
Cuando el centro de Irma se posó sobre los cayos al norte de Sancti Spíritus en el amanecer del sábado 9 de septiembre, el Instituto de Meteorología confirmó que justo a esa hora el evento más poderoso y violento formado en la historia del Atlántico producía vientos huracanados desde el norte de Las Tunas hasta Mayabeque.
El vendaval, que de una u otra forma alcanzó 12 provincias del país y provocó daños superiores a los 13 000 millones de pesos, también produjo heridas profundas en la geografía espirituana, especialmente en el sector inmobiliario, el servicio eléctrico, el abastecimiento de agua, la agricultura y las comunicaciones.

Los custodios y directivos del centro porcino de Carbó aseguran que cuando los vientos amainaron, en horas del mediodía, ellos creyeron haber regresado del infierno; los responsables del Parque Nacional Caguanes tardaron semanas rompiendo montes y rehaciendo senderos para llegar a la costa; la presa Zaza, que meses atrás había estado a punto de morir de sed, comenzó a ser pequeña para las crecidas y Rosalba, una guajira de la comunidad de Victoria, todavía recuerda el lugar exacto donde dejó la máquina de coser, el televisor y la bicicleta; donde los dejó y donde los perdió…
De la otra película, de cómo una provincia entera se fue a vivir mañana, tarde y noche con los más afectados, a construir soluciones colectivas como el nuevo barrio de tabla de palma que le nació a Seibabo, a dar ánimo y cobija, a multiplicar los panes y las tejas… habrá que seguir escribiendo mientras pervivan en el imaginario colectivo aquellas 12 horas de vientos en las que literalmente no se podía ni siquiera asomar la cabeza.

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