ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

El 22 de enero de 1896 la columna invasora, bajo el mando de Antonio Maceo, llegó a Mantua, en el extremo occidental de Cuba. Por primera vez la guerra de independencia se extendía por todo el país. La invasión había sido una aspiración de los mambises desde que iniciaron la primera contienda por la independencia el 10 de octubre de 1868. Entonces, todos los intentos de penetrar al occidente del país o de sublevarlo habían fracasado. Sin embargo, en 1896 esta región se convirtió en el escenario principal de la nueva contienda donde se concentró el grueso de las tropas colonialistas. ¿Por qué fue, a los 28 años del inicio de la primera guerra independentista que este territorio devino también tierra del mambí?

Los historiadores tienen variadas respuestas, y una de las más repetidas achaca esa situación a las divisiones internas de los revolucionarios. Mas es necesario que busquemos otras visiones puesto que durante la Guerra de 1895 también hubo discrepancia entre los mambises, pero ello no impidió el éxito de la campaña invasora.

Veamos la guerra desde los ingenios azucareros. En 1867 la mayor de Las Antillas tenía una población de 1 426 475 habitantes, de ellos 344 618 eran esclavos, de los cuales una parte significativa trabajaba en la industria y la agricultura azucareras. Aunque a ojos simples la plantación esclavista era un gigante con pies de barro, realmente no era así.

Además de la represión, a los esclavos se les sometía a una destrucción de su identidad y autoestima en el intento de convertirlos en sumisos a los amos.

La población considerada blanca estaba atenazada por el pánico a una posible sublevación de aquellos. Apoyar el independentismo para estos vecinos de la

Isla los situaba ante la posibilidad de que Haití se repitiera. La esclavitud era tan monstruosa que acabó dominando a la masa de africanos y sus descendientes, pero también a una parte significativa de los blancos. A esto se agrega el control que se ejercía sobre las 248 703 personas llamadas de color libres. Eran considerados como individuos de segunda categoría. Ante cualquier intento de reclamar sus derechos se les reprimía cruelmente.

El ejemplo más elocuente de la capacidad de la esclavitud de sobrevivir en las más difíciles condiciones fue Guantánamo durante la guerra de 1868. Pese a que esa región fue invadida en 1871 y desde entonces operaban en ella fuerzas libertadoras, muchas de las plantaciones azucareras sobrevivieron y continuaron produciendo con sus dotaciones. También en gran parte de Las Villas los ingenios siguieron trabajando. Los propietarios de estos tomaron medidas defensivas extremas. Un periodista irlandés que visitó la Isla en 1873 afirmaba que: “[…] el ingenio se ha convertido en una especie de fortaleza, de la cual se enorgullecería un señor feudal de los tiempos antiguos.”[1]
La esclavitud fue abolida en 1886. Al producirse la Invasión, los antiguos esclavos eran hombres libres y muchos de ellos se integraron al ejército independentista. Esto fue un factor fundamental para su éxito. Se eliminó el pánico entre los blancos a un alzamiento como el de Haití. Cambió la mentalidad de una parte de la población cubana hacia la posibilidad de una guerra.

El otro gran enemigo del independentismo eran los integristas, cuyo núcleo más virulento lo conformaban los españoles inmigrados. En 1862 residían en

Cuba unos 115 600 de estos. Un por ciento importante vivía en el occidente. Incorporados al Cuerpo de Voluntarios llevaron a cabo una sistemática represión, factor importante para evitar que estallara un movimiento revolucionario en esa región. En 1895 esto había cambiado, pues la economía cubana estaba en crisis. El historiador Jorge Ibarra Cuesta, en un texto publicado hace unos años, demostró con diversos ejemplos esa realidad económica.[2]

La metrópoli tomó toda una serie de medidas protectoras para su industria y comercio, como la ley de relaciones comerciales de 1882 que hacía prácticamente imposible el comercio directo de Cuba con otros países, entre ellos los Estados Unidos, el socio comercial más importante de la Isla. Las medidas proteccionistas disminuían la importación por España de algunos productos criollos.

Esta situación afectó a muchos inmigrantes españoles, en especial de la clase media, que estaban más ligados a los intereses económicos de la Isla que a los de la metrópoli. Los otrora exaltados integristas que se sentían protegidos en el seno del estado español durante la guerra de 1868 y además, estaban comprometidos con el orgullo nacional sobredimensionado, de pronto se encontraron en una situación económica nada agradable.

La crisis económica y la política protectora de la metrópoli golpearon duramente a estos inmigrantes. Agreguémosle los desastres de la guerra de 1868, en la cual el número de bajas fue aplastante: alrededor de 135 000 militares españoles fallecieron y unos 37 000 fueron dados de baja por enfermedades o heridas. De estos últimos, muchos murieron o quedaron inútiles. Prác­ticamente cada familia española aportó un fallecido a la guerra.

En 1895 el espíritu de independencia se había extendido por todo el país. Muchos de los hijos de los otrora defensores del sistema colonial, militaban en el independentismo. Un ejemplo elocuente de esto era José Martí, hijo de un militar peninsular y una canaria. Otras figuras de menor relieve tomaron igual camino como, por ejemplo, el hijo del comerciante catalán y destacado oficial de voluntarios, en Holguín, Francisco Frexes, que se incorporó al independentismo y murió en combate en la Invasión con los grados de Coronel.

Estos asuntos influyeron para que los peninsulares y canarios radicados en Cuba actuaran con menos convencimiento ante la revolución. Antonio Maceo expresó en carta de agosto de 1895: “Lo que más me llama la atención es ver como el elemento español nos ayuda eficazmente con sus confidencias y recursos.”[3]

El capitán general Arsenio Martínez Campos se refería el 25 de julio de 1895 a que “[...] ya son pocos en el interior los que quieren ser voluntarios.”[...]”[4] El líder autonomista Eliseo Giberga al referirse a la entrada de la columna invasora a Pinar del Río reflexionaba que: “[…] se les acogió como libertadores, asociándose los peninsulares —no siempre de buen grado, sin duda— a las demostraciones de que eran objeto […]”[5]

El fin de la esclavitud trajo cambios importantes en la re­gión occidental. Los antiguos esclavos no eran la masa castrada por el barracón. La crisis económica en que se encontraba el país en 1895, debilitó el extremismo de muchos inmigrantes españoles.

La Invasión y su triunfo arrollador fue resultado de la capacidad militar de los insurrectos, y en especial de Antonio Maceo y Máximo Gómez, éxito también favorecido por las grandes transformaciones ocurridas en la sociedad cubana en aquellos momentos. En 1896 el occidente estaba preparado para recibir al ejército invasor.

*Academia de la Historia de Cuba. Académico correspondiente nacional
[1] James J. O Kelly, La Tierra del Mambí, Instituto del Libro, La Habana, 1968, p. 140.
[2] Jorge Ibarra Cuesta, Guerra del 95: ¿guerra de la voluntad e ideal o de la necesidad y la pobreza? En:   Patria etnia y nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.
[3] José Luciano Franco: Antonio Maceo apuntes para una historia de su vida, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1973, tomo 2, p 151.
[4] Raúl Izquierdo Canosa: La Reconcentración 1896-1897. Edi­ciones Verde Olivo, Ciudad de La Habana, 1997, p. 23.
[5] Leopoldo Giberga: Apuntes sobre la cuestión de Cuba, por un autonomismo, La Habana, 1987, pp. 146-147. Citado por Jorge Ibarra Cuesta, Patria etnia y nación, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 102.

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