PUNTA ALEGRE, Ciego de Ávila.–Sobre las 11:10 de la mañana llegaba un viento sereno y pausado desde la costa. Un niño conducía los manubrios traseros de una carretillita de dos ruedas con un colchón encima, envuelto en nailon y hecho un cilindro que sobresalía a uno y otro lado del cajón de madera. Tras el niño, un hombre con sombrero caminaba con un televisor sobre los hombros mientras otro, más joven, sin camisa, arrastraba una carreta más grande llena de cosas.
Cruzaron la línea del tren y luego desaparecieron, detrás de la línea del horizonte.
De frente a la explanada donde estamos hay un par de chimeneas imponentes delante de dos naves conectadas por los cables eléctricos que salen desde los postes y también conectan las casas. Algunos árboles.
Detrás de las dos naves está el mar.
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El puesto de mando es una casa de mampostería con algunas antenas en el techo. Detrás del muro hay un policía con una capa de agua doblada bajo el brazo. Algunas gentes. Dentro, en una oficina, los jefes del Consejo de Defensa verifican el parte meteorológico desde el televisor. Hay una mesa con radiotransmisores y teléfonos que todavía funcionan.
Dice Juan Carlos Balmaseda Hernández, presidente del Consejo de Defensa local, que hay cuatro centros para evacuación disponibles en Punta Alegre: la Oficina de Tropas Guardafronteras, la Oficina de Mina de Yeso, la secundaria básica José Antonio Echevarría y el preuniversitario Joaquín de Agüero.
–En cada albergue hay un médico, una enfermera, tres personas del Consejo de Defensa, un carro para moverse y un ómnibus localizable por si hay una movilización urgente. Y si en algún momento hace falta, tenemos los grupos electrógenos en cada uno de los lugares –explica.

Punta Alegre es un pueblito pesquero con 7 665 habitantes.
Dos mil de ellos están evacuados en casas de vecinos. 675 en albergues.
–Priorizamos que la gente se refugie en casas particulares porque, como esto es un pueblo pequeño, prácticamente todos somos familia. Y eso nos agiliza el trabajo.
«Por supuesto, evacuamos primero las 198 casas de la zona del litoral –dice Juan Carlos.
«Desde que declararon la fase informativa empezamos a hacer el levantamiento en las zonas, con los CDR. Y ahí tomamos las decisiones: pa’ los centros que van los albergados, y los centros de elaboración que tenemos que abrir».
–¿La comida está garantizada?
–Está garantizada. Por supuesto, ha habido dificultades que estamos tratando de resolver. Pero tenemos dos centros de elaboración funcionando, que van a abastecer a los albergues. Y si aparecen más dificultades, se resuelven…
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El pueblo es una suma equilibrada de casitas de placa y de madera. Hay una calle grande de la que se desprenden callejuelas con jardincitos, palmas, cocoteros. Hay árboles tumbados en la hierba que, dicen, estaban demasiado cerca de los postes. Hay cuerdas en los patios de algunas casas con ropas tendidas. Un almacén con muchas gentes fuera que van y vienen cargados de jabas con pan, galletas, dulces…
–Lo que pasa es que aquí hay muchas casas que son de madera y de zinc, y to’l mundo que tienen las casas así en ese estado estamos guardando los bienes en casas de placa y eso. Refugiándonos –me dice luego el hombre del sombrero, que regresa con el niño sentado en la cama de la carreta.
«En el resto del pueblo, nos vamos a evacuar en algunos lugares. Yo voy con la mujer mía pa’ la secundaria… Y este es el hijo mío, que va pa’ allá también».
–¿Desde cuándo no pasa un ciclón por aquí, que tú recuerdes?
–Bueno, el último fue… el más malo que pasó por aquí, que fue el Kate (1985), que estuvo Fidel aquí en el policlínico, y yo hablé con Fidel y me dijo que no me preocupara, que todo iba a salir bien, porque yo estaba preocupado porque el ciclón acabó con las escuelas, y acabó con el cine, y me arrancó 30 planchas de zinc en la casa. Y me dieron fibrocemento y le pusimos fibrocemento.

«Y bueno, ahorita ya nos empezamos a evacuar. Y después, a ver qué pasa, y a empezar a arreglarlo todo».
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Sobre las 12:30 de la tarde, un grupo de vecinos se acerca al puesto de mando. Dicen que algunas palmas están demasiado cerca de sus casas y puede haber peligro.
Juan Carlos entra, levanta el teléfono. Regresa. Dice que viene una grúa a levantar las palmas.
Luego subimos a una camioneta con altavoces que irá por el pueblo ultimando el parte, las indicaciones, porque el viento ya está bastante fuerte y empieza a lloviznar.



















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Leonel del Pozo Dinza dijo:
1
9 de septiembre de 2017
12:35:01
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