
PINAR DEL RÍO.–Cada vez que lo ven de regreso en la sala de oncohematología, con el cansancio propio de quien tiene la hemoglobina muy baja, los médicos bromean con Luis Mario Amarales Valera y le dicen: «Ven que te vamos a poner sangre de caballo, para reanimarte».
Pero a sus ocho años, Luis Mario sabe bien que ese líquido rojo que le devuelve las fuerzas, no proviene de ninguno de los animales que le mencionan los doctores.
Kenia, su mamá, se ha encargado de explicarle que las 49 transfusiones que ha recibido a lo largo de su vida, han salido de las venas de hombres y mujeres que realizan uno de los gestos «más bonitos del mundo».
Por eso le ha inculcado que «a los donantes voluntarios hay que ponerlos allá arriba, en lo más alto».
Cuenta que todo comenzó tras un chequeo de rutina, cuando el pequeño tenía apenas 18 meses de nacido. «Le salió la hemoglobina en cinco y los médicos enseguida se preocuparon.
«Lo transfundieron y lo remitieron al Instituto de Hematología e Inmunología, en La Habana, donde el estudio arrojó una enfermedad que le provoca el déficit de glóbulos rojos».
A partir de ese momento las crisis serían muy seguidas. «Cada vez que hacía una fiebre, le bajaba la hemoglobina y teníamos que salir corriendo para el pediátrico Pepe Portilla», recuerda Kenia.
Así ha sido durante los últimos años. «Ha llegado con la hemoglobina en cinco, en cuatro, en tres, sin embargo, nunca ha faltado la sangre para él», advierte la madre.
«Cuando se acaba en el hospital, porque ha habido que transfundir a un niño en la terapia, se llama al Banco de Sangre Provincial y en cuestión de minutos la resuelven».
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Ovidio Miranda Rodríguez, coordinador de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en Pinar del Río, señala que la provincia lleva más de 50 meses cumpliendo de manera estable su plan de 1 833 donaciones de sangre.
Cifras aparte, asegura que ello significa una garantía para los centros de salud del territorio, donde no existe un solo paciente aguardando por una donación para someterse a una intervención quirúrgica u otro tratamiento, ni tampoco hay dificultades para asumir los casos que se presenten de urgencia.
Este es el resultado del trabajo conjunto de los CDR con los consultorios del médico de la familia, para captar nuevos donantes, y mantener la atención de los que ya están, considera Ovidio.
Un ejército de más de 9 870 personas sostienen este valioso programa en la provincia, que solo en los últimos 12 meses, además de cubrir los requerimientos de sangre de los hospitales, aportaron 7 882 litros de plasma para la elaboración de medicamentos.
Entre ellos algunos con más de 30 años de trayectoria y varios cientos de pinchazos, como Nanchy López Camejo, pero también otros muy jóvenes, como los integrantes del destacamento de donantes voluntarios de la Universidad de Ciencias Médicas Doctor Ernesto Che Guevara, que solo en el último año sumaron más de 150 extracciones.
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Reinaldo López Hernández acababa de llegar a Angola, como parte de las fuerzas cubanas que ayudaban a la liberación de ese país, cuando hizo su primera donación.
«Varios compañeros habían sido heridos en una acción y se necesitaba sangre con urgencia, así que decidí dar el paso al frente», recuerda Reinaldo.
Aquella experiencia de pasarle su sangre de brazo a brazo a un compatriota, lo marcaría para siempre.
«Tal vez para alguien que no sepa el destino de su donación, no sea igual, pero hacerlo y ver a la otra persona recuperarse en la medida que le das ese líquido tan importante, no se olvida jamás».
A su regreso a Cuba, Reinaldo cursaría la carrera de Marxismo-Leninismo e Historia, en el Instituto Superior Pedagógico Rafael María de Mendive de Pinar del Río, para mantenerse hasta hoy vinculado al sector de la Educación.
Con 52 años de edad y 100 donaciones realizadas, considera un orgullo saber que existen personas viviendo gracias a su sangre. «Es una manera de mantener el legado de Fidel, que fue un luchador incansable por mejorar la salud de nuestro pueblo», dice.
Anécdotas, tiene muchas. «He visto hombrones de seis pies que se han desmayado cuando llegan al centro de extracción. Pero cuando se les pasa la fatiga, insisten en donar».
Sobre los tabúes acerca de los supuestos efectos adversos para el organismo, por sacarse la sangre con regularidad, Reinaldo considera que nada es cierto.
«Yo llevo más de 30 años y físicamente me siento de maravilla. No siento dolores de ningún tipo y tengo una vida activa desde todos los puntos de vista».
Aun así, hay quienes le preguntan por qué continuar pinchándose después de tanto tiempo. Pero él, que conoce bien la importancia de que en un hospital no falte la sangre, siempre responde de la misma manera.
«“A mi esposa ha habido que transfundirla dos veces, durante el parto de mis hijos, y nunca nadie me preguntó si yo era donante o no lo era. Es un logro que hemos conquistado, gracias al gesto altruista de miles de cubanos. Por eso, mientras la salud me acompañe, quiero sentir esa satisfacción de ayudar a otras personas».
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Ni Luis Mario ni Kenia conocen a Reinaldo, pero es muy probable que el pequeño haya recibido su sangre alguna vez.
Los dos viven en la ciudad de Pinar del Río, tienen el mismo grupo sanguíneo (B+), y mientras uno ha acudido periódicamente al centro de extracciones para donar, el otro ha necesitado decenas de transfusiones en los últimos seis años.
«Es tanta la sangre que le han puesto, que yo no tendría cómo pagarla. Imagínese que han sido 49 veces, y casi siempre dos y hasta de tres bolsas, en dependencia de las condiciones en que llegue al pediátrico», reconoce la madre.
«Usted lo ve que entra sin fuerzas, por la hemoglobina baja, y en cuanto lo transfunden da un cambio increíble, como si le estuvieran poniendo un poco de vida».
Nunca ha tenido la oportunidad de conocer a alguna de las personas que han dado sangre para su hijo. «Ojalá un día pueda hacerlo, para agradecerles infinitamente por ese acto tan bonito y humano», dice con voz quebrada mientras abraza al pequeño, que a pesar de su enfermedad, en la actualidad cursa el tercer grado en el seminternado Camilo Cienfuegos.
«Si hoy lo tengo aquí conmigo, es gracias a Dios, a los médicos, y a los donantes voluntarios», añade.
Entonces Luis Mario, desde la ingenuidad de sus ocho años, recuerda las bromas de los doctores cada vez que regresa a la sala de oncohematología, para distraerlo antes de tomarlo por uno de los brazos e hincarle la aguja, «Ven, que te vamos a poner sangre de caballo», y sonríe como solo los niños saben hacer.



















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MARIA CARLA dijo:
1
13 de junio de 2017
08:25:28
Dieudome dijo:
2
13 de junio de 2017
14:49:56
haydee dijo:
3
13 de junio de 2017
17:00:17
Antonia López dijo:
4
20 de junio de 2017
13:23:00
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