
Era 29 de diciembre de 1895. La noche antes, la columna invasora a las órdenes de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo arribaba a las cercanías del poblado de Calimete, al sureste de la provincia de Matanzas. La exploración detectó al enemigo, inferior en número —alrededor de 850 hombres—, pero muy superior en poder de fuego. Los cubanos, más de 4 000, pero la cuarta parte desarmados.
Alrededor de las siete de la mañana los españoles rompieron el fuego y poco a poco, se desencadenó el arrebato. Sin conocer la valía de los jefes cubanos que enfrentaba, el jefe español de aquella fuerza decidió marcar su impronta y vender caro el resultado de aquel combate que Gómez y Maceo no deseaban, pues el objetivo principal era pasar a occidente.
La infantería española, retadora, dio la cara a la caballería cubana. Caló bayonetas y recibió la brutal embestida. Un general mambí, frenético, cargaba al frente. Chocan con el cuadro. Caballos y hombres se confunden en un amasijo de carnes ensangrentadas. El arma blanca cumple su labor. Los españoles se reponen al fuerte impacto y los cubanos se retiran para reorganizarse.
El cuadro español se alistó nuevamente para resistir, y la caballería cubana para atacar. El general mambí, maestro de profesión, normalmente apacible y calmo como todo un caballero, parecía un león herido y fiero. «Rojo de ira», erguido sobre su caballo, levantó el machete y ordenó la segunda carga. Nuevamente el choque, más brusco y violento que el primero. Se peleó con desespero y bravura, pero los cubanos no lograron su cometido.
Empecinado, el general no cejó en el intento; reagrupó a sus endemoniados y maltrechos jinetes para emprender la nueva arremetida. Solo la presencia del General Máximo Gómez en el lugar para personalmente persuadirlo, evitó su muerte inútil. Aquel valiente había nacido en la ciudad de Sancti Spíritus, el 2 de julio de 1846; era Serafín Sánchez Valdivia.
Se desempeñaba como maestro en la ciudad de Morón, cuando el 6 de febrero de 1869, al frente de unos 45 hombres, se lanzó al campo del honor fecundo. A las órdenes de los generales Honorato y Ángel del Castillo, concurrió a sus primeros hechos de armas. Después, pasaría a Camagüey para combatir bajo el mando del Mayor General Ignacio Agramonte, a quien acompañaba el trágico día del combate de Jimaguayú, donde cayera el Bayardo.
Bajo las órdenes de Máximo Gómez, en Camagüey y en la campaña de Las Villas, se forjó el militar como jefe. El ilustre dominicano fue su guía y amigo. Serafín, su aliado en la lucha contra el localismo villareño y lo siguió sin vacilación en la invasión a Occidente.
Opuesto a la paz sin independencia, opinaba que «…El Zanjón fue en el fondo una cobardía, en la forma una vileza y en sus funestos resultados una traición execrable contra Cuba». Concluida la guerra se quedó en la Isla, pero, impaciente, al frente de 400 hombres, el 9 de noviembre de 1879 se lanzó al campo en Sancti Spíritus, en la llamada Guerra Chiquita. Allí ganó el grado de Mayor General. Fracasado el intento independentista, se trasladó a Estados Unidos para ganarse la vida en el noble oficio de tabaquero, unido siempre en sus ideales con el Generalísimo Máximo Gómez.
Durante su exilio, en 1883 promovió en Santo Domingo la creación del Club revolucionario Lares y Yara, y por encargo de sus compañeros recorrió el país y viajó a Estados Unidos en busca de apoyo para proyectos expedicionarios. Hombre de ideas elevadas, perpetuó para la posteridad el testimonio de sus vivencias en la guerra grande en dos obras emblemáticas: Héroes humildes, y Los poetas de la Guerra.
Para José Martí, Serafín fue un pilar de la unidad revolucionaria. En carta a Eduardo Gato, al referirse al patriota espirituano, refería que «…uno de los hombres de más dignidad y entereza que conozco, más sano y generoso y de utilidad verdadera para Cuba, es nuestro General Serafín Sánchez. Este no es hombre que tiende la mano, sino que la pone al trabajo…».
El 24 de julio de 1895, junto al General polaco Carlos Roloff, condujo a Cuba la expedición del James Woodall, desembarcada en Tunas de Zaza, provincia de Las Villas. Era uno de los más importantes refuerzos recibidos por la Revolución hasta entonces. Por sus sobrados méritos fue nombrado jefe interino de la 1ra. división del Cuarto Cuerpo, y en diciembre de 1895, jefe del mismo. Incorporado al contingente invasor, lo mismo peleaba en la vanguardia que asegurando la retaguardia. Era de confianza infinita para Gómez. Su madre Isabel María de Valdivia, ilustre heroína, se fue a la guerra con nueve de sus diez hijos adultos, seis hombres y tres mujeres, para ayudarlos a hacer Patria.
En abril de 1896 es designado como Inspector General del Ejército Libertador. Se traslada a Camagüey y al oriente cubano, buscando limar asperezas entre compatriotas, e imponer el orden y la disciplina. Martiano de corazón, tan pronto llegó a tierras orientales peregrinó a Dos Ríos. De aquel encuentro con el sitio sagrado de la muerte del Apóstol, escribiría:
«…Yo también, como otros tantos soldados de la Revolución, tuve necesidad de visitar el lugar consagrado por la sangre del patriota Martí; allí me llevaron con fuerza irresistible las ansias vehementes de mi corazón, entristecido por los recuerdos de un pasado todavía próximo… Fui al calvario de José Martí como va el creyente sincero a arrodillarse delante del dios de los ideales santos de su religión. ¡Dichosos los que han podido llegar a contemplar aquel histórico sitio, pues los que allí van a meditar y a sentir merecerán siempre bien de la Patria!».
Tuvo el paladín una visión nítida del poderoso vecino del norte. Sobre los peligros de su influencia en los destinos de Cuba, dejaría plasmado en su Diario de Campaña:
«… Pobre Cuba, patria mía, en manos de E. Unidos, sus hijos, fracción pequeña e insignificante, serían anulados e ilotas en su propia patria teniendo de más el desprecio de la endiosada raza sajona y de menos la consideración de sus propios.
«En estos últimos tiempos de verdadera incertidumbre política y de amañadas sugestiones a los caprichos y veleidades de la indiferencia y la ignorancia, vemos que la esperanza de Cuba dentro y fuera viene ocupándose de la anexión de la isla a los E. Unidos, y como esa idea torpe y criminal data desde hace tiempo, y siempre condenada por todos los hijos de Cuba, digamos de tal nombre que ellos han visto sólo la expresión de cabales propósitos y de mezquindades egoístas….».
El caballeroso Serafín, el amigo ejemplar de Gómez y Martí cayó en combate el 18 de noviembre de 1896 en la acción del Paso de las Damas, región de Sancti Spíritus. Triste coincidencia, pues ese día cumplía 60 años de edad el Generalísimo dominicano.
A la memoria del noble general, en la Plaza de la Revolución de Sancti Spíritus, se levanta un monumento recordando al militar maestro, acompañado por su alumno Lino Amézaga, Quirino, bravo angolano a quien Serafín enseñara a leer y escribir en plena manigua durante la guerra de los Diez Años. Digno émulo de su jefe, Quirino murió fusilado en Trinidad el 13 de octubre de 1895, tras caer prisionero de los españoles. Muchos años después, los cubanos combatiríamos por la consolidación de la independencia de su Patria.
*Presidente del Instituto de Historia de Cuba.



















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