
SANTIAGO DE CUBA.—Con esa mirada felina agazapada detrás de los lentes metálicos y la habitual pipa al estilo Sherlock Holmes, René Camacho Albert conserva, a sus 73 años de edad, la clásica estampa del innato cazador de noticias que lo caracterizó durante más de tres décadas, como corresponsal del periódico Granma en el oriente cubano.
Lejos de una vocación precoz hacia la profesión, confiesa que fue la pasión por escudriñar nuevos horizontes despertada en su natal Mayarí, provincia de Holguín, y sobre todo la militancia política, lo que tempranamente lo catapultó de las filas del triunfante Ejército Rebelde, a la defensa de la causa revolucionaria desde la nueva trinchera que ha significado el periodismo para él.
“Fue el recién desaparecido compañero Jorge Risquet Valdés —precisa—, conociendo desde el Segundo Frente Oriental Frank País mi inclinación hacia la propaganda revolucionaria y luego los ‘pininos’ en la radio, quien me abre las puertas al enviarme con el surgimiento de Prensa Latina a prepararme en La Habana como su corresponsal en la antigua provincia de Oriente.
“Luego —agrega—, tras anunciar Fidel el 3 de octubre de 1965, en el acto de constitución del Primer Comité Central del Partido y de lectura de la Carta de Despedida del Che, la creación de Granma, el propio Risquet me llama y me plantea que por la importancia de este órgano de prensa tenía que pasar a su corresponsalía.
“Como periodista empírico mucho me habían ayudado en los rudimentos de la técnica los reconocidos profesionales Carlos Selva Yero y Ernesto Hernández Soler, pero honestamente creo que en la nueva responsabilidad predominaba la confianza de la Revolución en esos difíciles años, de ahí que personalmente me hice el compromiso de no defraudarla jamás.
“Eran tiempos de transportarnos en lo que aparecía, y eso me llevó a establecer magníficas relaciones en terminales de ómnibus, de trenes, aeropuertos, mas no siempre funcionaba, porque no pocas grandes obras iban surgían en sitios a donde se imponía llegar solo en carros todo terreno, a caballo o a pie”.
No obstante, Camacho asegura que no había espacio para el desaliento, porque autoridades políticas, directivos, policías y militares, todo el pueblo en general respetaba a Granma, vistoen el flaco que llegaba con una camarita soviética Esmena y cualquier cosa para tomar notas a mano.
“Mucho me habría gustado —refiere—, haber contado con las nuevas tecnologías de la información, pero disfrutaba esa carrera contra el tiempo hacia el más cercano servicio inalámbrico para enviar el texto, o salir a discutir la salida del ómnibus o la partida del avión para mandar el rollo fotográfico.
“Fueron 31 años ininterrumpidos, y la mayor satisfacción es haber trabajador con el director fundador Isidoro Malmierca y luego con Jorge Enrique Mendoza. Ambos profesaban una gran admiración y apoyo hacia el territorio oriental y, en especial, por Santiago de Cuba, dado lo que significa en nuestras luchas.
“Malmierca se imponía por su mesura, la sabia forma de dirigir y su consagración a la profesión. No he conocido a otro hombre que lo supere en eso, pues en medio de la más álgida discusión no movía ni un músculo de la cara, parecía inmutable hasta llegado el momento de tomar la palabra y hacer desaparecer cualquier discrepancia con su hablar firme y claro.
“En cambio Mendoza reaccionaba de inmediato y lo mismo daba un abrazo que un ‘cocotazo’, pues si bien no perdonaba una, tampoco dejaba pasar algo que mereciera el reconocimiento sin hacerlo. Llegaba a las 5 de la tarde y se marchaba a las 6 de la mañana del día siguiente, y si en la madrugada uno pasaba cerca de la oficina lo llamaba y lo ponía a leer la prueba de plana.
“Así mostraba su celo con el diario, decía que por respeto a la profesión y al lector todos debíamos ser de esa manera, y por eso trajo desde la Universidad de La Habana al doctor Agustín Pi, todo un experto en el idioma; porque hombre culto y de iniciativas quería hacer todos lo días un periódico mejor, casi perfecto.
“Además, profesaba una infinita fidelidad hacia Fidel y por la verdad, de ahí que su divisa fuese ‘Granma nunca miente’, y con esa máxima en una ocasión llegó a publicar un editorial. Por eso imponía respeto y logró articular un fuerte equipo de dirección, en el cual Marta Rojas era la jefa, a la cual tanto le agradezco y a quien temía cuando llamaba de madrugada…
“Granma en fin —enfatiza—, me hizo hombre en el cabal sentido de la palabra, y me hizo amar más a mi Cuba y a la Revolución. Si no fuera por las pesadas bromas del corazón, creo que aún estaría en sus páginas, aunque jamás he dejado de verme en ellas, como tampoco he perdido el hábito de que su lectura, ya sea por Internet o la edición de papel, continúe siendo mi desayuno cotidiano”.



















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Arístides Lima Castillo dijo:
1
1 de octubre de 2015
16:15:27
Juvenal dijo:
2
1 de octubre de 2015
18:45:37
Carlos de New York City dijo:
3
1 de octubre de 2015
20:29:56
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