Conocedor de la superioridad numérica de su tropa y para evitar un inútil derramamiento de sangre, Máximo Gómez ofreció la posibilidad de una rendición decorosa a la guarnición española de la entonces plaza espirituana de Pelayo, la cual al decir de los cronistas mambises, era un sistema defensivo integrado por un fuerte principal y otras cuatro fortificaciones. Feijoo, el jefe ibérico, vacilaba. El Generalísimo le solicitó una entrevista.
El peninsular accedió y sin haber puesto a sus subalternos en antecedentes, avanzó hacia los cubanos. Cuando Gómez y su escolta hicieron lo mismo, desde las filas enemigas partieron descargas de fusilería, hiriendo a varios insurrectos. El dominicano, sin importarle la balacera, se aproximó al español y lo aprehendió por los brazos, mientras le increpaba por su deslealtad y le intimaba a la rendición.
Contaba el mambisito Miguel Varona Guerrero, ayudante del Generalísimo: “Gómez, rápido y resuelto en su acción, mantiene a Feijoo asido de la mano y ordena la penetración en los fuertes, para desarmar y rendir a sus soldados”. Como solía decirse entre los independentistas, los cabellos blancos del General en Jefe, a vanguardia siempre señalaban el camino del honor. Con un puñado de hombres, aseguraba el cronista y general mambí Bernabé Boza, se lanzó a la carrera contra el fuerte principal. Los defensores no pudieron contenerlos y optaron por capitular.
Rendido el primer fuerte, Gómez condujo a sus hombres a cargar sobre los restantes y el puesto de la Guardia Civil. “Entregaos, no seáis fainos, ya estáis rendidos”, gritaban los camagüeyanos que irrumpieron dentro de los reductos ibéricos junto al jefe mambí. Este empujaba a algunos sorprendidos españoles, les quitaba de la mano sus armas. Pronto se consumó la rendición. Enterado de esta y otras hazañas, el militar segoviano Arsenio Martínez Campos, que lo había enfrentado en dos guerras, no dudó en calificarlo públicamente “el primer guerrillero de América”.
Quienes conocieron en su juventud a Máximo Gómez (Baní, República Dominicana, 18 de noviembre de 1836), dicen que era de apuesta figura, delgado, ágil y elegante. Tenía trigueña la tez, los ojos negros, sedoso el pelo. No siempre fue el patricio de cabello y barba encanecidos, esbelto sobre su caballo, como aparece en la fotografía que reiteran nuestros manuales escolares.
En la manigua vestía blusa guerrera, pantalón de casimir negro, botas sencillas de cuero. En invierno se abrigaba con un saco de paño negro. Solo usaba como insignia el escudo de Cuba. Al cinto, el revólver y en los últimos tiempos, el machete curvo que había sido de Martí. No fumaba ni profería malas palabras ni permitía que se dijeran en su presencia. Aficionado al café, gustaba obsequiarlo a sus visitantes.
En Pinos de Baire (1868) enseñó a los cubanos que el machete era una idónea arma de combate. Un poeta, José Joaquín Palma, le impuso los grados de sargento; otro poeta, Carlos Manuel de Céspedes, lo ascendió a general. Organizó y dirigió la Invasión a Guantánamo en 1871. “Fue el maestro, sobre el campo de batalla, de alumnos mozos y soldados inexpertos que llegaron a la categoría de caudillos universales. Fue el maestro de Antonio Maceo”, afirmaba el cronista y general mambí José Miró Argenter.
Quiso en la guerra del 68 llevar la contienda al occidente, pero las indisciplinas y el regionalismo se lo impidieron. Lo logró en el 95, junto al Titán de Bronce. Su estrategia del hostigamiento continuo, en la Campaña de La Reforma, marcó improntas en el arte militar.
Sobre ese plan de vencer sin combatir a los españoles, Boza consignó en sus textos: “Aguarda siempre cerca del enemigo en movimiento de avance para retirarse y lo hace siempre a corta distancia para observarlo mejor, cuidándose de tener siempre un paso franco, así que cuando con sus planes de ataque y movimientos envolventes los españoles avanzan creyendo tenerlo encerrado, se les desliza por ese lado y recurvando, acampa muy tranquilo a la retaguardia de la combinación (enemiga), que recibe tiros de todas partes”.
Al cesar la dominación española prometió a los cubanos: “Donde quiera que plante mi tienda, siempre podrán contar con un amigo”. Crítico de la ocupación estadounidense, a la que denominó “injustificada tutela impuesta por la fuerza”, demandó continuamente la retirada del gobierno interventor foráneo.
Aunque apoyó a Tomás Estrada Palma en las elecciones presidenciales de 1901, devino su mayor opositor cuando este quiso prorrogarse en el poder con el apoyo de exautonomistas y lo más retrógrado de la sociedad de la época. En medio de su campaña contra el reeleccionismo estradista Máximo Gómez falleció el 17 de junio de 1905.
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Emilio Montejo Cuenca dijo:
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17 de junio de 2016
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JOSÉ ROBERTO MARTÍN TRIANA dijo:
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Julio S. López Cuesta dijo:
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