
«Los aviones surcando a ras de pasto y el cuerpo cubierto de sangre de forma tal que no sabes si es la propia o la de los oponentes, que son cubanos al igual que tú, con la diferencia de defender al gobierno equivocado; esa es mi realidad, mi versión de los hechos», dice mi interlocutor con cierta aura de misterio al evocar esos recuerdos que probablemente lo llenen de dolor por los caídos y la satisfacción de haber luchado en pos de una causa justa. Las razones que mueven la conciencia del eterno luchador son los ideales, y de esos Guardado tiene de sobra.
Rafael Guardado García parece otro anciano octogenario que sale temprano de su casa para buscar los mandados o dedicarse a suplir cualquier necesidad hogareña y pasa inadvertido entre los rutinarios transeúntes; aunque limitarlo únicamente a esa visión sería un juicio errado. Un pequeño apartamento en el quinto piso de un edificio en el reparto Embil, de Boyeros, le sirve de morada. Es justo ahí, en compañía de su señora, sus dos nietas ya crecidas y el travieso Drinky, el pekinés y mascota de la familia, donde se dispone a contar sus vivencias. Hace seis décadas el hoy tierno abuelo y presidente de la Asociación de Combatientes de su localidad, combatió en primera línea contra la tiranía batistiana en su ciudad natal, Santa Clara.
–¿Cómo fue su primer acercamiento a la clandestinidad?
–A partir del golpe de Estado de Batista, personaje bien conocido por el pueblo debido a su avariciosa maldad, comienzo a realizar acciones de protesta en contra de este tirano de forma espontánea en el barrio del Capiro, junto a un grupo de jóvenes.
«En un momento posterior a los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, me relaciono con los hermanos Roberto Koc e Ibrahimg Lim, descendientes de chinos y miembros de la juventud socialista. Este fue mi inicio en la vida clandestina, sin estar afiliado a ningún movimiento en particular.
«En el año 1956 me afilio a una célula del Movimiento 26 de Julio (M-26-7), dirigida por la combatiente Mercedes Vázquez Parra. En esta cumplí varias responsabilidades propias de la organización».
–Todos los clandestinos tenían sus métodos para eludir la persecución policial, ¿cuáles eran los suyos?
–El luchador clandestino se rige por normas estrictas para asegurar su supervivencia. Yo siempre tuve dos leyes básicas en mis actividades revolucionarias: evitar participar en cualquier tipo de manifestación que me señalara como un revolucionario activo; hablar poco, y no hacer comentarios acerca de las acciones que realizaba dentro del grupo.
«Por el lugar donde trabajaba como pistero, el servicentro de la Sinclair de Florencio Morlote, tenía que
relacionarme con los militares del servicio de vigilancia de carretera y los de patrulla, los que iban de noche a solicitar nuestros servicios. Aprovechaba estas ocasiones para brindarles una buena atención y no levantar sospechas o flexibilizar las consecuencias por si me hallaban en “malos” pasos».
–Para responder las dudas de muchas personas, ¿qué distinguía al sabotaje revolucionario?
–Cuando se ejecutaban misiones de sabotaje estas se llevaban a cabo en grupo, seleccionábamos los lugares, horas y afluencias de público que por regla general no perjudicaran a los civiles ni cobraran la vida de personas inocentes. Algunos ponían los materiales explosivos y otros vigilaban la zona para evitar accidentes, si algo salía mal teníamos que impedir a toda costa el desastre, incluso al costo de nuestra vida. Muchos eran los compañeros que caían en manos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) por advertirle del peligro a los confiados transeúntes.
«El terrorismo bajo ninguna circunstancia fue un método de los combatientes revolucionarios».
–Miles de cubanos murieron o desaparecieron durante la dictadura batistiana, ¿cómo recuerda ese instante en el que tuvo la muerte de frente?
–Para el combatiente en una guerra irregular, están muy claros los riesgos que dichas actividades pueden provocarle, incluidas la muerte y las torturas.
En todo momento está latente el peligro, pero uno no puede concentrarse en eso, sino en el cumplimiento de la misión encomendada.
«Una de esas veces que vi la muerte bien de cerca fue durante la Huelga de Abril de 1958. Los miembros de mi célula se encontraban acuartelados, solo mi jefe y yo permanecimos en el centro laboral esperando, para desplazarnos al lugar donde entregarían las armas, aunque no sucedió así. Pasadas las 12 de la noche mi jefe ordena que debo llevarme los brazaletes del movimiento y esconderlos. Luego de amarrármelos en las piernas me despide.
«Tomé la bicicleta y me alejé en dirección a mi casa por el camino que unía la Carretera Central con la línea del ferrocarril del barrio del Capiro. Llevaba el farol de la bicicleta prendido e iba despacio, como quien no tiene apuro. Avanzado en el camino me iluminan con los buscachivos de una patrulla, inmediatamente me ordenan parar. Al ver mi uniforme de la Sinclair se escucha una voz desde dentro del patrullero: “¡Déjalo pasar!, este trabaja en el servicentro y se lleva bien con nosotros”. Me vino el alma al cuerpo.
«Otro momento de alto riesgo fue durante la segunda quincena de diciembre de 1958, en una ocasión que me trasladaba por la misma ruta, iba con una jaba con varios cocteles molotov preparados. Al pasar por la esquina veo un jeep del ejército parqueado en la calle. Continúo sin inmutarme y cuando estoy llegando al vehículo me detienen y mandan a bajarme inmediatamente. Se me acerca un militar, me pregunta por mi procedencia y le explico que vengo de mi trabajo. Luego indaga sobre el contenido de la jaba y yo rápidamente le digo que no es más que ropa sucia. Enseguida la registra y me mira, pone la mano en mi hombro y dice: “¡Muchacho! Arranca, vete rápido”.
«En ese minuto pensé que me iban a aplicar la ley de fuga. Como todo estaba oscuro subo a la bicicleta sin mediar palabra y zigzagueo para evitar los disparos, pero increíblemente no pasa nada y al tomar la esquina pedaleo aún más fuerte para terminar de largarme de aquel lugar».

–Pocos minutos después de su ingreso a la Columna #8 «Ciro Redondo» inicia la Batalla de Santa Clara, ¿cómo describiría dicha acción combativa desde la óptica del recluta inexperto que fue?
–El 27 de diciembre de 1958 me indicaron que debía estar preparado para incorporarme a la Columna 8. Se combatía en los pueblos cercanos (Caibarién, Remedios y Placetas) y esperábamos el ataque a la ciudad de Santa Clara en cualquier instante. El día después recibo la orden y a las primeras horas de la mañana se produce el primer combate con un carro de la policía, que le ocasiona varias bajas al pelotón de la retaguardia al mando de Rogelio Acevedo.
«Después avanzamos sobre la ciudad y entablamos el combate en las inmediaciones de la Loma del Capiro y alrededor del tren blindado. Es en este momento que empiezo a comprender lo que es la guerra. Probablemente por mi edad o mi poca experiencia combativa, pero nunca había visto a los aviones bombardeando a la población indefensa, eso me marcó mucho. Una cosa es hablar de la guerra y otra muy distinta es estar en el frente de combate.
«En lo personal pensaba que la batalla iba a durar como mínimo un mes, pero no contaba con la astucia del Che, ni el valor de esos hombres que sin más armadura que sus pechos desnudos le hacían frente a los tanques blindados. Sin duda la caída tan rápida de Santa Clara en manos rebeldes, aceleró la huida del tirano y por consiguiente el triunfo de la Revolución (…)».
–¿Cómo reaccionó entonces ante la huida del tirano?
–Al recibir en la mañana del 1ro. de Enero las dos buenas nuevas: la huida de Batista y la rendición incondicional del regimiento #3 Leoncio Vidal, mi alegría era muy grande, incluso al principio pensaba que no era verdad. Fui para mi casa, todos sabían la noticia y tanta gente no podía estar equivocada, abracé a mis padres, mis amigos y asimilé como cosa del pasado esos años de luchas, encarcelamientos, torturas y muerte. Un momento muy feliz.
–¿Volvería a luchar por la Revolución?
–Absolutamente. Sin dudarlo un segundo, sigo muy vinculado a la obra de esta Revolución y no me lo imagino de otra forma. Muchos en mi generación nunca se cuestionaron las causas de su lucha y no pensamos empezar a dudar ahora medio siglo después. Si bien es cierto que hay cosas mejorables, también es verdad la sentencia tan cierta que dice: «todo tiempo pasado fue peor».
–Defina en una palabra la esencia de esta Revolución.
–Hay un nombre para describirla: Fidel Castro Ruz.
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jorge luis dijo:
1
21 de noviembre de 2018
12:43:00
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