
MANZANILLO, Granma.— “Al menos tuvo el reflejo de despertarse en plena madrugada, llegar a la puerta de la casa y pedir ayuda; pero ya la mitad del cuerpo no le respondía”, cuenta Adaleivis, la esposa, con un nudo en la garganta.
El 29 de marzo último, Jorge Véliz entró muy grave a la sala de emergencias del hospital clínico-quirúrgico Celia Sánchez Manduley, de esta ciudad oriental. Todas las pruebas confirmaban una enfermedad cerebrovascular, de esas nombradas ICTUS, en alusión al efecto intempestivo y mortal que suelen provocar.
“A pesar del nerviosismo, noté que no hubo tiempo perdido entre el diagnóstico y las decisiones, sobre todo cuando lo trasladaron a la sala de ICTUS e inició el tratamiento. Allí le salvaron la vida a Jorge”.
El paciente, de 52 años, ingresó hemipléjico (parálisis de la mitad del cuerpo) debido a un hematoma intraparenquimatoso, una manifestación hemorrágica muy fuerte que pudo ponerle fin a su vida.
DE AYER A HOY
Así de trágicos suelen ser los finales de estos casos, sin embargo, la muerte por estas causas tiene allí pocas oportunidades.
Flamante, iluminada, pulcra y dueña de un ambiente contagiado por la juventud, la sonrisa y el trato amable de sus doctores, enfermeras, técnicos y asistentes; la moderna sala de ICTUS ha sido en poco tiempo un ancla de vida y esperanza para más de 800 pacientes.
“Las enfermedades cerebrovasculares son de alta prevalencia. Aquí mismo tenemos un promedio diario de dos a cuatro ingresos, y antes del 24 de abril del año pasado, en que se estrenó la sala, anualmente se reportaban 20, 30 y hasta 40 fallecidos”, explica la doctora Aliuska Castro, especialista de primer grado en Medicina Interna y jefa del servicio de ICTUS.
“Los pacientes eran internados en terapia intermedia, pero hoy las magníficas condiciones de nuestra sala garantizan en seis cubículos una atención adecuada, personalizada y con todos los requerimientos especiales para estos tipos de enfermedades.
“La prevalencia obligó a aumentar las camas de 12 a 15, y mantenemos la ocupación siempre por encima del 90%. Toda la atención aquí es de urgencia, y solo salen reportados “de cuidado” hacia las salas de Medicina, nunca de alta desde nuestro servicio.
“Esta dinámica, a pesar de la prevalencia, ha sido posible mantenerla gracias a los positivos resultados, visibles en el promedio de estadía de 6,2 días; el cual depende del carácter isquémico o hemorrágico de la enfermedad. Los primeros promedian 72 horas, y los segundos pasan 10, 15 y hasta 21 días, en dependencia de la evolución.”
Lo más impactante, sin embargo, radica en conocer la extraordinaria reducción de la mortalidad conseguida por esta sala, pues desde el estreno en 2013 solo cinco pacientes perdieron la vida.
“Los índices de recuperación son excelentes, y aunque muchos egresan con déficit motor, son remitidos al servicio de Rehabilitación, muy eficiente en su labor. De allá tenemos con nosotros dos técnicos a tiempo completo, y satisface sobremanera ver a los pacientes salir caminando del hospital”, agrega la doctora Castro.
La sala de ICTUS del “Celia”, como llaman los manzanilleros al coloso hospitalario, es referencia magnífica, sobre todo, de un acoplado trabajo en equipo, integrado también por la doctora en Medicina Interna Yoandra Fuentes, el neurólogo Eduardo Almeida, 40 enfermeras lideradas por Odalis Mora, seis asistentes y el personal de servicio.
UN REGALO INMATERIAL
“La excelencia va desde la profesionalidad médica hasta el trato personal de todos allí. Son realmente excepcionales”, valora Adaleivis, la esposa de Jorge Véliz, quien a poco más de un mes del grave evento cerebrovascular, recibe rehabilitación motora y ratifica en palabras profundas un agradecimiento “a la gente hermosa de ICTUS”:
“No he escrito la carta de reconocimiento que hubiera querido porque aún me limitan el esfuerzo cerebral; pero qué buena esta oportunidad pública para darles las gracias a ese equipo fabuloso, no solo por el dominio de su profesión; sino por el amor y el cariño que prodigan en su trato, capaz de curar tanto como la medicina que saben y practican.
“Ellos arrebataron de la muerte la vida mía, y antes de salir de allá les prometí que les dedicaría mis primeros pasos”, dijo Jorge a Granma, en un tono que solo llevan las palabras infinitas de la gratitud.
El viernes último volvió a la sala a hacerles un obsequio colectivo a las madres de bata blanca; un regalo inmaterial, gigantesco, que arrancó lágrimas, abrazos y sonrisas.
Jorge entró a dar las gracias, caminando.



















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Leonardo Ojeda Hetnandez dijo:
1
12 de mayo de 2014
22:09:45
roberto dijo:
2
13 de mayo de 2014
12:54:37
Carlos Cuba Palanco dijo:
3
13 de mayo de 2014
19:28:47
Julio dijo:
4
14 de mayo de 2014
12:24:26
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