PINAR DEL RÍO.–Daniel García Bravo lleva las cuentas al pie de la letra. «Ya cumplimos 11 años, lo que es igual a decir 132 meses, 528 semanas, 4 015 días, 96 360 horas, sin parar», dice, y luego remata con orgullo: «hemos pasado la prueba del tiempo».
Ni siquiera en los días feriados, la juguera que sostiene desde el 2006 con las producciones de su finca, en el hospital Abel Santamaría, la principal institución de salud de Pinar del Río, ha dejado de funcionar.
«Incuso cuando hay que pintar o dar mantenimiento, lo hacemos de madrugada, para no afectar el servicio», asegura Daniel.
Cuenta que todo surgió por iniciativa del movimiento de la agricultura urbana, suburbana y familiar, en una oportunidad en que tenía una cosecha muy grande de frutas.
«Nos hicieron la propuesta de abrir una juguera, que sería la primera de su tipo de la provincia, y se escogió el hospital, por el impacto social que podría tener allí», añade.
En un principio, no se concibió que funcionara las 24 horas, pero al cuarto día de labor, quedaron más de 200 jugos sin vender, así que le propuso al custodio que probara a ver si tenían aceptación en la noche y la madrugada, entre los acompañantes de los pacientes ingresados en el hospital y el personal de salud.
«Cuando llegué a la mañana siguiente, los había vendido todos, y ahí mismo decidimos que permaneciera abierta a tiempo completo».
Desde entonces, afirma que no ha cerrado nunca.

Al cabo de más de una década, reconoce que ha sido un reto mayúsculo, que no solo implica producir una cantidad determinada de frutales, sino además saberlos conservar para cuando pasa la época de cosecha, velar por las normas de higiene, garantizar grandes volúmenes de hielo, entre otros detalles.
No obstante, advierte que si de conjunto con su cooperativa, –la CCS José María Pérez– lo han asumido, es porque «sentimos que somos útiles por estar haciendo esto, en un lugar muy sensible, y con precios asequibles.
«El vaso de jugo natural, por ejemplo, cuesta un peso, y la piña colada, las coladas de otras frutas y los cocteles, cuestan tres», detalla Daniel.
La experiencia de la juguera en el Abel Santamaría, en su momento le valió a él y a su finca La Cabaña, ubicada en las afueras de la ciudad de Pinar del Río, la doble excelencia de la agricultura urbana, suburbana y familiar, una distinción conocida también como la doble corona.
Pero no es el único reconocimiento que ha recibido. El trabajo sostenido en una tierra que hasta finales de los años 90’, apenas tenía capa vegetal, le ha permitido sumar desde entonces, la tercera, la cuarta, y la quinta coronas.
«Cuando llegamos aquí, hace casi 20 años, toda esto era guao y piedras», dice mientras señala la finca, en la que hoy crecen 39 tipos distintos de frutales y además se siembran otros cultivos como el tomate.
«Primero tratamos de acondicionarla con un tractor, pero el arado se trabó en las piedras y se volcó. De modo que tuvimos que hacer todo a mano».
Al inicio, solo se plantó fruta bomba, pero con la asesoría del movimiento de la agricultura urbana y la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (Actaf), se irían sumando decenas de cultivos.
Además, La Cabaña cuenta con una laguna artificial para la cría de peces, una nave para la cría porcina, un biodigestor para el tratamiento de residuales y la obtención de energía limpia, y una mini-industria para procesar cuanto se coseche en ella y en otras fincas de la cooperativa.
Su logro más importante, sin embargo, ha sido abrir y mantener varias jugueras en la capital pinareña en centros educacionales y de salud.
«Después de la del hospital, con el apoyo del consejo de la administración provincial y del sistema de la agricultura, creamos otra en el hogar matero.
«Luego el rector de la Universidad Hermanos Saíz solicitó que se ubicara otra en un local que había funcionado en ese centro como cafetería, y la última se puso en la EIDE Ormani Arenado».
En total, más de 2 000 vasos entre jugos y coladas se venden todos los días en los cuatro establecimientos que Daniel, con el apoyo de otros productores de su cooperativa y de la zona, mantienen abiertos en la ciudad.
Con el tiempo, y la ayuda de varias instituciones, la iniciativa ha ido ganando en organización. En la mini-industria se reciben las frutas, se procesan y se envían a las jugueras (donde se terminan de elaborar los jugos naturales y las coladas).
Las que no se consumirán en el día, se embotellan o se guardan en un sistema de frío que estaba desahuciado en una empresa, y que a base de innovaciones consiguieron recuperar.
A pesar de todos los años de experiencia, Daniel afirma que para asegurar que el servicio no se detenga, se requiere un esfuerzo muy grande, porque constantemente surgen contratiempos. «A veces hay roturas en la fábrica de hielo o falta el agua o se nos rompe una batidora o se para el transporte».
Aun así, aclara que nada ha impedido que todos los días las unidades abran sus puertas al público.
Incluso señala que aprovechando la infraestructura y los medios que ya existen, la cooperativa pudiera crear nuevas jugueras en sitios como el IPVCE Federico Engels o el hogar de ancianos.
Con la quinta corona de la agricultura urbana en sus manos, este técnico medio en economía devenido campesino, asume el reconocimiento como un compromiso para seguir sacando el máximo de la tierra, y que las unidades abiertas en escuelas y centros de salud, no dejen de dar servicio.



















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