
Corría el mes de noviembre de 1984. A petición del Consejo Ecuménico de Cuba (actual Consejo de Iglesias de Cuba) se realiza el primero de una serie de intercambios históricos con el líder de la Revolución Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, que definirían el rumbo de las relaciones entre las instituciones religiosas y el Estado cubano.
“Se esperaba que se hiciera una reunión corta y finalmente fueron más de cuatro horas de diálogo. Había un conjunto importante de preocupaciones del Consejo Ecuménico, que era adonde iban a parar las quejas de la mayoría de los creyentes acerca de la discriminación”, rememora el reverendo de la Iglesia Episcopal y diputado a la Asamblea Nacional Pablo Oden Marichal, uno de los 13 líderes del movimiento ecuménico protagonistas del encuentro.
El escenario para los creyentes en aquella circunstancia, por razones históricas analizadas más adelante, estaba permeado de dificultades. Para el acceso a un grupo de carreras universitarias y a cargos de dirección era un impedimento la práctica religiosa. Pero además, la temática era un tema ausente en los medios de comunicación.
“Debo confesar que yo ingenuamente me preparé para la entrevista, y para llegado el momento argumentar nuestras posiciones con respecto a estos hechos, y al terminar de leer el documento, Fidel comenzó a hablar, y dijo: ‘Es cierto, ustedes tienen totalmente la razón, ustedes son discriminados…’”
Años atrás, en noviembre de 1971, el máximo dirigente cubano se había reunido con un grupo de sacerdotes en Chile y allí declararía la “necesidad de unir a los cristianos y los revolucionarios” en los propósitos de resolver los problemas de América Latina. En octubre de 1977, ante un auditorio protestante en Jamaica, afirmó que “no existen contradicciones entre los propósitos de la religión y los propósitos del socialismo” y se refirió a la “alianza estratégica entre la religión y la revolución”.
Sin embargo, como explicaría años después durante las 23 horas de conversación con el sacerdote dominico brasileño Frei Betto, convertidas en el libro Fidel y la religión, en Cuba un grupo de factores de índole histórica e ideológica habían impedido el desarrollo de una relación estrecha desde los primeros años del triunfo de 1959, entre las iglesias y el Estado.
“Ustedes son discriminados, pero no como ustedes piensan, —continúa Oden apelando a su memoria— ustedes no son discriminados religiosamente, ustedes tienen la libertad para realizar sus cultos, sus seminarios, y hacer todo tipo de actividades propias de una iglesia. Ustedes son discriminados políticamente”, explicó Fidel en aquel primer encuentro.
Los conflictos de los primeros años se sucedieron en el sector más privilegiado económicamente —como referiría el Comandante en el diálogo con Frei Betto— el cual se encontró afectado por algunas medidas como la Reforma Agraria y la nacionalización de las escuelas privadas. Sin embargo, luego de los encuentros de Fidel con líderes religiosos en Chile, Jamaica y Brasil, y de aquel de 1984, una nueva realidad comenzó a configurarse.
El intercambio terminó con una suerte de compromiso donde, según el pastor bautista Raúl Suárez, el líder revolucionario se propuso trabajar en el seno del Partido, mientras los líderes religiosos debían hacerlo también entre los suyos. “Antes del IV Congreso del Partido ya se habían eliminado, entre otras, las preguntas de la planilla para el ingreso a la Educación Superior”, refiere Oden.
Este Congreso borró de la historia el inconveniente de la fe religiosa para militar en las filas del Partido, analiza Raúl Suárez: “Se realizaron modificaciones a la Constitución, y cuando vine a ver yo estaba sentado en la Asamblea Nacional del Poder Popular”.
Al valorar desde el presente el hecho histórico, la joven Dianet de la Caridad, líder del Movimiento Estudiantil Cristiano, considera que “fue un punto de viraje que dio la posibilidad de desestigmatizar concepciones que limitaban el aporte desde la riqueza de la diversidad de nuestro pueblo, al proyecto revolucionario”.
ANTES Y DESPUÉS
Meses antes del primer intercambio, en el mes de junio, el centro Martin Luther King convocó a un servicio religioso con un grupo del Caucus Negro del sur de los Estados Unidos y la presencia del pastor bautista y activista por los derechos civiles Jesse Jackson.

“El culto debía haber empezado a la una y media y eran las dos y media y no aparecía nadie”, recuerda la líder ecuménica Nacyra Gómez. “Yo estaba en la escalera de la Iglesia de 25 y K hablando con el pastor presbiteriano Héctor Méndez, y recuerdo que le pregunté: ¿tú crees que algún día nosotros podamos ver a Fidel? Él me contestó que quizá, cuando fuéramos unos viejitos. No había pasado media hora y vemos asomarse a un pueblo entero caminando detrás de Fidel y de Jackson. Se paró en la puerta de la Iglesia y toda una congregación empezó a exclamar su nombre como si estuviera en la Plaza de la Revolución”.
Nacyra hace referencia al padre Sardiñas que luchó en la Sierra Maestra, a José Antonio Echevarría y Frank País García, quienes muerieron a causa de su compromiso como revolucionarios. Al ser interpelado sobre el tema, Reinerio Arce, Rector del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, se refiere a otros referentes entre los que destaca la participación de los cristianos en proceso políticos como la Revolución Sandinista.
Sergio Arce, un verdadero teólogo del papel del cristianismo en la Revolución, cataloga al encuentro del 84 de “extraordinario”. “La Iglesia cubana se comprometió a unirse al proceso, de otra manera no era posible pensar una sociedad y nuestra responsabilidad como cubanos y cristianos.
“Las relaciones entre la Iglesia y el Estado se complementan, no se contradicen, deben surgir de manera espontánea”, señala el autor del folleto La misión de la Iglesia en una sociedad socialista, quien fuera entonces rector del Seminario Evangélico de Teología y Director del Centro de Estudios del Consejo Ecuménico de Cuba, y ahora, con sus 92 años, confirma sentirse un hombre “cristiano y revolucionario”.
Aquella primera reunión sirvió para trazar estrategias conjuntas, y a partir de ese momento la práctica de encuentros sistemáticos entre las religiones y la máxima dirección del país se convirtió en un método de trabajo para debatir las principales problemáticas de la sociedad.
Según los entrevistados, otro intercambio que resalta por su importancia fue el celebrado en abril de 1990. “Nos reunimos 74 personas durante nueve horas y media, y se hicieron más de 19 intervenciones”, rememora Raúl Suárez.
Al leer las palabras que Sergio Arce dijo al Comandante en ese momento se puede percibir el sentimiento de apoyo a la Revolución, así como a la llamada Teología de la Liberación, definida por Fidel como ese “reencuentro del cristianismo con sus raíces, con su historia más hermosa, más atractiva, más heroica y más gloriosa”, en su papel por la liberación de los pueblos de Nuestra América.
Recuerda Nacyra Gómez que después se desarrolló la Conferencia del Consejo Internacional Metodista “y al final terminamos en otro encuentro en diciembre de 1991”.
Para Rodhe González Zorrilla, primera mujer presidenta del Consejo de Iglesias de Cuba, la diferencia entre un hecho y otro radica en que, si en el 84 había existido una visualización del hecho religioso y los creyentes, en el 91 se asume a la Iglesia como hecho institucional, con una dinámica que requiere espacios de comunicación y socialización.
Además, cuentan como un momento de significativa expresión los intercambios desarrollados previo a otorgarse el 25 de diciembre como día feriado. “Fidel hizo una reflexión porque Cuba era el único país que no celebraba como feriado la Navidad. Se escucharon varias posiciones y el criterio mayoritario fue favorable, porque iba a convertirse en un momento de encuentro con la familia”, rememora Oden.
LA ALIANZA ESTRATÉGICA HOY
Las anécdotas que se conservan en la memoria de los que vivieron esos primeros momentos continuaron nutriéndose con los desafíos que les iban imponiendo nuevas circunstancias. Así, fueron también protagonistas del enfrentamiento al bloqueo, en la batalla por el regreso del niño Elián González y en la causa de los Cinco Héroes, de regreso en casa junto a su familia.
Nacyra recuerda su papel en esa “lucha silenciada” —porque los grandes medios no hablaban de ella— donde le tocó ser interlocutora e ir a Washington y clamar frente a la Casa Blanca por el regreso de Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. En ese sentido, refiere Oden que fue “una lucha por nosotros, por la unidad del pueblo cubano. Si a mí como cristiano me preguntaran cómo debería ser la familia cubana yo contestaría: que sean como la familia de los Cinco, una familia unida”.
Rodhe González, también pastora de la Iglesia Cristiana Pentecostal, sostiene que la Iglesia tiene que cumplir un papel formador dentro del espacio de la moral y la ética. “Nuestro compromiso tiene que ser con el más pobre. En tanto la Iglesia se aleja del compromiso evangélico, se aleja del aporte que puede hacer a la sociedad. Creo que hay que luchar para el rescate de lo nuestro. ¿Cuántas generaciones no pospusieron sus expectativas y sus sueños personales por el sueño colectivo?”, señaló.
Para Dianet de la Caridad, desde la Iglesia se puede contribuir en “la lucha por la no violencia, la solidaridad, la justicia de género, la defensa de la vida y de la creación”.
Mientras, Reinerio Arce considera que los análisis entre ellos deben centrarse en las dificultades del pueblo cubano, en las condiciones de vida y cómo construir juntos una sociedad más justa. “En nuestra última reunión con Miguel Díaz-Canel retomamos la frase de Fidel sobre la alianza estratégica entre cristianos revolucionarios y marxistas, y se nos pidió reforzar el trabajo con la familia, y eso constituye un enorme reto”, concluyó.
Cómo perfeccionar la sociedad cubana y su economía, convertir a la familia en un núcleo sólido, rescatar la memoria histórica en los jóvenes, enfrentar el envejecimiento poblacional, formar una sociedad plena e inclusiva, transmitir los valores de humanismo y justicia social como principios, constituyen los puntos en la agenda común que estrechan los lazos de las religiones y el Estado cubano.
No existen contradicciones entre la prédica cristiana y revolucionaria, asumen todos los entrevistados no sin argumentos suficientes. No puede ser de otra forma —dicen—, en una Revolución para los humildes, que promulga el amor al prójimo como principal mandamiento.
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