 12 países, incluido Brasil, desde donde regresaron los primeros ocho, según precisiones de Agnerys Cruz Rodríguez, directora de Salud en el municipio.

Ya pasó la época en que por los consultorios de Florencia y sus lomas desfilaban doctores y enfermeras de toda Cuba, pues ahora la plantilla está cubierta con profesionales del propio municipio, otro de los logros en el sector.

Por un camino desmejorado, como suelen ser casi todos los que llevan a lugares inhóspitos, se llega al consultorio número ocho, en la comunidad de Cadena, distante varios kilómetros del poblado cabecera, donde está la columna vertebral de un sistema de Salud con muchas ramificaciones.

Y una de esas ramificaciones es, precisamente, el consultorio de Cadena, donde laboran la doctora Mariedy Guerra Santos y la enfermera Osminela Delgado Figuera, dos mujeres que a fuerza de constancia se han ganado el alma de su gente, que es decir los más de 600 pacientes de la comunidad y de otra más arriba: La Vega.

«Aquí somos una gran familia. A la hora de la verdad todos halamos parejo», asegura Mariedy, nativa del lugar, quien se graduó en el 2015 y quiso regresar a atender a los suyos.

Halar parejo significa que los vecinos ayudan, que cuando por alguna razón no está la doctora, asume Osminela, una enfermera con 43 años de experiencia y que con mansedumbre guajira relata la vez que Marcia Cobas, viceministra de Salud, estuvo en el consultorio y «no nos cogió ni un detallito», comenta.

«Ahora los médicos vienen a uno y hasta te regañan si no haces el tratamiento. Antes de 1959 uno podía morirse por aquí arriba que nadie venía a verte», resume Omar Reina Álvarez, un guajiro de avanzada edad y con muchos años de trabajo por el lomerío.

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Alejandro dijo:

1

14 de diciembre de 2018

17:10:37


Muy buen trabajo sobre el municipio de Florencia, que recoge la realidad de su pueblo

Gracia dijo:

2

14 de diciembre de 2018

17:18:28


Viva cuba