
Todavía están frescos en la memoria los debates de las sesiones de trabajo previas al V periodo ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional —celebrado el pasado julio— sobre la política cultural en los espacios públicos, específicamente los realizados por los parlamentarios de la comisión de Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
Como fundamento a las preocupaciones planteadas por los diputados, se encontraba presente el llamado de los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto, acumulado durante algunos años, sobre las prácticas de individuos e instituciones estatales que atentan contra los valores culturales de la nación, y la crítica a la exhibición arbitraria de contenidos —en no pocos centros recreativos y unidades gastronómicas— que solo responden a las preferencias de algunos.
Lo cierto es que a veces somos partícipes impasibles —por solo poner algunos ejemplos— de actividades que pretenden ser culturales y lo que exponen son el reflejo de la vulgaridad, la chabacanería y el mal gusto en los propios centros educativos; instituciones culturales donde no se corresponde la programación con el horario, ni los clientes que las visitan, y lugares públicos en los cuales se reproducen productos que exaltan la violencia y patrones culturales foráneos y degradantes; todo ello sin que se concreten soluciones para acabar de definir, divulgar y hacer cumplir la política cultural destinada a esos espacios.
Algunos días atrás estos reporteros lograron obtener declaraciones de la población sobre una situación similar acontecida en la Plaza Carlos III de la capital en plena tarde veraniega. Alarmado, un lector alertó a este diario a partir de su inconformidad por la proyección, en la pantalla principal de dicho centro comercial, de videos de Ultimate Fighting Championship, más conocido por sus siglas UFC.
Se trata de un deporte de combate cuerpo a cuerpo de extrema violencia, alejado de los principios que promueve el Comité Olímpico Internacional. La totalidad de los entrevistados testigos de la proyección del audiovisual, se mostraron en desacuerdo por su exhibición en ese horario y lugar.
El venezolano Tony Portilla, de visita con su esposa en nuestro país, comentó la agresividad característica de esas peleas. “Contienen escenas muy fuertes y aquí hay muchos niños. El eslogan de este lugar es ‘La Casa de la Familia Cubana’, y nos llama la atención que se promuevan unas imágenes que no son coherentes con ese discurso”.
Uno de los taxistas habituales en la Plaza Carlos III consideró que, aunque se trataba de un compendio climático de los momentos de la UFC, los cuales observaba por primera vez en el Centro Comercial, no es apropiado dados el lugar, el público, y la hora (4:00 p.m.). “Las imágenes pueden contribuir al fomento de patrones negativos y violentos, incluso si hay personas adultas que siguen la práctica de los duelos”.
Mariela Villa se encontraba con su pequeño de ocho años disfrutando de los equipos electrónicos de la Plaza —ubicados justo frente a la pantalla— y describió con asombro el contenido de violencia de los mismos. “Se supone que los niños acuden aquí para divertirse. Pienso que la dirección de la Plaza Carlos III debería revisar lo que muestra en sus pantallas, sobre todo por la afluencia de familias enteras en este horario”.
Estas opiniones y otras tantas expuestas por diversos entrevistados sirven para revelar el disgusto entre los clientes ante tan desacertado episodio.
Durante la visita se intentó conocer cómo se determina la programación audiovisual de la Plaza y bajo qué principios, quién o quiénes se encargan de proyectar los contenidos, entre otras cuestiones que no lograron ser respondidas por los encargados del centro a esa hora.
Sin embargo, lo importante es que la Plaza Carlos III es solo un ejemplo de hechos que, como se demuestra cada viernes en las páginas de la sección Cartas a la Dirección, marcan ya la cotidianidad en disímiles espacios públicos, como consecuencia de la indiferencia ante manifestaciones de este tipo, de ser cómplices y dejar pasar la oportunidad para la queja oportuna y la crítica bien argumentada.
Una presencia silenciosa, ser espectadores y no protagonistas en la construcción de la sociedad, puede ser tan dañino como la falta de una “estrategia de país” —sin pretender minimizarla— encaminada a enfrentar estos fenómenos.
Por otro lado, la improvisación en la promoción de determinadas expresiones sin tener en cuenta los gustos de la población cubana es también el caldo de cultivo por el cual se termina apelando casi siempre a la imposición de modas y preferencias, en detrimento de la variedad y calidad en la programación de los centros recreativos y culturales, a causa de los insuficientes estudios realizados sobre los mismos, o en todo caso, su exigua divulgación.
La verdad científica, a la que se accede con la aplicación de métodos y técnicas probadas, en este caso, los estudios de audiencias y recepción de contenidos, debe ser hallada por los investigadores y utilizada para este fin.
No podemos olvidar tampoco el papel de la enseñanza en la formación de los gustos. En un mundo inundado por lo banal y lo mediocre, donde imperan los mensajes que enaltecen la violencia, el amor por el dinero, la discriminación, el racismo, el camino no puede ser otro que formar ciudadanos críticos frente a ese consumo, y el papel del maestro en esa batalla del terreno ideológico y cultural, es de suma importancia.
¿Pero cómo hacerlo si antes nadie lo enseñó a él a discernir? ¿Cómo poner al maestro en el epicentro de estas discusiones si carece de las herramientas necesarias?
Son preguntas sobre las que bien cabría reflexionar, porque no bastará solo con brindarles cursos emergentes y bibliotecas digitales inundadas de contenidos, si no somos capaces de integrar en ese empeño a todos los responsables, entre los cuales se encuentran también, los medios de comunicación y la comunidad.
El deterioro de los valores y las normas cívicas —efecto no solo de carencias materiales, sino también espirituales— han terminado afectando el respeto hacia los espacios públicos; en el entendimiento de que existe un límite para subir el volumen a la música; de que un centro recreativo infantil es precisamente eso y no la discoteca del barrio; y de que, —como suelen enseñarnos de niños— hay un sitio para cada cosa, y cada cosa debe estar en su lugar.
Por tanto se requiere la anuencia de las instituciones, organismos, ministerios, gobiernos locales… para la adopción consensuada de medidas urgentes sobre este tema. Porque tampoco bastará solo con la participación social, sin una adecuada gestión de gobierno que conduzca al éxito.
El respeto al derecho ajeno es la paz, diría Benito Juárez. Resulta imposible regular el consumo individual, pues cada uno es responsable de aquello que ve y permite ver a sus hijos en el hogar; sin embargo, en ese sitio donde confluimos todos: niños, adolescentes, jóvenes y adultos, se tiene que luchar por la defensa de las tradiciones, principios e idiosincrasia del cubano, así como lo mejor de la cultura cubana y universal.
Las soluciones a este asunto, de vital importancia para el país y a tono con los planteamientos del máximo órgano legislativo cubano, están estrechamente vinculadas al conocimiento y aplicación coherente de la política cultural para los espacios públicos, pero también a la integración de estos factores.
La guerra cultural está echada, y las armas para enfrentarla solo están en nosotros mismos. Pongamos en un altar nuestros valores, la utilidad de la virtud, la dignidad humana; y velemos por restaurar el tejido cultural de la nación. Está en juego la formación de las presentes y futuras generaciones de cubanos.



















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Bernardo dijo:
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manuel f dijo:
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