ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Uno era capaz de percibir la fuerza con que se manifestaban las diferencias sociales en la Sierra, señala Antolín Bárcena Luis en alusión a sus días como alfabetizador. Foto: Jose M. Correa

Para analizar la Campaña de Alfabetización en toda su grandeza no podemos limitarnos a valorar el esfuerzo titánico que hizo el país en 1961. Es necesario ir más allá y comprender que los jóvenes que fueron a los lugares más recónditos de la nación, sentaron las bases de profesionales, técnicos, obreros que integran el valioso capital humano creado en casi 60 años de Revolución.

Entre quienes se estrenaban como maestros estaban también los que poco después, gracias al plan de becas, se dedicarían a trabajar como traductores, intérpretes y profesores de idioma Ruso, una lengua bastante distante para los cubanos por aquel entonces.

«En el ‘61 y principios del ‘62 el ruso era algo más que exótico. Nadie sabía nada de aquel país que está en el otro lado del mundo. En las ofertas de becas había dos opciones que a mí me interesaban: una era la de traductor y la otra era la de profesor»- señala Antolín Bárcena Luis, quien alfabetizó con apenas 14 años.

«Yo quería estudiar para traductor, pero cuando leo la planilla, dice: ‘Los que quieren estudiar para traductor de ruso deben haber concluido el 9º grado; si quiere estudiar para profesor, entonces puede entrar con 8º grado. Yo lo que tenía era 8º grado.

«Dije: ‘Me voy por la de profesor. ¿Quién sabe las vueltas que da la vida? Por eso voy a dar a la Escuela Secundaria Básica para Profesores de Idioma Ruso Máximo Gorky, que duró dos años y medio.

«Pasé los dos años y cuando me iba a graduar me dicen: ‘Usted ha sido seleccionado para que se quede como profesor’ Aquello me sorprendió.

«Eso me alejó del mundo de la traducción. Allí se creó el Centro Metodológico Nacional de Idioma Ruso. Eran 10 cubanos seleccionados para trabajar con 10 soviéticos. Fue el año (septiembre de 1964) en que se empezó a enseñar ruso a lo largo de todo el país.

«A otro muchacho y a mí nos tocó la provincia Las Villas. Entonces yo tenía 16 ó 17 años. Con esa edad éramos inspectores nacionales del Ministerio de Educación y nos íbamos por toda la provincia con dos asesoras soviéticas mucho mayores que nosotros. Ahí trabajé un año.

«Luego me dicen: ”Ha sido seleccionado para pasar un curso a Moscú”. Ese curso también fue de profesor. Cuando regreso en el año ‘67, está surgiendo en Cuba el primer centro de educación militar de nivel superior de la Revolución (ITM). A muchas personas de las que regresamos de estudiar en los países socialistas nos concentraron en esa universidad militar. Por eso voy a dar allí también como profesor.

«De ahí en adelante me mantuve en la docencia. Después la vida me fue llevando a la traducción. Soy traductor a la carrera, no de carrera. En el ITM en ocasiones tuve que hacer traducciones e interpretaciones. La última materia de la que di clases fue de Traducción e Interpretación en la universidad.»

GOYO, ESTE ES EL MAESTRO SUYO

Quizá la vida del profesor Antolín hubiera sido muy diferente de no haber alfabetizado en la Sierra Maestra, pero los recuerdos de esa experiencia, las personas a las que instruyó y la situación social de aquel paraje lo acompañan hasta hoy.

«Yo llegué allí el 1º de junio. Me llevó la maestra voluntaria y le dijo a Goyo: Mire, este es el maestro suyo. Eso fue el 1º de junio del ’61 a las 5:30 de la tarde.

«Goyo era una gente revolucionaria. Incluso un hermano suyo había sido oficial del Ejército Rebelde, pero él lo único que tenía era una vaquita que le habían dado por su contribución a la lucha.

«Uno era capaz de percibir entonces con cuánta fuerza se manifestaban las diferencias sociales: el que poseía un pedacito de tierra tenía un bohío bueno y no pasaba necesidad porque cultivaban con sus vaquitas; y el que no tenía nada vivía jornaleando por aquí y por allá. Aquel sí podía ir a la tienda del pueblo y comprar toda una serie de cosas y los otros pasaban un hambre atroz.»

La salud del joven maestro no era tan firme como sus convicciones de integrarse al proceso revolucionario, así que se enfermó y tuvo que regresar a la casa de sus padres en Villa Clara. Pero en cuanto se recuperó, volvió a la Sierra a seguir alfabetizando a Goyo y su familia.

«Recuerdo que en el mes de octubre, después de la enfermedad que regresé. A los brigadistas nos daban un bono que se cambiaba por 10 pesos y cuando llegué me dijeron: ‘Mire, aquí tiene los bonos de junio, julio, agosto, septiembre y octubre.

«Cuando le digo a Goyo: ‘Tenemos 50 pesos’, rápidamente pidió prestado un par de caballos y fuimos hasta la tienda del pueblo a comprar la factura de todo aquel dinero. Enseguida en la casa mejoramos: compramos muchas de cosas y a manera de celebración llevamos un puerquito. Fui la única vez que comí puerco asado en ese lugar.»

LA BECA

Poco tiempo después de culminada la Campaña de Alfabetización, Antolín continuó sus estudios en la capital del país. Sus días como alfabetizador le dieron la madurez necesaria para vivir en colectivo fuera del ambiente hogareño.

«Todo aquel grupo de jóvenes había demostrado su fidelidad al proyecto de una o otra manera en la alfabetización al vivir de manera conjunta.

«Siempre digo que a la beca — por encima de lo que me pudo haber enseñado como rusista y como profesional — le agradezco el haberme enseñado a convivir, a socializar y que en ninguna circunstancia una persona debe encerrarse en sí mismo. Por no hablar de cosas tan elementales como que si se te cayó un botón de la camisa, pónselo o si te bañaste, seca el baño.

«Para nosotros la beca fue motivo de alegría. Irme a alfabetizar — aunque perdí 34 libras, pasé hambre y vi los primeros muertos en mi vida — a pesar de todo eso, fue motivo de alegría.

«Era un momento muy enriquecedor desde todos los puntos de vista y uno no se andaba cuestionando dónde había menos. Los años ’60, 61, ’62, ’63 y ’64 fueron una etapa de una solvencia moral impactante.

«Fueron tiempos de ejemplo, de identificación a todos los niveles. Recuerdo el ciclón Flora. Fueron días en que la cresta de la ola era altísima y donde el criterio fundamental era la moral. Te podían pedir hacer cualquier cosa y tú accedías a hacerlo porque espiritualmente te identificabas.»

DESTINO FINAL: EL AULA

«Nunca me imaginé — y mucho menos a aquella edad— que mi destino final sería dar clases. A mí la alfabetización me atrajo, como atrajo a todos los jóvenes que no fueron insensibles a aquel momento histórico, pero no vi el hecho de dar clases como una premonición de lo que después terminaría siendo mi futuro», me revela mi antiguo profesor.

Los años que siguieron tras la década del ’60 dejaron huellas imborrables en la vida profesional de Bárcena Luis: participó como traductor en el primer congreso del Partido Comunista de Cuba, en la constitución de la Asamblea Nacional y trabajó en el Ministerio de Educación Superior.

Durante varios años atendió a las facultades preparatorias donde se entrenaban los alumnos que iban a estudiar a la Unión Soviética y fue profesor de la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana.

Además de ser coautor de la serie didáctica Soyus para las facultades preparatorias, tiene recogidas sus memorias en el volumen inédito Volver a la beca (o a mi Gorky).

«Son vivencias de un muchachito que llegó a la Sierra Maestra con 14 años, que la vida le ofreció la oportunidad de seguir estudiando nada más y nada menos que en la capital del país, que tuvo la circunstancia de iniciarse en una especialidad totalmente novedosa — en Cuba toda la vida se habían formado médicos, ingenieros, abogados, pero gente en ruso…era primera vez en este continente — y que tuvo también la circunstancia de conocer aquellos primeros profesores soviéticos que vinieron.

«Si me preguntas: ¿por qué convicciones políticas se fue a la Sierra Maestra?, pues sencillamente porque triunfó la Revolución. Había campesinos que no sabían leer y había que enseñarlos. Toda la sociedad estaba volcada en eso. Era otra circunstancia. Había carencias materiales pero había solvencia moral. Esas fueron las circunstancias de mi generación.

«Determinadas cosas en mi vida no las hubiera hecho como las hice, pero aquella decisión de irme a la Sierra y estar allí hasta el 18 de diciembre de 1961 jamás me la cuestionaré».

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