ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El médico Leandro Escalante y la enfermera Rosabel Almeida en pleno recorrido por sus comunidades. Foto: Dilbert Reyes Rodríguez

LAS YAGÜITAS, Sierra Maestra.—A casi un kilómetro de altura y una docena más por caminos cordillera adentro, este caserío singular se ha aferrado al lomo de una montaña con una fidelidad asombrosa, solo explicable con ciertas garantías de vida que aun tan lejos y tan alto tienen sus pobladores.

Es uno de los confines que limitan por el fir­me de la Sierra al municipio granmense de Buey Arriba con su vecino de Guisa, y allí llega quien se atreva al reto de muchos pasos de ríos y pendientes peligrosas que enlazan un pico con el siguiente, en un ascenso de apariencia interminable si se emprende por primera vez.

“Yo mismo me pregunté varias veces: ¡¿a dónde me han mandado!?, el primer día que vi­ne. Oiga, valga que practico fútbol, y aun así llegué molido”, apuró Leandro, sin asomo de ín­fulas “postgraduadas” ni términos protocolares.

La conversación tuvo toda la jovialidad y sen­cillez de sus 25 años, pero en el carácter se le notó enseguida la responsabilidad en pleno proceso de maduración, esa gestación acelerada que provoca el trabajo en el paso del niño al hombre.

Nacido y criado en plena ciudad, Leandro Fi­del Escalante ayer mismo era apenas un estudiante, de esos de bata blanca con la universidad a la vuelta de la casa; pero tras recibir su título de médico, en pocos días entendió que aquel papel era solo un permiso para intentar demostrar si en verdad lo merecía.

De un día para el otro, el bayamés se vio de pronto en medio de las montañas más altas de la Isla, convertido en un paisano vital, imprescindible, al servicio de la gente natural de aquellas cumbres.

“En los dos meses que llevo aquí he comprendido que hay una verdadera graduación, más práctica y valiosa que el título recibido al final del sexto año. El médico se gradúa con la gente que cura, que salva, que educa para prevenir enfermedades.

“Ya sabía que la práctica es la mejor escuela; pero en la comunidad, cuando estás solo y todo el mundo viene a ti, y tú eres su hospital, su consuelo, su consejero, de salud y de otras cosas, te da la idea real de lo útil que puede ser un hombre que sirve a los demás.

“No sé si es una cosa especial de la montaña, pero en la familiaridad de los pacientes no se nota la conveniencia de ser amigo del médico que te resuelve rápido. Es como una preocupación común, sincera, por hacer que te sientas bien, por cuidarte, porque eres tú quien los cuidas a ellos”, resalta.

El “centro” de Las Yagüitas es un paraje pe­cu­liar sobre el estrecho lomo de una montaña. Precipicio de un lado y de otro, llega a tener la es­trechez de una senda para un solo carro; pero donde la meseta es algo más ancha, las viviendas no superan la decena porque comparten el espacio con la escuelita, la sala de te­levisión con paneles solares y señal digital, la bodega y el consultorio atendido ahora por Leandro.

“Realmente mi consultorio está en siete caseríos, algunos muy distantes de aquí, a diferentes alturas. Atiendo casi 100 casas muy dispersas unas de otras, pero el agotamiento se compensa con el trato de estas personas maravillosas. Es increíble el afecto que ofrecen, y el respeto.

“Es hasta cómico que un adulto venga a pe­dirte permiso para darse un trago ese día, o que un niño sorprendido descalzo se disculpe con uno y hasta invente una excusa incoherente; pero eso indica que te escuchan e influyes en sus hábitos. He aprendido a quererlos mu­cho en poco tiempo, y lo mismo que extraño mi ciudad si demoro aquí, así extraño este pe­dazo de montaña cuando vuelvo allá”.


LA MANO DERECHA
Aparejado a la presencia indispensable del médico, Las Yagüitas ha tenido en la enfermera Rosabel Almeida una garantía para la asistencia médica permanente durante 11 años.

Anclada allí por el amor en su servicio so­cial, ella sentó familia incluso un poco más le­jos, cruzando la frontera hacia Guisa, en el es­car­pado Providencia.

“Todos los días hago a pie o sobre un mulo los ocho kilómetros que me separan de Las Ya­güitas, pero no falto jamás, y me quedo cuando el médico baja. Conozco cada familia al dedillo, y eso ayuda mucho al doctor”.

Los de más edad la tienen “como una hija”, al decir de Mirta Rodríguez, vecina de Pro­vi­dencia que la prefiere a ella para atender sus achaques; mientras los bisoños que encargaron temprano su descendencia, encuentran en Rosabel “una madre alternativa”, a juzgar por el criterio de Aris­leydis Sánchez, ya con tres ni­ñas a sus 26 años.

“En todo este tiempo he aprendido a querer a la montaña, y estoy acostumbrada al esfuerzo adicional de ejercer la enfermería acá. Sien­to el mismo orgullo de cualquier internacionalista, por­que esto es como una misión, solo que con nuestra propia gente, y eso también es im­por­tante.

“Si ahora mismo debo irme a luchar contra el ébola, con todos sus peligros, estoy dispuesta, pero al final tendré la misma satisfacción que siento aquí”.


SIN EXCEPCIONES

Ni para las estadísticas, ni para el discurso, ni siquiera para los índices que miden la atención de salud a la población cubana, ni Lean­dro ni Rosabel son casos excepcionales.

Como ellos, andan miles por los campos de Cuba, ayer estudiantes y ahora profesionales, en busca de una segunda graduación en el contacto diario e inmediato con la familia. Hay que ver cuánto la habilidad se pule y se les curte el carácter cuando tienen que decidir solos, ma­nejar una emergencia, prodigar confianza.

Leandro y Rosabel no serán excepciones, pe­ro su ejemplaridad sobrada nos recuerda que la Medicina es un oficio con clase de sacerdocio, valioso tanto si se practica del otro lado del mar como en el patio de la casa.

Salvar, curar y prevenir será siempre un acto solidario, sea donde sea, y en su ejercicio la hu­mildad es un valor esencial que puede aprenderse joven, pero no despojarse nunca de él.

Esa es la escuela mayor que pasó Rosabel y aho­ra cursa Leandro, con notas sobresalientes en poco tiempo: ser buenos profesionales y me­jores personas; porque el menoscabo de esta anu­la aquella, y el médico debe ser esta y aquella, competente y humano, a prueba de privilegios que marean y ganancias que pueden co­rrom­per la humildad.

Ellos no son excepciones… y eso es precisamente lo que hace falta.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.

fonseca dijo:

1

16 de diciembre de 2014

06:18:52


Excelente reportaje Dilbert, siempre acertando en la diana del corazón y los sentimientos humanos. En nuestra tierra hay muchísimos "Leandro" y "Rosabel". Ojalá muchos lean este excelente trabajo, felicidades a Leandro y Rosabel y a ti por regalar historias que por cotidianas en ocasiones no las valoramos en su justa medida. Gracias.

jose angel dijo:

2

16 de diciembre de 2014

10:23:46


Excelente trabajo periodístico. Al igual que Leandro soy médico y cubano, egresado con mucho orgullo hace 8 años de una de nuestras facultades de medicina, por razones personales vivo actualmente fuera del país. Independientemente de cual sea nuestra posición política o estemos de acuerdo o no con todo lo que ha hecho la Revolución en nuestro terruño,tenemos que reconocer que la formación de valores en los profesionales de la salud es incomparable es por eso que donde quiera que estemos sea dentro o fuera de Cuba , sea en una misión, contrato de trabajo o en ejercicio privado, siempre nos distinguimos por el trato amable, sencillo, y sobre todo humano a nuestros pacientes. Son mis mayores deseos que eso que nos caracteriza sea un sello que jamás sea olvidado ni borrado en todos los que ya nos hemos graduado y en los que están por venir.

Luis Celeiro dijo:

3

16 de diciembre de 2014

11:05:28


Muy buen reportaje el cual me da mucha alegría al saber que nuestra revolución no olvida a nadie de sus hijos y llega a los lugares mas intrincado de nuestra geografía soy de buey arriba y me niñez la pase con mis padres en un lugar llamado banco arriba y recuerdo a mi madre en los anos sesenta como se ocupaba de atender en aquellas lomas a los enfermos ella no era enfermera pero inyectaba muy bien y se preocupaba por aquellos enfermos que no tardaban en buscarla para las atenciones que bueno que hoy tengan médicos graduados y enfermeras que se ocupen de tareas tan importante como la salud gracias revolución gracias Fidel

FRANCISCO M BARROSO dijo:

4

16 de diciembre de 2014

12:37:06


Lic Dilbert merecidas las felicitaciones, pero si desea conocer historias de los primeros médicos rurales, de cuando tenían que vivir en bohios, sin luz eléctricas, realizar partos con mechón y otras gloriosas historias, solicite una entrevista con el director fundador del SERVICIO MÉDICO RURAL, cuando el ministerio de salud pública se encontraba en la calle Belascoain frente al parque Finlay, el doctor JOSE MILLAR BARRUECOS (Chomi para sus amigos). Aficionado a la fotografía, guarda todas esas preciosas memorias. Una de ellas la primera graduación de médicos en el pico Turquino en mil 965, donde los egresados fueron acompañados en su ascenso a la mayor elevación de la isla, por Fidel. Espero inicie una saga dedicada a esos iniciadores para que las nuevas generaciones sigan sus ejemplos.

Jorge dijo:

5

16 de diciembre de 2014

14:02:52


Como siempre, emocionantes noticias desde Cuba. Ya les gustaría a muchos médicos de mi país (España) tener los mismos valores que la gran mayoría del pueblo cubano. Simplemente, siento envidia.