ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
En octubre del 2014, el ébola infectaba a cinco sierraleoneses cada hora. Foto: Tomada de telegraph

Lo entrevisto después de las 10 p.m., porque está de guardia, y es usual que la noche avance suave. La tarde no. Esta tarde, por ejemplo, llegó un niño golpeado por un auto, otro que había recibido el golpe de la pata de un caballo en el estómago, dos docenas de niños con catarro u otras infecciones respiratorias, que ahora están en alza, por las lluvias. Pero de noche, mientras no haya urgencias, ocurre poco: revíseme este análisis; mire a ver esta placa. Y Alberto, mientras conversa conmigo en el parqueo del hospital Naval, cruza las piernas, examina, decide, y se relaja: enciende un tabaco, disfruta el humo.

Alberto tiene 36 años y cuatro años antes nunca había fumado. Empezó a hacerlo como una manera de intimar con la muerte, por las noches. Entonces era octubre del 2014 y él era el pediatra de la brigada de 16 médicos y 25 enfermeros que había llegado al distrito de Port Loko, Sierra Leona, a contener el ébola.
Por esos días, el virus infectaba a cinco sierraleoneses cada hora. Y Cuba había enviado 165 especialistas a hacerle frente. Alberto no conocía el ébola. O sí: lo había estudiado en la carrera, pero los síntomas son muy variables, y nadie tiene claro cómo afrontar algo real si solo lo ha visto en libros. Por eso, la semana antes del viaje, Alberto y los demás especialistas recibieron un curso de preparación epidemiológica, sicológica, de seguridad: aprendieron a conocer los límites, síntomas, posibles complicaciones: aumentaron la percepción del riesgo. «Porque el enfermo de ébola no tiene un cartel que dice Tengo ébola. Es un paciente común y corriente, que puede incluso estar asintomático, y contagiarte».

Los primeros síntomas son fiebre más dolores musculares, de garganta o jaquecas. Luego, náuseas, diarreas, vómitos. Pero los síntomas pueden aparecer varias semanas después de que el paciente esté infectado. Y el virus se contrae por contacto con cualquier fluido corporal: saliva, semen, sudor. Así que para Alberto, que ahora se levanta del muro del parqueo, observa a contraluz, desde una placa, los pulmones de una niña, dice a la madre, que espera, nerviosa, que está bien, que ya pueden irse a casa, y abraza a la madre y saluda al padre con la mano que no tiene el tabaco, el primer problema fue acostumbrarse a saludar cubanos con los codos. Y a los pacientes no.

A los pacientes, según le habían enseñado en Cuba, y luego allá, recién aterrizado, en otro curso con la OMS, había que tratarlos desde el interior de los EPI (equipos de protección individual): trajes enterizos, guantes, botas de goma, una capucha al nivel de las cejas, una máscara plástica en la cara que podía ser, también, un nasobuco con unas gafas. Encima del traje, se colocaba un delantal de nailon. Cada vez que un especialista trataba a un paciente, tenía que entrar al área roja, el área de cambiarse las ropas, desechar el traje que llevaba puesto y meterse en uno nuevo. A este proceso le llamaban Danza de la muerte. Dice Alberto que era el momento más riesgoso del día. Y que ocurría cada diez minutos.

Port Loko es un distrito sin electricidad en la Provincia del Norte. Los que pueden, se alumbran mediante plantas eléctricas. Los que no, están a oscuras por las noches, excepto por algunas luminarias que encienden en las calles principales, y que se recargan durante el día por paneles solares. En Maforki New, el improvisado Centro de Tratamiento de Ébola, los pacientes esperaban apiñados en bancos, en el suelo, en cajas de cartón. Niños y adultos. La brigada cubana impuso el orden. Separó a los adultos de los niños, en naves, porque se habían dado casos de padres infectados cuyos hijos, después de someterse a las pruebas de rutina, de descartar, sobre todo, el paludismo, que es la enfermedad típica de África, estaban sanos, y era necesario trasladarlos hacia centros seguros.

El orden, sin embargo, fue un problema para la pediatría, porque en Sierra Leona, cuyo idioma oficial es el inglés, hay altos índices de analfabetismo, y muchos nativos se comunican mediante dialectos. Por tanto, los cubanos se entendían con sus pacientes adultos a través de un traductor. Pero el niño pequeño no aporta datos, porque aún no ha desarrollado el habla. Entonces el pediatra debe orientarse a través de los padres para, a partir de la descripción de estos, y del examen físico, diagnosticar. Y en Maforki New, hemos dicho, los niños, por su bienestar, estaban en naves lejanas a los adultos.

Los que quedaban huérfanos, y sanos, eran puestos a cargo del Estado. Los enfermos, como no existe cura, recibían tratamiento sintomático: atenuación de síntomas, para intentar la supervivencia a partir de las defensas del organismo. Los embarazos también se asistían en Maforki New. Pero el niño que nace de una mujer con ébola, tiene ébola. Fallece, al cabo. El primer paciente que atendió Alberto fue una embarazada de 13 años. Sus padres, como el resto de la aldea donde vivían, habían muerto por ébola. Y ella había llegado hasta la clínica como sospechosa (cualquier persona que conviva con ébola es sospechosa de tenerlo). Sola, con miedo. Aparentemente sana. Pasó 48 horas sana. Y falleció.

Después de ella, hubo días de 80, 90, cien pacientes. Y noches de uno y medio o dos tabacos. «Porque a la muerte nadie se acostumbra».

De madrugada, cuando sonó el teléfono, Alberto había llegado a su casa después de 24 horas de guardia.

Desde hacía más de un mes, estaba a cargo totalmente de su hijo de dos años, mientras su esposa cuidaba a su hija, que había ingresado en el Oncológico, en periodo de inducción de la leucemia. Alberto contestó. Le preguntaron por su disposición a formar parte de la Brigada Médica Henry Reeve. Respondió que tenía que consultarlo. Sus padres accedieron a hacerse cargo del niño. Una semana después, Alberto aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Lungi, Sierra Leona.

En Port Loko, trabajaban dos turnos diarios de seis horas, en equipos conformados por clínicos, médicos intensivistas, especialistas en MGI. Discutían los casos. A veces, se daban complicaciones que, en otras condiciones, hubieran sido franqueables. Sin embargo, no podían ejecutar los medios de intervención cotidianos en Cuba: terapia intensiva, ventilación mecánica. «Hacerlo era humanamente imposible: el riesgo de infección era muy elevado». En cuestiones de riesgo, los más expuestos eran los enfermeros. Es lógico. El médico, decide. El enfermero, ejecuta; está en contacto estrecho con el paciente.

El primer profesional de la Salud, cubano, muerto en Sierra Leona fue un enfermero: Reynaldo Villafranca, el 18 de enero del 2015. Por paludismo. Alberto, como toda la Brigada, fue parte del sepelio. Entonces, dice, mucha gente tuvo miedo a morirse.

–Ese mosquito podía haber picado a cualquiera de nosotros…

–¿Era tu miedo más grande?

–Mi miedo más grande era equivocarme, y que mi equivocación pudiera afectar a los demás. El resto, se sobrelleva.

Para aliviar la impotencia, la frustración, aparecía el llanto; y los e mails, las galerías de fotos. Durante el tiempo libre, en la villa de descanso, jugaban dominó, veían series en internet, leían. Dormían poco.

–Lo que más me dolió fue… cuando se enfermó Félix (Félix Báez Sarría, especialista en Medicina Interna: el único cubano que contrajo el ébola, en noviembre del 2014). Y el momento más feliz, cuando fui a recogerlo al aeropuerto, porque a él lo trataron en Ginebra, estuvo un tiempo en Cuba, y regresó.

Hacia marzo, la mortalidad infantil en Port Loko había bajado en más de un 60 %. Según Alberto, era el resultado del empeño, de las adecuaciones al esquema de tratamiento, de los protocolos de atención que se instauraron. Era, dice, también el resultado de la atención sicológica al paciente, «porque estamos hablando de personas carentes de cuidados, y ese calor humano los estimuló mucho; incluso, ¿por qué no?, los ayudó a rebasar la epidemia».

Así que, mientras iba en automóvil hacia Freetown, la ciudad capital, a cumplir el periodo de cuarentena antes de volver a Cuba, escuchó que alguien gritaba: thank you!, thank you! Y él, que es fuerte y grande, un negro duro de San Miguel del Padrón, se dio la vuelta; le dijo adiós desde la ventanilla mientras Port Loko iba quedando atrás.

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alicia cedeño dijo:

1

18 de mayo de 2018

03:16:19


Albertico es un médico excelente, un digno representante de los médicos cubanos que ofrecen a los países del mundo todos sus conocimientos para salvar vidas, a veces poniendo incluso en riesgo la suya.

Alejandro Fernández Costa dijo:

2

18 de mayo de 2018

09:04:54


Hermosa página de la historia del mundo,de la cual,por supuesto,no se habla.Divulguémosla más.Eso también son Derechos Humanos.

Annia García Milanés dijo:

3

18 de mayo de 2018

09:49:13


Ese moreno grande y fuerte tiene un corazón inmenso y noble, tuve la oportunidad de compartir años de estudio con el, es mi amigo y colega. Sabía que sería un profesional maravilloso. Felicidades, deber cumplido.

Enmanuel (PICHY) dijo:

4

18 de mayo de 2018

15:43:51


Mi buen amigo y colega Albertico, Tanque, como te puse cariñosamente jajajaja, fueron dias muy intensos cargados de muchas emociones, me has hecho recordar muchisimo aquellos momentos, tristes y alegres, un abrazo mi hno, de corazón. te acuerdas como haciamos ejercicio en el Hotel Sea Side?, como corriamos para mantenernos en forma, las cuclillas, los abdominales...etc. o aquella vez que aunque en la distancia tiramos flores al mar, recordando a Camilo!! Grande Albertico poder compartir contigo y el resto de los colegas aquellos Ebolizantes días.