El amor de Gregory Biniowsky por Cuba no es el típico amor de romance con una cubana. De ojos penetrantes e interminable estatura, el nieto de ucranianos proveniente de un pintoresco sitio de montañas en Canadá, donde hay más osos grises que personas, ha pasado más de la mitad de su vida en la mayor de las Antillas.
Todo comenzó cuando la Isla atravesaba el Período Especial y el mundo pensaba que la Revolución sucumbiría ante la precariedad económica. Entonces, allá por 1992, el joven estudiante de Ciencias Políticas llegó a Cuba para conocer la verdadera realidad doméstica.
Permeado por la enorme polémica que tergiversaba la imagen de la Isla, quiso hacerse “su propia opinión del país, a partir de sus observaciones y experiencias” y le pidió a su familia que no le enviara remesas.
Biniowsky se albergó en la Beca Estudiantil ubicada al este de la capital y se matriculó en la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana.
De acuerdo con lo que recuerda el también abogado, “vine simplemente para saber hasta qué punto era verdad lo que se decía del proceso revolucionario y la mejor manera de hacerlo era vivir lo más cercano a cómo vive un cubano. Luego de un año aquí, pude desmentir que Cuba enfrentara la miseria bajo una dictadura feroz”.
Es poco probable, según analiza en una informal entrevista, que quienes habitan su lindo pueblito se vayan de allí alguna vez, como hizo él. “Es un lugar muy pegado a Alaska en el que se está como en otro planeta, pero tenía muchas inquietudes políticas. Yo no conocía lo que era una puesta de sol, porque entre montañas no ves el horizonte”, agrega con una media sonrisa.
Al trasladarse del polo al trópico, del frío y la nieve al pegajoso calor, de los ríos glaciares a las playas, el actual apoderado en la Isla del prestigioso Bufete Gowlings, fue además profesor universitario de Política e Historia de Canadá por un salario de 250 pesos cubanos. De aquella época, resalta el ir y venir a cualquier lado en bicicleta.

En palabras de Biniowsky, esas clases eran necesarias, porque durante la década de los noventa, “mi país se convirtió en el principal socio comercial de Cuba y se fue haciendo importante no solo por ser el primer emisor de turistas a la Isla, sino por la cantidad de inversiones”.
—Al regresar a Norteamérica hizo un doctorado en Derecho y trabajó brevemente en una firma de abogados. ¿Por qué volvió a Cuba?
—Sentí la necesidad de mostrar lo mejor de la nación que me acogió como uno de los suyos. Pasé más de 14 años siendo consultor para la cooperación internacional, tanto para la Organización de Naciones Unidas (ONU) como para Canadá. Tuve que viajar por Cuba y aproveché la oportunidad de ir al campo y conocer casi todos los municipios del país.
“Me encanta lo que hay dentro y fuera de La Habana. Cuando fui al oriente me asombró lo mucho que trabaja la gente. Los campesinos no creen en superficialidades y eso me gusta. Sean de Pinar del Río o Guantánamo, son sencillos, auténticos, nobles y comparten todo lo que tienen. Hay quien me dice que esa parte de Cuba es el reflejo latente de lo que era la Isla antes del Período Especial”.
—¿En qué consiste su actual colaboración con una importante entidad canadiense?
—Ahora trabajo a nombre de un bufete conocido mundialmente que, si bien no tiene presencia en Estados Unidos, se encuentra en Londres, Moscú, Dubái, Beijing.
“Yo diría que se trata del primer despacho internacional que ha reconocido que Cuba es una nación con mucho potencial, en la cual vale la pena invertir y hacer negocios. En pos de fomentar eso, cuando llega algún cliente lo asesoro y lo ayudo a entender la idiosincrasia cubana, ya venga con intereses exploratorios o específicos. Le busco el mejor de los bufetes estatales para que trabaje con comodidad.
“Los inversionistas deben aprender las reglas de aquí. Cuba tienen sus prioridades muy bien definidas y un empresario extranjero debe conocerlas”.
—¿Qué es lo que más apreciaría de Cuba un inversionista foráneo?
Lo más valioso que Cuba tiene es su gente. Las estadísticas hablan por sí mismas, no solo las del Gobierno, sino las de la ONU.
“Por ejemplo, el nivel promedio de educación es el más alto de Latinoamérica. Cuenta con más médicos, ingenieros y profesionales que el resto de los países de la región, gracias a muchos años de apoyo a los diferentes niveles de enseñanza. “A nadie se le ocurre pensar en instaurar aquí máquinas maquiladoras como las que existen en México, sino en crear productos de valor añadido, que aprovechen el recurso humano. Igualmente llamarían la atención las potencialidades en la agricultura, el desarrollo ecológico y el turismo.
“Por otra parte, es un país tranquilo, seguro y con bajos niveles de corrupción, donde no hay violencia, drogas o crimen organizado, que podría abrirse al mercado estadounidense de no existir el bloqueo económico, comercial y financiero.
“Para mí esa política unilateral contra Cuba tiene dos impactos. Uno directo, que tiene que ver con la imposición de amonestaciones a quienes negocien con la Isla y otro, que se relaciona con la creación de una mentalidad distinta. Si no existiera el embargo (bloqueo), el país se podría concentrar más en resolver sus problemas internos, mirando hacia adentro de forma crítica y optimista”.
—¿Qué lo mantiene enamorado de Cuba?
—El pueblo cubano realmente es muy sui géneris. Yo viajé por Latinoamérica y Europa y encontré aquí un tejido de solidaridad, que no hay en muchos lugares. El calor humano, el heroísmo, la espontaneidad, la capacidad de reírse de las dificultades son características únicas del cubano.
“Creo que en el exterior se simplifica a veces a Cuba. Para mí, no se trata ni de un paraíso ni de un infierno. He ido descubriendo a una nación con matices: con muchas cosas admirables, pero también con errores.
“El cubano posee un especial sentido de la historia, la identidad y el orgullo de sí mismo. Yo he visto con tristeza los daños que el Período Especial le causó a la sociedad cubana, que ha sufrido por carencias, por la existencia de una moneda que necesita mayor valor y de un salario que no alcanza. Nadie puede negar eso. “Fue difícil salir de esa etapa, pero se logró y la Revolución no colapsó, como muchos predijeron, por la resistencia y la habilidad del pueblo para enfocarse colectivamente en la solución de los problemas. Eso me ha hecho admirar a los cubanos, más si los comparo con sociedades, incluyendo la mía, en que la gente se angustia por cosas mínimas. Es un país complejo, pero yo lo quiero como mío”.
—¿Cuánto extraña Canadá?
—Extraño muchas cosas de Canadá, aunque me sienta bien en Cuba. En mi pueblo todo el mundo jugaba jockey sobre hielo, pero lo mío fue el futbol americano y el lanzamiento de la jabalina.
“Echo de menos esos deportes, mas he aprendido a amar la pelota, a bailar salsa y a tomar un poquito de ron.
“Mi poco acento al hablar español me protege, porque desde joven asimilé bien el idioma. Yo no me siento como extranjero, porque la gente no me trata como tal y eso me ha ayudado a no sentirme ajeno. La mayoría de mis amigos son cubanos y tengo una hija bella que es cubana y se llama Savana, porque rima con La Habana.
“Yo decidí que ella naciera y viviera aquí. Cuando la gente me pregunta: “Gregory, ¿de dónde tú eres?” pienso que uno nunca pierde la identidad de los años formativos de la niñez, pero que soy cubano.
—¿Por qué se siente cubano?
—Porque me siento orgulloso y preocupado por este país, por su futuro. Porque me alegra cuando el equipo Cuba de béisbol gana, me encanta hablar de hacia dónde vamos o de dónde venimos y me gustan los Van Van y Carlos Varela. “Porque me emocioné enormemente cuando vi a Ana Fidelia Quirot ganar en el Campeonato Mundial de Atletismo de Gotemburgo después de su accidente. “Porque admiro a Fidel Castro. Pienso que es uno de los grandes de nuestro tiempo y lo admiro por todas las causas nobles que ha emprendido, por trabajar para llevar el bien a la sociedad cubana, por combatir el Apartheid en África. Estoy seguro de que la historia lo va a absolver”.
—Luego de pasar más de 20 años en la Isla, ¿no ha pensado en irse?
—Yo me quedo en Cuba mientras Cuba sea lo que es: un país singular, con deseos de marcar pautas y de defender siempre su autonomía, que inspira a personas de todo el mundo, que evoluciona, que es seguro y soñador. Si este fuera como otros países de América Latina, lleno de flagelos sociales, yo volvería a mi montaña en Canadá.•



















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