Baracoa.-Llegarse hoy hasta la Ciudad Primada de Cuba es una odisea, no solo por lo peligroso que se torna el viaje, si no porque uno ve lo que dejó Matthew, aunque en algo consuele ese otro huracán que Rubiera no puede observar desde el Instituto de Meteorología, ni medir en heptopascales ni en kilómetros por hora.
¡Al fin!, el equipo de este diario pudo llegar a Baracoa. Ver para creer, reza un viejo refrán y aquí se ajusta como anillo al dedo.
No solo impactó verla desde el aire; hay que llegarse a ella, palparla desde abajo, desde la cercanía de su gente, compartir con el baracoense, siempre de buen humor y mucho hacer, como lo demuestran por estos días de calamidades y enfrentamientos contra las fuerzas de la naturaleza.
No se trata ahora de magnificar o hiperbolizar con palabras el dolor del nativo y de los que habitan en otras provincias porque el dolor se comparte; se trata, más bien, de acomodar en el corazón una realidad escalofriante que, pasados los vientos, comienza a cambiar por el enjambre que va subiendo.
Para los que no somos de aquí y llegamos desde lejos, como los trabajadores de la electricidad, los linieros que llevan energía a los hogares; para los cubanos todos y muchas otras fuerzas humanas que conforman el huracán de solidaridad que hoy invade a Baracoa, todo impacta, más si hace menos de dos meses la Primada de Cuba cumplió 505 años. Más de cinco siglos que ahora sufrieron por culpa de un nombre de barón envolvente y tramposo, que se posó sobre la primera villa por más de cinco horas, aunque algunos allí afirmen que el reloj se detuvo ante la embestida.
Quizás, demasiado tiempo sin que la tocara un meteoro de este tipo. Es verdad, porque Hilda y Flora no se acercaron a Matthew cuando se le midió la velocidad del viento y el empuje destructor. A Flora, el huracán vaquero por el lazo que hizo en la región oriental del país, se le recuerda acá por sus muertos, pero eran los primeros años del enero luminoso; a Matthew se le recuerda como el que afectó alrededor del 90 % de las viviendas en el municipio. Casi toda la ciudad devastada, y eso dice mucho.
A Baracoa se le veía antigua y hermosa, reluciente, con su vista al mar, el malecón conquistador, el Yunque, única elevación de Cuba por su forma; el río Duaba, y el Toa, donde ya casi no existe la arribazón del pez tetí, allá por la desembocadura, como ocurría antes.
Hermosa, sobre todo, por su gente que no deja de serlo aún en los peores momentos. Lo percibimos desde que uno viene subiendo La Farola, una vía sobre las alturas, famosa en toda Cuba, pero peligrosa y traicionera si alguien viola los códigos que ella dictó en 1965, cuando la terminaron constructores de nuevos tiempos.

Una parada breve para tomar algunas imágenes y recoger a Casimiro Laffita Cueto, quien baja al pueblo desde la comunidad La Sabaneta, a unos 13 kilómetros de Baracoa. “Pa’llá arriba aquello fue infernal. Después que me protegieron en un centro de evacuación regresé a la casa para ver si los animalitos se habían salvado. El monte olía distinto, a quemado, como si Matthew le hubiera dado candela.
Pero no solo fue el monte, donde las palmas sin su cabellera parecen agujas incrustadas en el costillar de la sierra. En el mismo malecón, que se vio indefenso ante Matthew, Arístides Hernández Brocard, constructor jubilado y baracoense de nacimiento, relató cómo el viento dañó casi todos los edificios cercanos al mar, incluido el que habita, “del tipo E-14 y que yo mismo ayudé a edificar hace unas cuatro décadas”, señala hacia los balcones destruidos y los ventanales que ya no existen.
Llama a Javier, un vecino del mismo edificio, para que relate la historia de la noche de fuertes vientos, pero no quiere hablar con la prensa, no sabemos si por humildad o porque todavía siente rencor de Matthew.
De pie, en el hotel El Castillo, otrora fortaleza del dominio colonial de una época difunta, Abraham Arguelles Álvarez, 11 años, sexto grado, hace silencio y habla: “no quiero ver a mi ciudad así. Me da lástima con ella, pero volverá a ponerse bonita”, dijo con palabras del pionero que quiere comenzar las clases.
Casi al marcharnos, uno de nuestros vehículos averiado. Adolfo Gámez Rodríguez, de Transgaviota, dedicó tiempo para arreglarlo. “Si vienen por nosotros, cómo no ayudarlos”, dijo y nos extendió su mano.
El baracoense ve que todas las manos comienzan a acompañarlo. Guantanameros, camagüeyanos, avileños, villaclareños, y muchos otros van montaña arriba, con lluvia, mientras nosotros bajamos para contar la historia del otro huracán.























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YAVZ dijo:
1
8 de octubre de 2016
07:50:35
ubaldo Respondió:
10 de octubre de 2016
11:38:13
Miguel Angel dijo:
2
8 de octubre de 2016
08:11:55
Liliana Nuñez dijo:
3
8 de octubre de 2016
08:50:17
Juan Carlos Gallardo Vega dijo:
4
8 de octubre de 2016
10:43:18
Fernando Kundje dijo:
5
8 de octubre de 2016
11:51:50
carlos ordax dijo:
6
8 de octubre de 2016
17:37:01
carlos ordax dijo:
7
8 de octubre de 2016
17:46:33
ayuda dijo:
8
9 de octubre de 2016
05:13:49
leonel dijo:
9
9 de octubre de 2016
08:25:16
Magalys dijo:
10
10 de octubre de 2016
07:19:12
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