ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Lourdes Martínez y Lázaro Vázquez con su primer hijo, Mario. Foto: del autor

El viejo de hoy entonces era un niño. Aprendía rápido en matemáticas y llegó hasta sexto grado. Su padre era maestro azucarero, pero al llegar el tiempo muerto se ocupaba como carpintero en el central de Limones, en la bella Matanzas. Con el fin de la zafra de 1954 ya el niño Tato tenía fuerza para ayudar. Las cinco hermanas, que hasta ese momento lo habían consentido, así lo llamaban: Tato.

A los 19 años ya era un héroe joven. De esa forma lo veía ella. El teniente Vázquez: un chiquillo que venía de Playa Girón, del combate, a enseñar en la Escuela de Milicias del pueblo Camilo Cienfuegos; vestido de verde olivo y con los ojos del mismo color. Ella iba en bicicleta y le daba vueltas a la posta. Lo enamoró. Pasarían pocos meses para que ella hiciera cualquier cosa por él, incluso, seguirlo en sus ideales. El primero de septiembre de 1962, en la boda, ella firmó dos compromisos, con él y con su país. Y esa promesa sería necesaria por los tiempos duros que llegarían en octubre de ese año, para ellos y para Cuba.

Nury había estudiado en un colegio privado y no tenía responsabilidades. Solo juntaba 15 años de vida. El pueblo de su niñez se llamaba Hershey como el propietario del central más importante de la zona, que daba trabajo a muchos. Para aquellos años su padre trabajaba en este y otros negocios de la familia. Pero cuando con la Revolución la fábrica azucarera dejó de ser privada y tomó el nombre del Héroe de Yaguajay, el cabeza de familia siguió haciendo todo tipo de trabajos, llegó a emplearse como repartidor de periódicos Hoy y se integró pronto a las milicias. La hija no tenía por qué preocuparse, pero quería ser de alguien más que solo de sus padres, pues pensaba mucho en el amor. Deseaba crear su propia familia y tener hijos.

El teniente y Nury vivieron su primer mes durmiendo juntos. No pudieron viajar a La Habana, para ver la luna desde otro punto y notar que era de miel como muchos decían, porque él debía permanecer cerca de su unidad. Aun así, fueron felices quedándose en el lugar donde se habían conocido. Pero a su alrededor, en el país, el ambiente no era de paz. Cuba estaba amenazada por mar y aire e incluso peligraba su lugar en el mapa del mundo. Después de 1959, los EE.UU. pretendían que la Revolución fuera apenas un desliz en su dominio y planeaban un ataque directo.

En estado de alerta, todos los cubanos sabían que algo grande se preparaba en la Isla con ayuda traída del Este. El viejo Vázquez recuerda:

–Por las noches veíamos pasar rastras convoyadas con escoltas, que transportaban los cohetes. Uno de los emplazamientos fue en la sierra de Santa Cruz del Norte.

Los aviones de reconocimiento norteamericanos venían traspasando los límites permisibles en el espacio aéreo cubano. Estos habían descubierto emplazamientos para misiles, y como resultado la cia hizo pronósticos bastante exactos de cuántos serían. El 14 de octubre de 1962 un avión u2 capturó la imagen de una posición de lanzamiento de cohetes r-12 de alcance medio en la región occidental. El día 16 la fotografía llegó al entonces presidente estadounidense John Kennedy y se desató la planificación ofensiva. El peligro nuclear era recíproco: Cuba, los EE.UU. y el mundo estaban en crisis.

Una nota, publicada en el periódico Hoy, informaba a los cubanos de la situación: «A las cinco y cuarenta de la tarde de ayer, el Primer Ministro como Comandante en Jefe de la Fuerzas Armadas, dio la orden de alarma de combate, que solo se establece en los casos de más crítico peligro, a todas las Fuerzas Armadas Revolucionarias».

El militar Lázaro Vázquez era oficial de guardia la noche del 22 de octubre de 1962 en que escuchó las palabras de Fidel y dio en su propia unidad la alarma de combate. Enseguida toda la división ocupó su posicionamiento en el litoral Cocuní, entre Santa Cruz del Norte y Canasí.

–Apenas me pude despedir de él. Me dio un beso y un golpe en la frente con su casco– dice ella.

Así pasaron más de 15 días. Él comenzaba sus estudios de ingeniería improvisando trincheras, refugios, puestos de artillería y otras fortificaciones de campaña. Ella se unía a la brigada sanitaria del hospitalito que pertenecía al Cuerpo de Ejército del Oeste, en la sede de la Federación de Mujeres Cubanas, ubicada en el central. Curaba a un miliciano que había volcado el carro entre la agitación y el apuro con que pasaban las horas de octubre.

Nury le escribió a Lázaro:

«Ayer oímos a Fidel, verdad que habló lindo (…) Cuando llegaste no pudimos ni hablar, pero yo estoy contenta de saber que estás bien. Estoy de guardia por la noche. La sopa en lata que te mandé caliéntala y te la tomas (…) Nos amenazan con el ataque nuclear, pero no nos asustan, nos tranquiliza saber que serían exterminados. (…) Chino, sin más tu mujer que te espera firme y consciente de que esto es,

                                           Patria o Muerte.

                           Tuya, Nury»

Él estaba con la mente y el cuerpo agotados. Pero la cabeza no descansa siempre que el cuerpo reposa. Por eso sentía que todo lo que estaba ocurriendo tenía una causa directa en él, pensaba en como defendió su puesto en Girón y veía lo que ocurría en ese octubre como una venganza de los norteamericanos, como la ira de quien no acepta la derrota.

Ella volvió a escribir cinco veces más. Le contaba de lo cotidiano y del miedo: a lo que no conocía, a lo fatal y a las caras asustadas de los demás. Le hablaba de su odio, además de su determinación para no irse a dormir a casa de sus padres y quedarse cuidando de otros. Copiaba –en las hojas de libreta que le enviaba por medio de otros soldados– sus deseos de tener hijos con los ojos de color olivo y sobre todo su esperanza de que todo no acabara en octubre.

En pocos días la Unión Soviética negoció con los EE.UU. el hecho de suspender el peligro atómico sin contar con Cuba. Fidel planteó que el territorio cubano no sería violentado por más vigilancia norteamericana y le dijo a los cubanos y al mundo los cinco puntos de los principios de la Isla. Poco a poco las tropas fueron retirándose y las mujeres dejando la enfermería y sus tareas de apoyo en todo lo necesario.

A los 55 años del casamiento y la crisis, ellos aún se sientan en sillones contiguos. Él nunca respondió las cartas. Cuando le pregunto a ella qué sintió por eso, responde:

–Él era un militar y estaba ocupado. Cuando yo lavé sus camisas las cartas estaban siempre en el bolsillo izquierdo. Lo que nunca le perdono es que mis dos hijos no tengan los ojos color olivo.

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Carlos Alberto dijo:

1

25 de octubre de 2017

04:15:44


FELICIDADES !!!!!!! Les deseo mucho Amor , Salud y Felicidad a toda la familia. Gracias.

alicia dijo:

2

25 de octubre de 2017

08:49:17


tengo el gran placer de conocerlos , ambos como vivieron muchos años en hershey mis padres eran muy buenos amigos ese niño de la foto y yo fuimos juntos a la escuela y cuento aun 54 años despues con su amistad al igual que su hermana, me causo mucho regocijo leer este articulo y me remonto a mi niñez, muchos recuerdos llegaron a mi mis padres que infelizmente no lograron sobrevivir esta etapa y los cuales hubiesen cumplido al igual que nury y vasquez 55 años pues en esa etapa un grupo de jovencitas y jovencitos en hershey contrageron nupcias y al igual que ellos no pudieron disfrutar de su luna de miel eran tiempos muy convulsos cuando la patria llamaba y bestidos de verde olivo nacimos nosotros herederos de esa generacion que hoy envejece con muchos recuerdos lindos con patria o muerte

lourdes camacho porta dijo:

3

25 de octubre de 2017

09:16:37


felicito a la novel periodista, le auguro triunfos en su carrera, el reportaje muy tierno y emotivo, esas historia ennoblecen a los cubanos, seguro que hay muchos vazquez y lourdes por ahi, anonimos, sigue asi que vas bien.

Maria josefa dijo:

4

25 de octubre de 2017

09:16:09


Bella historia de amor y patriotismo. Así somos los cubanos, la patria ante todo y el corazón siempre llenovde amor.