YAGUAJAY, Sancti Spíritus.–¡El acabose! Ese es el término que se ha vuelto viral entre los pobladores de Mayajigua para calificar los estragos del huracán más bravo de todos los que hayan azotado el norte espirituano, «un castigo de la naturaleza –dice Camilo Oquendo–, que primero nos llevó los techos y luego nos convirtió el piso en un pantano».
Mayajigua significa en lengua aborigen «la tierra de las aguas», una denominación extendida a muchas de sus comunidades más cercanas –El Río, Aguasanta, El Chorrerón, Aguada…–, que había quedado en entredicho meses atrás cuando hasta los manantiales del motel San José del Lago quedaron achicados por la obstinación de una sequía que parecía interminable.
«Nosotros necesitábamos la lluvia pero también nos mandaron el viento», cuenta una vecina de la calle Serafín Sánchez, que sabe la velocidad que alcanzaron las rachas en el cercano poblado de Falla, en Ciego de Ávila –250 kilómetros por hora– pero que «se juega el pescuezo» a que en Mayajigua fueron todavía más fuertes.
Al menos eso fue lo que sintieron allí al amanecer del sábado 9 de septiembre y lo que se encontraron al mediodía cuando por fin la gente se atrevió a abrir las puertas para descubrir un panorama que los más viejos solo comparan con el rastro dejado por el Kate, en el ya lejano 1985.
«Mayajigua ya está parándose, pero ese día daba lástima», contó a la prensa local Lázaro García Hernández, presidente del Consejo Popular, quien más que todo se duele de haber perdido buena parte de los beneficios que dejó para el pueblo el programa de rehabilitación comunitaria que tiempo atrás aterrizó en la zona con una nueva terminal de ómnibus, la creación de un área wifi y la recuperación del Palacio de Pioneros.
En la propia calle Serafín Sánchez, la principal de Mayajigua, el proyecto maquilló la Farmacia, el Registro Civil, la Biblioteca, el Correo y la Casa de Cultura, entre otros, ahora casi todos despeinados en el mejor de los casos o peor aún, con el cielo como techo.
LA CRECIDA DEL AGUACATE
Dicen que cuando empezó a subir el río Aguacate, un arroyo de mala muerte que circunda Mayajigua, en el motel San José del Lago, de la cadena Islazul, más de uno creyó que frente a sus ojos lo que realmente estaba pasando era una crecida del Amazonas.
Cómo los trabajadores de la instalación salvaran los techos, los paneles solares, los equipos de clima y hasta la última copa en medio de las ráfagas de viento y el diluvio posterior es una pregunta que ellos mismos están sugiriendo al equipo de dirección de el programa televisivo La neurona intranquila.
La respuesta, sin embargo, tiene que ver seguramente con la meticulosidad del colectivo, que primero se esmeró en la prevención y luego se adelantó en la etapa recuperativa al punto de que el centro podría estar ingresando turistas en los próximos días, e incluso ya alberga brigadas de la Unión Eléctrica y un contingente de trabajadores del turismo llegado desde la provincia de Granma.
Jorge Luis Franqueiro, director general de Islazul en la provincia, y Beisy Valdés, directora del centro, concuerdan en que los daños principales registrados en la instalación radican en su patrimonio forestal, un atributo excepcional del motel que quedó muy lastimado, y en algunos ejemplares de la fauna que habitaba el lugar como su colonia de garzas.
¡ESTAMOS VIVOS!
Las fuerzas del Ministerio de la Construcción habían recogido miles de metros cúbicos de basura en las calles de Mayajigua hasta el pasado viernes, cuando ya el pueblo comenzaba a despabilarse tras la tragedia y se volcaba a la limpieza y a las restantes labores productivas y de servicios que poco a poco se van instalando otra vez en la rutina de la gente.
Irismelba Pérez y María Victoria Díaz, trabajadoras del restaurante La Fragancia, apelaron a su fogón de leña y sin terminar de secarse muy bien salieron para el portal a vender croquetas «porque la gente tiene que calentarse las tripas con algo» y Sonia Santos está repensando su estrategia para dejar amarrado el techo al menos para lo que queda de temporada ciclónica.
Su casa fue abrigo para 19 pobladores del barrio La Campana, uno de los sectores más humildes del pueblo, donde a la hora de la verdad los árboles se tejían en el piso y las planchas de zinc parecían papalotes, o más bien chiringas sin rabos, volando hacia los cuatro vientos.
A esa hora Yodarxis Cardoso, directora de la Casa de Cultura, estaba pensando en tantas cosas a la vez que casi no puede recordarlas: la familia, las amistades, la casa, el centro de trabajo… Una semana después se siente más centrada: «Es normal que la gente esté abatida con lo que nos pasó, pero nadie puede olvidar lo principal: ¡Estamos vivos!».








    
    










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osniel dijo:
1
19 de septiembre de 2017
03:53:32
El Guajiro de Mayajigua dijo:
2
19 de septiembre de 2017
05:59:31
Karel Jorge Fernández dijo:
3
19 de septiembre de 2017
09:03:52
Yaite dijo:
4
19 de septiembre de 2017
11:37:33
Victor balmaseda dijo:
5
19 de septiembre de 2017
18:04:39
Miguel Angel Alvarez dijo:
6
20 de septiembre de 2017
12:22:42
BDPZ dijo:
7
20 de septiembre de 2017
12:41:06
Yureidy Perez dijo:
8
23 de septiembre de 2017
09:20:38
Carlos Balmaseda Espinosa dijo:
9
26 de septiembre de 2017
00:16:24
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