BOLIVIA.—Le llamaban Manuel…, entona a través de un radio el cantautor catalán Joan Manuel Serrat. “Mi primer paciente también le llamaban Manuel”, descubre la doctora boliviana Ariana Campero Navas, “pero no nació en España, sino en Cuba, la segunda tierra que más amo y venero”.

Ariana es una muchacha de rostro picaresco que hilvana sus frases con ademanes graciosos y el parpadear persistente de sus ojos negros que hace recordar la antológica canción de mi compatriota Sindo Garay: “La luz que en sus ojos arde, si los abre amanece, cuando los cierra parece que va muriendo la tarde”.
“Fue en mi práctica inicial en el hospital Salvador Allende, en La Habana. Manuel me permitió que lo auscultara todo el tiempo que fuera necesario. Obviamente uno entra en la propedéutica y empieza a aprender los signos y síntomas de síndromes. Yo aún no sabía lo que era un estertor y sentía las opresiones de sus pulmones. Aprendí los signos de una neumonía.
“Tenía alrededor de 70 años de edad. Siempre estaba leyendo el periódico y me informaba de todos los conflictos internacionales de aquella época. Era un hombre humilde pero de un alto nivel cultural. Aprendí mucho con él y nos identificamos tanto que han pasado diez años y todavía lo recuerdo. Ojalá aún esté vivo”.
El 28 de abril del 2005, con 18 años de edad, arribó a Cuba con el ánimo abierto de hacerse médica. Desde hacía cinco años el bichito de la Medicina le picaba el corazón. Desde la escotilla del avión, vio por primera vez el mar.
“Fue una impresión como de libertad. Al ver que no hay ninguna barrera al fondo te genera un sentimiento de inmensidad, de alegría total. Luego viví dos años en el edificio de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) edificada en el litoral habanero. Yo vivía en el quinto piso del edificio cinco y mi cuarto daba hacia la parte oeste. Por las tardes observaba la caída del sol y me dormía escuchando el rumor de las olas”.
De su llegada a la ELAM evoca:
“En Cuba tuve la oportunidad de descubrirme a mí misma. Uno empieza a formarse su camino pues no tienes la guía de tus papás y familia. Comienzas a descubrir sentimientos, pensamientos e ideas de cómo administrar tu vida y a responsabilizarte de tus propios actos”.

Su impresión de los profesores cubanos:
“Uno está acostumbrado aquí en Bolivia que en muchos casos el profesor es aquel individuo inaccesible, que da miedo consultarle, preguntarle, y no le puedes tratar de tú a tú porque es una falta de respeto. Eso en Cuba es diferente pues denota otro nivel científico. No están con ese distanciamiento, ni existe esa barrera de profesor-alumno. Se te acercaban, te preguntaban si tenías alguna duda, y eso te daba seguridad de preguntarle cualquier desconocimiento de biología, matemática, física u otra asignatura”.
Ariana es la actual Ministra de Salud del gobierno boliviano, pero ella sigue siendo la misma médica graduada en Cuba, sencilla y locuaz, con el anhelo abierto de un día poder ir a cumplir una misión internacionalista en el África ardiente o en las zonas más intrincadas de un país latinoamericano.
“Ya tenemos cerca de 4 000 médicos bolivianos graduados en Cuba. La mayoría están trabajando aquí en Bolivia en los diferentes programas de la salud. Unos 700 están haciendo la especialización de médicos integrales en Cuba y otros 30, también allá, materializan la segunda especialidad.
“Estamos desarrollando el programa Mi Salud en todos los departamentos de Bolivia, en el cual, como primer principio, el médico tiene que hacer consultas gratuitas. Se fundamenta, además, en la atención primaria, muy similar al sistema empleado en Cuba. Los médicos hacen el trabajo integral, pues además de las consultas en los hospitales y centros de salud visitan casa por casa para realizar una labor preventiva integral.
“Es una manera de conocer la realidad de la población y hacer el diagnóstico más efectivo en el seguimiento a las embarazadas, enfermos crónicos, ancianos y niños. Solamente en El Alto, en La Paz, ya nos acercamos al millón de pacientes atendidos por este proyecto de salud”.
Sus dos momentos más emocionantes en Cuba están relacionados con las figuras de Fidel y el Che.
“Fue en diciembre del 2005. Evo Morales salió presidente y viajó a Cuba a firmar el tratado del Alba. A los bolivianos nos llevaron al aeropuerto para recibirlo y nos pusieron en dos filas. Pasó un auto de color negro, se detuvo y salió Fidel. Vino caminando por nuestra hilera y justo se paró delante de mí y de otra compañera. Nos agarró a las manos y nos empezó a hablar de Bolivia. ‘¿Ustedes como están? ¿Se sienten bien en Cuba?’, y nosotros no salimos del asombro, no lo podíamos creer, y solo respondíamos: ‘Sí, sí, bien, bien, Comandante”.
“Yo lo había admirado desde niña inculcado por mis padres y los movimientos de solidaridad bolivianos. Y ahora lo tenía frente a mí. Nosotros éramos un producto de su visión internacionalista, entonces le apreté sus manos que eran suavitas, suavitas”.
Al memorial Ernesto Guevara, en la ciudad de Santa Clara, llegó en agosto del 2007 con unas amigas argentinas:
“Experimenté un sentimiento de mucha responsabilidad y nostalgia. La imagen del Che se me había vuelto comercial. Yo veía sus fotos y su rostro en un microbús o en un afiche y no lo sentía como un hombre real. Entonces cuando entré al mausoleo identifiqué que era tan humano como nosotros.
“Allí pude apreciar los nichos del Che y sus guerrilleros, sus pertenencias. Fue muy emocionante. Comprendí, como nunca antes, por qué luchó acá en Bolivia, en África, en Cuba. Eso nos responsabilizaba con lo que estamos haciendo ahora o lo que hacen muchas personas en el mundo para lograr esos propósitos y, además, identificas que no era un sueño ni una utopía lo que él aspiraba hacer”.
Ella viene de una familia solidaria que ha alojado en su hogar cochabambino a médicos, educadores y trabajadores sociales cubanos. Sus dos hermanos también estudiaron en la Isla. Alejandro Oftalmología, Gabriel Ingeniería industrial. Elizabeth, su mamá, ha viajado repetidamente a Cuba, y Fernando, su papá, acompañó durante una operación quirúrgica a su hermano Marcos, quien quedó parapléjico como consecuencia de las torturas recibidas por la dictadura de Hugo Banzer.
“Mi impresión de la brigada médica es de un total agradecimiento a Cuba, pues han llegado a nuestro país en un momento en que no había ningún médico dispuesto aquí a ir a los lugares que ellos han ido. Han puesto en alto el concepto de la medicina gratuita, algo que ha revolucionado la salud acá.
“Les tengo una admiración muy grande a los compañeros que han dejado a sus hijos chiquitos, que han dejado su país para ayudar a nuestro pueblo. Los Estados Unidos lo único que llevan es armas y militares a otros lugares. Cuba lleva su ejército de batas blancas para dar salud a la gente”.
Ariana Campero se enorgullece de haber escalado el Pico Turquino en la Sierra Maestra, y sueña con subirse a lo más alto del Illimani a la entrada de La Paz. Tal parece que le gusta observar al mundo desde arriba y que no necesitara que en una tarde remota el padre de José Arcadio Buendía la lleve a conocer el hielo, pues ya por sus propios ojos, en una alborada cubana de sol radiante, pudo vislumbrar la inmensidad del mar.



















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Eliecer Ramirez dijo:
1
7 de mayo de 2015
01:36:40
HECTOR DE TOLUCA dijo:
2
7 de mayo de 2015
08:50:43
Yolanda Suárez Reyes dijo:
3
7 de mayo de 2015
10:07:05
carla dijo:
4
7 de mayo de 2015
14:39:09
Mary dijo:
5
7 de mayo de 2015
15:02:19
Natividad Choque L. dijo:
6
7 de mayo de 2015
16:25:42
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