ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Liborio Noval

Con la efigie del Comandante en Jefe Fidel Castro presidiendo el despacho donde desarrollaba sus labores en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, José Felipe Car­neado Rodríguez (1915-1993) dedicó gran parte de su vida a promover el diálogo entre los cubanos de diversas creencias y confraternidades, como la vía más idónea para unir voluntades en bien del país.

Nacido en Sagua la Grande, cuando la incipiente república era solo una estratégica colonia de Estados Unidos en la vorágine de la Primera Guerra Mundial, el hogar formado por un periodista que gozaba de innegable prestigio en el pueblo y una laboriosa ama de casa capaz de formar la nueva familia, le sirvió de guía en su infancia y adolescencia hasta conducirlo a una juventud ple­na de definiciones.

Antes de los 17 años ya era miembro de la Liga Juvenil Comunista y se había incorporado a la lucha contra la dictadura machadista. No tardó en convertirse en un férreo opositor a la injerencia norteamericana en los asuntos políticos de Cuba y participó en la huelga general revolucionaria de 1935, así como en otras combativas actividades organizadas para impedir los planes entreguistas de los gobernantes de turno.

Detenido y juzgado por un tribunal especial creado por el naciente régimen batistiano, el fiscal no tuvo escrúpulos en pedir la pena de muerte para el reo de 21 años y resultó necesario desplegar una rápida protesta popular para conseguir que la sanción fuese conmutada por la de cadena perpetua.

En el mal llamado Presidio Modelo de la otrora Isla de Pinos permaneció encarcelado casi tres años, hasta que en 1938 las fuerzas progresistas lograron abrir paso a un proceso constitucionalista que puso término a los desmanes cometidos y devolvió su legitimidad al partido de los comunistas cubanos.

No obstante, la etapa recién abierta en la vida política del país trajo nuevos retos para Carneado. Uno de ellos fue el que, a pedido de la dirección del Partido, suspendiese los estudios de Medicina que había iniciado para matricular en la Facultad de Derecho, con vistas a sumarse al pequeño grupo de letrados que en aquellos tiempos representaban los intereses de la clase obrera y defendían las garantías constitucionales frente a las presiones de las castas dominantes.

En buena parte de las dos décadas siguientes se consagró a lo que él complacientemente llamó los servicios como “abogado de los pobres”, alternando las tareas de asesor legal de organizaciones obreras y campesinas con la defensa ante los tribunales de los activistas sindicales procesados por sus luchas de clase y la atención de los asuntos oficiales del Partido.

En esta época también dio pruebas de lo que fue una cualidad consustancial a su persona: la enorme capacidad de trabajo. Ade­más de su dedicación a la abogacía, dirigía el periódico que publicaban los comunistas en la ciudad de Santa Clara y colaboraba como corresponsal del diario “Hoy”, con alcance nacional y perteneciente al Partido Socialista Popular.

La reinstauración de la dictadura batistiana en 1952 impuso un radical cambio en sus actividades políticas. Por indicación de los dirigentes del Partido Socialista Popular (PSP), que temían por su vida, tuvo que trasladarse a La Habana y aquí residir clandestinamente porque las fuerzas represivas lo perseguían como peligroso “elemento subversivo”.

A pesar de los riesgos que corría, ni siquiera en aquellos años estuvo inactivo. Trabajó en el local donde se redactaba la publicación Carta Semanal, fundada por el PSP para dar a conocer las campañas que llevaban a cabo las distintas organizaciones revolucionarias y que la censura oficial prohibía publicar.

“Carneado fue un militante leal... supo vencer la agonía del clandestinaje y las solicitaciones de la legalidad. Nunca falló, y por eso, en enero de 1959, pudo saludar como su­ya la Revolución de Fidel Castro y entregarse con más fervor todavía a su defensa”, escribió Carlos Rafael Rodríguez en una semblanza biográfica de su compañero de luchas.

Desde los días de Playa Girón, recuerda el dirigente comunista en el citado texto, “recibió la nueva encomienda que el proceso revolucionario, todavía incipiente, le confiaba: lograr la comprensión, aplicación y ob­servancia de la política del Partido y del Go­bierno acerca de la religión, la Iglesia y los creyentes”.

Los años transcurridos desde aquel abril de 1961 hasta su deceso, en marzo de 1993, demostraron fehacientemente lo acertado de la decisión de poner bajo su responsabilidad la atención de las relaciones con todas las organizaciones y entidades vinculadas a la existencia anímica del cubano.

Por convicción propia, como expresara en una entrevista con Carmelo Álvarez, presbítero de la Iglesia Discípulos de Cristo, llegó a la conclusión de que “no hay una incompatibilidad esencial entre el criterio religioso bien entendido y la disposición a trabajar conjuntamente (con los no creyentes) en un proyecto social útil para todos”.

“Tengo el mayor respeto por las creencias religiosas —agregaba. Les atribuyo que surgen de un origen que está en la bondad esencial del ser humano, en el afán del bien y la justicia. Entonces, un creyente me inspira respeto, no me inspira rechazo. En consecuencia, lo trato y me relaciono con él de lo más cordial, pues pudiera ser, lo mismo mi hermano que un familiar”.

“Por otra parte —decía—, mis estudios políticos, sociológicos y filosóficos no me llevaron nunca al rechazo de la creencia por la creencia misma. Es más, ya desde muy joven, quedó establecido para mí y para mi conciencia que el problema no era de creencia, sino de clase”.

Primero como militante de fila del Partido Comunista y luego como dirigente del mis­mo, más tarde en los años creadores que siguieron al triunfo de la Revolución y en las tareas de sentar las bases de la nueva sociedad, estudió y asimiló las enseñanzas del marxismo-leninismo.

Fue profesor de la Escuela Superior del Partido Ñico López y de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de La Habana. Desde 1973 se desempeñó como Jefe del Departamento de Educación, Cien­cia y Cultura del Comité Central del Partido, hasta que en 1985 fue creada por el Buró Político la Oficina de Atención de los Asuntos Religiosos y lo nombró al frente de la misma.

En la práctica, desde 1961 Carneado atendió ininterrumpidamente los nexos entre las agrupaciones de creyentes y el Estado socialista, y a medida que se establecieron las condiciones para el diálogo y la colaboración entre las partes, se demostró la justeza de las palabras que solía repetir a sus interlocutores: “La fe religiosa no determina, por sí misma, una opción política”.

Ni siquiera en los años entre 1962 y 1966 en que fue director general de Prensa Latina, reverdeciendo sus viejos anhelos de ejercer el periodismo, se alejó del contacto con los representantes de las distintas creencias y agrupaciones.

Entonces era frecuente, aunque no dejaba de causar extrañeza entre los periodistas, que su despacho en la agencia de noticias lo visitasen sacerdotes, monjas y enviados de otras religiones o comunidades para tramitar algún pedido o informar de novedades en su esfera de trabajo.

Su carrera como jefe de la Oficina de Aten­ción de los Asuntos Religiosos registra un mo­mento culminante cuando en 1989 viajó al Va­ticano, con la misión de entrevistarse con el papa Juan Pablo II y entregarle la invitación del presidente Fidel Castro para que visitase Cuba en la fecha que estimase oportuna.

En aquella histórica ocasión, disfrutó la alegría de reencontrarse con monseñor Ce­sare Zacchi, entonces director de la Aca­de­mia Diplomática de la Santa Sede, quien como representante del Vaticano en La Ha­bana en los años sesenta y comienzos de los setenta contribuyó de manera notable al acer­camiento entre la Iglesia católica y el Estado socialista.

Miembro del Comité Central del Partido desde su primer Congreso, celebrado en 1975, la cuarta gran reunión partidista le proporcionó la inefable satisfacción de que el pleno acordase suprimir todas las limitantes que existían para que los creyentes revolucionarios pudiesen aspirar a ingresar en las filas partidistas.

“Seremos más democráticos si nuestro Par­tido no excluye a nadie que defienda co­mo suya la ideología marxista”, afirmó el primer secretario del Partido, Fidel Castro Ruz, al resumir las deliberaciones efectuadas por los delegados al Congreso.

Carneado, promotor de la cubanía a lo largo de toda su vida, es recordado hoy en la fecha de su centenario por los ingentes esfuerzos que dedicó a unir a sus compatriotas en el noble empeño de alcanzar una so­ciedad más justa, en un país libre de la dominación extranjera.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.

Orlandob dijo:

1

30 de junio de 2015

03:27:26


Carneado, fue y será un faro a la hora de unir a los cubanos en la lucha por un mundo mejor para todos. En los momentos de mayor tensión con algunos religioso, Carneado fue la referencia a consultar, y su máxima siempre fue de apoyo a aquellos que estuvieran con la revolución, independiente a su creencia.

Pedro dijo:

2

30 de junio de 2015

09:06:10


Me parace excelente que el Partido recuerde la trayectoria revolucionaria del compañero Carneado a quien pude tratar personalmente y apreciarlo como ejemplo de sencillez y austeridad personal ; su lucha por la unidad de todos los cubanos. He leido recientmente un texto que lo tildan de persona aferrada a dogmas marxitas arcaicos. Son los que pretender sembrar las dudas y achacarle errores a los viejos marxistas sin tener en cuenta el contexto histórico y la dura lucha de clases en las primeras decadas de la revolución y sobre todo la labor del imperalismo instigando en todo momento la división de los creyemntes sinceros revolucionarios con el Partido. Sin existieron errores e incomprensiones él siempre los combatió y desenmascaró a hipocritas que les cabía muy bien aquello de ¨a Dios rogando y con el mazo dando¨. NO conozco ningçún libro biografico sobre la trayectoria revolucionaria y personal del Dr. Carneado. Es una deuda que tiene pendiente la Revolución con él por lo que significa para la educación de nuestras nuevas gneraciones y del pueblo. Ahora que en los porximos meses tendremos en Cuba a un papa que defiende a los humildes es buena la ocasión. Gracias a su predica y a la politica del compañero Presiddente Raul Castro hoy son excelentes las relaciones con la Iglesia y loos creyentes.

Armando Cardona dijo:

3

30 de junio de 2015

16:44:50


Interesante reseña que le hace justicia a un hombre de bien que con su sencillez y dedicación predicó --con la fuerza de su ejemplo, que es la prédica más eficaz-- aquello en lo que creía y que se ganó el respeto, la admiración y el afecto de cubanos y extranjeros por igual, a lo largo de varias décadas de fructífera labor. Hizo patria con cada palabra y cada gesto. En cuanto al mote de "marxista de viejo cuño" me permito una reflexión personal: con el marxismo pasa como con el cristianismo, el socialismo --no todo socialismo es marxista-- el cooperativismo, el espíritu revolucionario y todas tantas grandes ideas de la humanidad, que por su profundidad y grandeza se prestan para las más variadas interpretaciones y terminan por generar toda una gama de modelos, tendencias y matices. De ahí que haya miles de grupos, denominaciones y clases de cristianos, socialistas, marxistas, revolucionarios y activistas en pro del medio ambiente.