Avezados reporteros dicen que todo periodista tiene que tener aguzado el oído siempre, por donde quiera que pase. Dicen, también, que es el mejor método para encontrar historias.
Sin embargo, disímiles pudieran ser las causas por las que, a veces, se va por la calle distanciados de lo que pudiéramos tener a pocos metros. Así iba aquella tarde, pero las palabras de una señora me desconectaron de las preguntas que repasaba camino a una entrevista.
Su hijo, menor de diez años, quería tomar las riendas del coche en el que iba, para aprender cómo se dirige aquel animal que, seguramente, se le asemejaba muchísimo al caballito blanco, de Onelio Jorge Cardoso.
La madre no lo dejó tomar las riendas de su deseo. «Tú tienes que estudiar, licenciarte y coger pa' afuera. Aquí no te puedes quedar», así le dijo en una mezcla de regaño y lección para la vida. Un español tajante.
Ella, quizás, creyó que por aquel antojo del niño él soñaba con ser cochero. Y eso le pareció vergonzoso. Además, le dio la idea de que cuando creciera el pequeño, trabajaría en Cuba, algo «descaballado» para ella. Sin embargo, el menor debía estudiar y licenciarse aquí.
La señora, tal vez, no conoce el artículo específico de la Constitución de la República de Cuba, en el que se expresa la garantía del Estado para que todas las personas tengan acceso al estudio. Es probable. Pero sabe que su niño, como todos en la Isla, tiene derecho a una escuela. Es testigo, por la experiencia diaria que, como expresa el artículo 40 de la Carta Magna, «la niñez y la juventud disfrutan de particular protección por parte del Estado y la sociedad».
Claro está que los padres en Cuba aspiran a que sus hijos venzan la enseñanza media y se formen, luego, como profesionales. Incluso, son los más temblorosos cuando corren las pruebas de ingreso a la universidad porque saben que estas son el preámbulo del título correspondiente. Hasta aquí las ambiciones son lógicas, más cuando se conoce que la educación, en este pequeño lugar del planeta, es gratuita y de calidad.
Sin embargo, las aspiraciones se complican cuando el niño crece bajo la idea de aprovecharse de que la formación educativa en Cuba goza de prioridad para, una vez graduado, abandonar el país y ser exitoso en otro lugar del mundo.
No pretendo, con esto, señalar con el dedo a los miles de cubanos que viven y laboran como excelentes profesionales en otras latitudes, con la premisa del conocimiento adquirido en la Isla. Cada quien decide su futuro, aun cuando este no sea vivir en Cuba. Aquí no está el problema.
La cuestión radica en visualizar la formación universitaria como sinónimo y puente directo e inviolable de salida del país; pensar en ser profesionales con ese único objetivo en la mirada, y creer que en Cuba, como dijo aquella madre, no nos podemos quedar.
¿En qué manos está el futuro de los pueblos, si no en las de los jóvenes? Para la transformación social, la educación es necesaria. Como preciso es, también, verla cual oportunidad para ser partícipes y protagonistas del mejoramiento de la tierra en la que nacimos –incluso si no estamos en ella–, y no como un pie forzado a relegar el terruño. Es valerse de la educación cubana para convertir a los hijos en expertos cocheros, encargados de tomar las riendas de este país.
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Marcos dijo:
1
15 de noviembre de 2017
06:16:29
jorge. dijo:
2
15 de noviembre de 2017
08:01:09
Orlando dijo:
3
15 de noviembre de 2017
10:52:43
fernando dijo:
4
15 de noviembre de 2017
12:06:09
Andrews dijo:
5
15 de noviembre de 2017
17:39:16
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