ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
En su escuelita, Noelia Lora y Pepe Arias tenían una matrícula de 107 estudiantes. Fotos: Jose M. Correa

Era domingo, día de descanso en el campamento El Roble, en la Sierra Maestra. Sen­ta­das alrededor de Noelia estaban sus compañeras; tal vez conversaban sobre las travesías y el aprendizaje de la vida en la montaña, a las cuales se dedicaban horas y horas durante la semana; quizá recordaban el día que subieron a Minas de Frío con la lluvia y el fango “hasta las oídos”, o cuando conocieron el I-4, aquella neblina que les impedía poder mirarse las manos y las caras. Puede que no, que solo estuvieran contando chistes, planeando la próxima travesura juvenil.

Lo cierto es que Pepe andaba cerca, ayudando a componer el horcón de la barraca contigua, y tal como sucede con esos mo­mentos que a uno lo estremecen y redimensionan, sin darle siquiera tiempo a darse por entendido, levantó el naylon que lo separaba de Noelia, y pocos segundos pasaron antes que pudiera percatarse de sus hermosos ojos verdes.

—¿Y tú de dónde eres?, preguntó.

—De Maffu, respondió ella.

—¿Y en Maffu todas las mujeres tienen los ojos tan lindos?

—No, es que yo me los tiño.

—Pues sígaselos tiñendo, porque le quedan muy lindos.

 El Roble era el campamento más lejano de todos los que Pepe visitaba. Primero le antecedían La Magdalena y El Meriño. Pero eso no significaba ningún impedimento. Según cuenta, en los recorridos que hacía siempre se fijaba en todas las muchachas, “pero la que ga­nó fue ella”.

“En uno de esos viajes me decidí a decirle cuáles eran mis objetivos, pero me dio un no rotundo. No obstante, yo seguí insistiendo, has­ta que la fui a buscar a Mayarí Arriba, don­de la habían ubicado a trabajar como Maes­tra Voluntaria, y le pedí matrimonio”.

“Nos casamos y me fui a trabajar con él en la Alcarraza, donde nacieron las dos primeras de nuestros cuatro hijos, y concebimos la tercera”, rememora ella.

Pepe Arias y Noelia Lora llevan juntos 55 años, los mismos que se cumplen, en los primeros día del mes de mayo, del ascenso a Mi­nas de Frío del primer contingente de Maes­tros Voluntarios.

“Yo no podía dejar de responder al llamado de Fidel. Yo no pude estar con los rebeldes en la Sierra, por tanto eso era todo lo que yo podía hacer”, señala Juana Marisela. 

“Yo que nunca había nadado ni subido mon­tañas era la que iba al frente, tocando con un palo para saber si había profundidad en los ríos, indicando el camino para el resto de mis compañeros. En Las Vegas de Jibacoa nos cogió la noche. Recuerdo que estábamos extenuados, y nos acostamos a descansar. Por la madrugada los campesinos tuvieron que despertarnos porque había empezado a llover, no nos habíamos dado cuenta, y estábamos na­dando en el secadero inundado”, describe Noe­lia la llegada a la Sierra.

Si una expresión serviría para definir el pa­pel de los Maestros Voluntarios allí, sería sin duda la palabra “todo”: “Fundamos las Mi­licias, los CDR, curábamos a los enfermos”, cuenta Pepe con una mezcla entre nostal­gia y satisfacción. Al llegar al batey de la Alcarraza los campesinos lo rodearon a él y a su esposa, y la primera pregunta que escucharon los maestros fue: ¿Cuándo em­piezan las clases? “Hoy mismo”, contestaron.

Y ese día las sombras de los árboles sirvieron de testigo, como lo hicieron en muchos otros recónditos lugares de la Sierra, de la fundación de una obra que permitiría enviar a más de 200 000 alfabetizadores voluntarios a librar del analfabetismo a la isla de Cuba, al cabo de poco tiempo.


HISTORIAS DE MAESTROS VOLUNTARIOS

Miles de jóvenes de todos los territorios se alistaron al llamado de Fidel, el 22 de abril de 1960, cuando frente a las cámaras de televisión convocara a llevar la enseñanza a los lugares más inhóspitos del país. “Hace falta que ellos nos ayuden para mejorar la educación de nuestro pueblo y para que los campesinos aprendan a leer y se hagan hombres útiles para cualquier tarea”, fue el reclamo del líder histórico de la Revolución.

De grande, Juana Marisela deseaba ser química azucarera, pero al igual que Pepe y Noelia, fue otra de las jóvenes que respondió a aquel llamado de instruir en las montañas. “Cuando voy al instituto al otro día había un alboroto porque todo el mundo es­taba hablando de incorporarse al contingente de maestros en la Sierra Maestra. In­me­diatamente me fui al Departamento de Asis­tencia Técnica Material y Cultural al Cam­pesinado, donde se hacían las inscripciones. Recuerdo que al salir de la casa la condición que me puso mi madre es que ‘rajada’ no podía regresar: ‘aquí tú no puedes venir na­da más que enferma’, me dijo”.

Guillermina Ares, quien estuviera encargada de subir a la Sierra para ubicar y organizar el campamento que recibiría días después a más de mil jóvenes, recuerda claramente la incorporación de los grupos que venían de todos los territorios “después de un largo viaje en tren hasta Yara, en la antigua provincia de Oriente, se

Para Teresita del Pilar, quien ha dedicado 60 años al magisterio, lo primero que debe tener el maestro es vocación, y lo segundo sentido de pertenencia con sus estudiantes.

montaban en los camiones para llevarlos a Las Mercedes. De ahí se continuaba hasta Las Vegas de Jibacoa, que en aquel entonces era un camino difícil, bordeado de profundos precipicios, y luego se seguía a pie para subir la conocida loma de La Vela”.

Por su parte, Teresita del Pilar Ramírez —otra de las jóvenes incorporadas, y quien se en­frentó a todo el proceso con una de sus hijas enferma de poliomelitis—, habla de cómo fue de importante la disposición de todos aquellos jóvenes, quienes no lograban desprenderse de la alegría, a pesar de los inconvenientes, de la frialdad, aunque la lluvia les obligaba a avanzar y retroceder todo el tiempo.

“En Minas de Frío estuvimos tres meses preparándonos desde el punto de vista pedagógico, militar y físico, para la vida que íbamos a llevar en los lugares donde nos enviaran. Hacíamos recorridos, marchas, ascendimos el Pico Turquino dos veces, dábamos clases a los niños a modo de entrenamiento. Esa preparación nos hizo más solidarios, más humanos, más fuertes”, explica Juana Ma­risela.

Y ese aprendizaje les cambió la óptica de la vida, porque al pasar de los años todavía hay historias que aunque se conocen, al escucharlas llegan a estremecer. Noelia, por ejemplo, no olvida a aquella madre a la que el hambre le arrebató a cinco de sus nueve hijos, o la fa­milia de campesinos en una rústica casa sin pa­redes. “Yo les decía ‘por qué ustedes no le po­nen unas paredes a la casita, por qué no ha­cen una cocinita’, y la respuesta era: ‘No maestra, si hacemos eso viene la guardia rural y nos quita la casa y nos quema todo’. Yo trataba de explicarles que eso no iba a pasar más en Cu­ba. Pero ellos no entendían”.

Así, los Maestros Voluntarios conocieron la difícil vida en la montaña, se enamoraron, hi­cieron de las escuelas sus casas, y de sus alumnos familias que todavía hoy conservan. En los recuerdos de algunos, como Te­resita del Pilar, están vívidas las acciones que en esos años bandas contrarrevolucionarias co­metieron para truncar la obra del magisterio y sembrar el terror, incluso con el asesinato, del cual fue víctima Conrado Be­ní­tez, entre otros.

Sobre las tareas que a 55 años todavía realizan, Pepe Arias, quien junto a Noelia dirige el grupo de Maestros Voluntarios en La Ha­bana, señala con orgullo: “Nosotros ayudamos al Ministerio de Educación en dos vías bien definidas, una es la vinculación de las comunidades con los centros escolares, y la otra es la transmisión de nuestra experiencia a las nuevas generaciones”.

“Porque en nosotros se cumple una relación inversa, cada vez tenemos menos salud, pero nuestra experiencia se hace más importante para la juventud. Martí dijo que la educación es una obra de ternura, de amor, y yo creo que eso es lo primero que debe poseer un profesor”.

Recordar ha sido un ejercicio que les ha hecho a todos conmoverse. No puede ser de otra forma. Los Maestros Voluntarios fueron el pilar sobre el cual se fundó la revolución educacional en Cuba, concebida desde el Programa del Moncada por Fidel.

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Rafael dijo:

1

4 de mayo de 2015

08:56:53


Hermosas historias que permanecen aun en el anonimato de mucha gente, algo de lo que aun se puede escribir un buen libro y hasta una buena película.

Leon0r Brito dijo:

2

4 de mayo de 2015

10:33:53


Loa Maestros Voluntarios de Camaguey escribimos un libro pero a pesar del esfuerzo por lograr su publicacion no se ha logrado no es por orgullo sino que creemos que es buenos para nuestros futuros maestros.

Camila Moreno dijo:

3

22 de diciembre de 2017

09:30:22


Estimado/a: Gusto en saludarle. Me presento; mi nombre es Camila Moreno soy estudiante de 4to año de la carrera Trabajo Social de Chile. Y me desempeño en él área educacional. Les contacto porque pretendo viajar a Cuba el próximo año 2018 y me gustaría aprovechar mi estadía allá realizando un voluntariado. Quedo atenta a su respuesta. Saludos fraternos!

Noelia Arias Lora dijo:

4

27 de octubre de 2024

17:14:22


Soy la hija más pequeña de Noelia y Pepe, la tercera concebida en la Sierra y quizá por eso a pesar de haber nacido en la Habana tengo el campo en mis venas. Tuve la inmensa suerte de tener estos padres y por eso hoy quiero informar que lo que la Sierra unió solo pudo separarlo la muerte de mi padre este 15 de Octubre. Su fuerza y arrojo asi como su inmenso amor a Noelia duró hasta el último dia. Hasta sus 89 años educó constantemente y es lo que quiero recordar en su honor.

Noelia Arias Lora dijo:

5

27 de octubre de 2024

17:17:46


Los frutos de ese amor de Noelia Y Pepe, Como ellos nos llamaban Cary, Ani Noly y Pepito le rendimos homenaje postumo a Pepe, el eterno educador.