
Desde su arribo a Cuba, el 11 de abril de 1895, Máximo Gómez tenía en mente la invasión a las provincias occidentales, plan frustrado en la guerra del 68 por el regionalismo y las indisciplinas. Con ese fin cruzó el río Jobabo (6 de junio) e inició en territorio camagüeyano la Campaña Circular. Desde allí, el 30 de julio escribiría a Antonio Maceo: “es urgente, urgentísimo, que a la mayor brevedad posible marche usted con el mayor número de hombres a ponerse a mi lado en esta comarca donde lo espero con más de 600 hombres”.
No más Carlos Roloff desembarcó en el sur espirituano, Gómez le envía una carta: “Organizo un cuerpo de ejército respetable para la ocupación de
Occidente que debe moverse en breve, se ocupará usted de dar la organización a las fuerzas a su mando. Procurará para mantener siempre vivas a nuestras fuerzas y vivo el espíritu, no comprometer combates con el enemigo cuyo éxito sea dudoso”.
Ratificado el dominicano por la Asamblea de Jimaguayú como General en Jefe, tras jurar en su campamento ante la tropa y el presidente mambí
Salvador Cisneros Betancourt “defender hasta vencer o morir la independencia de Cuba”, uno de sus oficiales subalternos le anunció que había capturado a una veintena de prisioneros. Traídos a su presencia, el Viejo General recriminó a los peninsulares el haber asesinado solo dos días antes a dos pacíficos ancianos por ser partidarios de la libertad de la Isla.
Después de una pausa, exclamó: “La República en justa represalia tiene derecho a arrebataros la vida”. Se hizo el silencio. Pasaron segundos que
parecían horas. “La República os devuelve la vida. Y la libertad, para que volváis a disparar a los pechos generosos que os perdonan”.
HACIA LAS VILLAS
En Camagüey Gómez se impacientaba. Consignó en su Diario de Campaña (16-17 de octubre): “Maceo se demora con el Ejército de Invasión y yo debo marchar (a Las Villas) aunque sea con una escolta de 100 hombres a ponerme al frente de aquella comarca en donde los españoles pueden recoger sus fuerzas”.
El mismo día en que la columna invasora partió de Baraguá (22 de octubre), el Generalísimo, junto con su jefe de escolta, Bernabé Boza, y un centenar de efectivos abandonaban Matehuelo (Camagüey) con el objetivo de marchar hacia la Trocha y adentrarse en tierras villareñas.
Sin ningún incidente en su recorrido, llegaron el 30 de octubre a la línea fortificada, la cual atravesaron sin disparar un tiro. Todavía en suelo avileño, escribiría Bernabé Boza en su diario: “Es territorio del Camagüey, según la división española, pero para los efectos de la guerra, es de Las Villas, desde la
Trocha de Júcaro a Morón hasta la provincia de Matanzas”.
Gómez envía un mensaje a los generales Serafín Sánchez y Carlos Roloff y ambos se personaron en su campamento (3 de noviembre). Espirituanos y avileños organizaron una fiesta de bienvenida al Generalísimo y este asombró a los jóvenes al bailar durante más de dos horas.
Al día siguiente se levantó al amanecer y en despacho con los dos generales mambises, les delineó la estrategia a seguir: realizar constantes acciones combativas para distraer fuerzas enemigas y así facilitarle al contingente encabezado por Maceo su paso por el Camagüey. Estructurar el Ejército invasor una vez que el Titán y su tropa franqueen la Trocha. Fortalecer el Cuarto Cuerpo mambí (Las Villas) para que devenga sólida retaguardia operativa de las provincias de Matanzas y La Habana, y a la vez hiciera frente a las tropas españolas acantonadas en el centro de la isla después del paso de la Invasión.
Como consecuencia de la estrategia de Gómez, España movilizó 30 batallones para la región central y ubicó 11 000 hombres en suelo espirituano. En el Camagüey solo quedaron nueve batallones, insuficientes para detener el contingente invasor encabezado por el General Antonio, pues las fuerzas peninsulares tenían que custodiar además los centrales azucareros y otros centros de importancia económica.
El Ejército español, una vez más, se veía superado por el genio estratégico del Generalísimo.



















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