ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Capitán de Navío Norberto Collado, timonel del Yate Granma. Foto: Ahmed Velázquez

CARACAS.— La vida de El Indio está marcada en todos los aspectos por la historia de su tío, un hombre de una sencillez tan grande como su gloria.

Para mayor compromiso, lleva el mismo nombre y apellido de quien lo acompañó en su crecimiento con un cariño de padre, le hizo las historias marineras más emocionantes y lo llevó de la mano, varias veces, a recorrer el yate blanco que marcó el más alto orgullo personal; pero es su oficio de hoy, sin lugar a duda, el tributo mejor que le dedica a diario.

Hijo adoptivo de Norberto Collado, timonel del yate Granma, El Indio asume su oficio con todo el orgullo que heredó de su ascendencia. Foto: Dilbert Reyes Rodríguez

Pocos a su alrededor conocen que El Indio se llama en verdad Norberto Collado, exactamente igual al legendario capitán de navío que lo acogió como hijo propio apenas a unos meses de nacido.

“Soy hijo del timonel del Granma, es mi más grande honor” dice, con un énfasis que solo provoca el orgullo sincero.

“Él y mi abuelo fueron mis padres verdaderos, los tres con él mismo nombre. Ambos me dieron el cariño y el conocimiento que me hizo crecer, el amor al mar, a la patria, a la historia, y sobre todo al trabajo, sea cual sea, pero amar siempre el trabajo”, recalca, mientras aferra sus manos al timón que conduce, hace dos años, como chofer de la misión médica cubana en Venezuela. 

“De no ser por el asma, habría sido marinero como mi tío. Era uno de sus sueños, y me lo incentivó desde niño. Crecí escuchando sus historias de mar, de la vida difícil en Batabanó, de su ingreso a la marina a pesar de ser negro, y de cuando en su puesto de detectorista, localizó y promovió el hundimiento del más temible submarino nazi alrededor de Cuba, un hecho que le hizo merecer la Medalla del Congreso de los Estados Unidos.

“Pero su historia más emocionante siempre fue, por supuesto, la de la expedición del yate Granma. Varias veces la escuché en su casa, y otras sobre la borda del propio barco, a donde me llevó incontables ocasiones, hasta aprenderme de memoria todos sus rincones.

“Crecí yendo de su mano al memorial, a veces con mi abuelo, incluso mucho antes, cuando la nave estaba anclada en el Almendares y luego en Casablanca. Quería que yo tuviera algo que ver con el yate, y hasta quiso una vez que fuera el conductor de la rastra que tiraba de la réplica en los desfiles”, cuenta El Indio.

ORGULLO DE TIMONEL

El rostro se le ilumina al chofer con cada recuerdo que relata. “Hay historias grandiosas de ese hombre que poca gente conoce, de su vida, de sus méritos antes del Granma, y que explican por qué estuvo en la expedición”.

Desembarco de los expedicionarios del Yate Granma. Foto: Archivo

“Yo las conocí, y precisamente por eso lo admiro tanto. Tenía un aprecio especial por mí, y lo noté varias veces en la satisfacción que sintió cuando me hice militar, luego bombero, y hasta cuando me quedé trabajando definitivamente como chofer.

“Creo que mi trabajo es un homenaje permanente a mi tío Norberto. En definitiva, también soy un timonel, y si un día él piloteó el yate que llevó a Cuba a Fidel y a los expedicionarios que hicieron la Revolución, ¿por qué no puedo yo sentir el mismo orgullo, si todos los días, aquí en Venezuela, traigo siempre mi buseta cargada de médicos cubanos?

“Ellos son combatientes de estos tiempos, guerrilleros internacionalistas, y mi deber junto a ellos es garantizar que lleguen bien y seguros a donde quiera que este país los necesite.

“Esta es mi misión, y cumplirla bien es el mejor tributo que puedo rendir a ese gran hombre que fue como mi padre, Norberto Collado, el timonel del yate Granma.”

El brillo en los ojos le revela una nostalgia profunda, acentuada ahora por las imágenes del libro que relee. Siempre carga encima la biografía de aquel legendario marinero, el mismo que a muy poco de su muerte –en 2007- casi lloró con aquel yate pequeño, de plástico y cartón, que El Indio le había prometido hacer.

“Sonrió con los ojos aguados de emoción: ‘La proa era más alta, pero está bien’, me dijo, y trajo adornos chiquiticos para ponerlos dentro. Poco después murió.

“Aun hoy no me resisto a pasar frente al memorial y no llegar. Me paro solo ante el yate y lo veo ahí. Cuando vuelva a Cuba reconstruiré el yatecito, con la proa como él quería.

“Mientras tanto, sigo diciendo que el mejor homenaje es hacer bien mi trabajo al timón, como él lo haría. En definitiva, esta buseta es mi barco ahora, y el recuerdo de mi tío la mejor inspiración.”

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