
La licenciada en enfermería Melba Rosa Turro Osorio siente la satisfacción profesional de contribuir al bienestar de la humanidad, después de ayudar a combatir el cólera en Haití y el ébola en Sierra Leona.
Graduada en 1981 de enfermera de nivel medio, continúa en 1994 sus estudios de licenciatura concluidos en el 2000, con especialidades en Urgencias Médicas, Atención de Cuidados Intensivos y en Gineco-Obstetricia. Labora en el policlínico Luis de la Puente Useda del municipio capitalino de 10 de Octubre.
Sus experiencias fuera de Cuba se iniciaron en el 2005, al ocurrir el terremoto en Pakistán, integrando el Contingente Henry Reeve especializado en el enfrentamiento a desastres naturales y epidemias, creado por el líder de la Revolución Fidel Castro y con una labor en 24 países hasta la fecha, relata a Granma Internacional.
“Me seleccionan dentro de un numeroso grupo de profesionales por la labor desempeñada en Cuba, me preguntaron varias veces por mis posibilidades reales para separarme de mis hijos, aún pequeños, y prestar asistencia médica en un lugar lejano, con difíciles condiciones para una mujer.
Salimos en diciembre para Pakistán, un viaje muy largo hasta Islamabad, la capital. Luego hicimos un trayecto en helicóptero por las laderas del Himalaya, hasta llegar al territorio de Musaffarabad. –comenta- Tuvimos como las principales dificultades el idioma y el duro invierno.
A nuestra llegada aún emergían cadáveres. Vi a los socorristas recogiendo escombros y dentro de ellos los restos humanos. A partir de ahí se desataron varias enfermedades”, puntualiza.
Turro Osorio explica que el intenso frío molestó enormemente, pues las temperaturas se mantuvieron en diez grados bajo cero. Resultó útil arroparnos con papel periódico dentro de las mantas.
Señala que atendió un gran número de urgencias con heridas profundas, roturas de los miembros inferiores y superiores, asistió a las cirugías de amputaciones, que no puedo borrar de su memoria el olor fétido de aquel ambiente de desastre y de calamidades humanas.
Ante estas dificultades, cómo respondió la brigada
Primó un espíritu colectivo, de ayuda mutua. En varias ocasiones recibimos la llamada del líder de la Revolución Fidel Castro, quien nos inyectó la dosis de aliento para soportar las condiciones hostiles. Yo misma le hablé personalmente.
—¿Nuevas misiones en el 2010?
—Sí, me seleccionan para trabajar en Venezuela, me ubican en el estado de Anzoátegui, en el municipio Puerto La Cruz. Laboré en una sala de terapia intensiva, atendiendo principalmente a heridos de accidentes de tránsito, además cubrí la posición de enfermería en el quirófano.
Me sentí con los venezolanos como si trabajara en mi propio país, actualmente mantengo relación de amistad con muchos de ellos. Algunos me han visitado en la casa.
—¿Cómo fue el reto de ayudar al pueblo haitiano?
—Haití fue víctima de un terremoto en enero de 2010 y luego se desató una epidemia de cólera. Inmediatamente pedí socorrer a los haitianos. Llegué en noviembre de 2010, me situaron en Artibonite, precisamente en el lugar donde se declaró la epidemia.
Nos posicionamos en casas de campaña, laboramos junto a profesionales, perteneciente a la organización Médicos sin Fronteras, de nacionalidad alemana.
Recuerdo haber atendido hasta 100 pacientes en un turno de trabajo. Los hospitales se instalaron en casas de lonas con capacidad para 80 camas, pero en oportunidades tuvimos que hospitalizar por encima de las capacidades hospitalarias. Improvisamos lugares en esteras alrededor del centro sanitario, debajo de los árboles y con el cielo por techo.
—Hablemos de Sierra Leona
—Fui a Sierra Leona a cumplir con el Programa Integral de Salud. No había estado en África y quería enfrentarme a otras metas. Me dijeron que era un país con una mortalidad infantil muy alta. Como soy enfermera gineco-obstetra me ubicaron en un hospital ginecológico a 500 kilómetros de la capital.
Vi mujeres pariendo en las afueras del hospital por no contar con dinero suficiente para costearse el parto. Me llegaron muchas embarazadas con desnutrición severa, pues ninguna tuvo atención médica previa.
La labor fue difícil, me enfrenté a obstáculos religiosos y una cultura de tribu. En ese lugar se hablaban hasta 20 dialectos. Yo hablo el inglés, pero ellos no me entendían, a pesar de ser esa lengua el idioma nacional. Incluso entre ellos tampoco se entendían.
—¿Cómo conocen de la epidemia del Ébola?
—Vinimos a Cuba de vacaciones y regresamos a Sierra Leona el 24 de mayo de 2014. Al llegar a la capital, las autoridades de la brigada nos informaron de la existencia de una enfermedad desconocida. Nos dijeron que apareció en Guinea-Conakri, pero también nos hablaron de la posibilidad de casos dentro de país y luego la OMS (Organización Mundial de la Salud) divulgó los primeros cinco fallecidos.
La Jefa de la Brigada nos consiguió trajes aislantes para cada uno. Nos enseñó a vestirnos y a desvestirnos. Nuestro gobierno se preocupó desde el primer momento por nuestra salud.
—¿Qué medidas tomaron?
—Cumplimos con disciplina las medidas de protección orientadas, en primer lugar usar el traje aislante en nuestro turno de trabajo. Dentro de él se transpira un litro de líquido en una hora a una temperatura ambiente de unos 40 grados centígrados.
Fuera del hospital nos mantuvimos la mayor parte del tiempo en casa. Redujimos los empleados nativos, que laboraban como domésticos, y no permitimos la entrada de personas ajenas a la casa. Evitamos el saludo con las manos o besos. Cumplimos estrictamente las medidas de higiene señaladas.
—¿El regreso a Cuba?
—Tras decidirse la partida a la Patria del personal médico femenino ante los peligros de la epidemia de ébola, tuvimos una cuarentena con más de 20 días en observación. Luego recibimos el reconocimiento del gobierno cubano y de la población. Nos felicitaron y participamos en actos muy emotivos.
Recibimos la medalla 23 de agosto, otorgada por la Federación de Mujeres Cubanas. Las personas a mi alrededor se sorprendieron de mis hazañas pero yo siento solamente que cumplí con mi deber.
Siento que he logrado mis sueños. Yo soñé con ser una embajadora de buena voluntad, con la posibilidad de ayudar al mundo.
Nací en Caimanera, Guantánamo, dentro de la ilegal base naval. Mi padre laboraba como personal de servicio, y mi madre tuvo 14 hijos. Vivimos con carencias materiales indescriptibles. En 1964 nos mudamos a La Habana. Me propuse ayudar a las personas necesitadas y gracias a la Revolución, logré mis propósitos. Tengo dos hijos varones y un nieto de tres años. Me siento muy feliz.



















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