
GRANMA.— De los capítulos épicos que los cubanos escribieron en Angola, el protagonizado por colaboradores civiles en la ciudad de Sumbe hace exactamente 30 años, fue una lección elocuente de altísima valentía y resistencia a toda costa.
Dentro del grupo de hombres y mujeres que el 25 de marzo de 1984 amaneció allí bajo un fuego cerrado de morteros y metralla, Orlando González Montero tiene quizás algunas de las historias más tensas e ilustrativas de lo que fue aquella desigual batalla; en que escasamente armados los obreros cubanos hicieron fracasar el intento de batallones completos de la UNITA (1 500 efectivos) de ocupar la ciudad y tomar como rehenes a unos 300 trabajadores extranjeros emplazados en la urbe, de ellos más de 200 de la isla antillana.
Pero a Orlando, además del valor, lo destacó antes el agudo sentido de la previsión. Elegido primer secretario del Partido en el contingente de la UNECA (Unión de Empresas Constructoras Caribe), pocos días antes del sorpresivo ataque se resistió a regresar a Sumbe desde Luanda sin algunas armas: “por si acaso, pues en la ciudad no había ninguna fuerza militar y Fidel había indicado a todos los cubanos estar preparados para cualquier contingencia”.
Tras una semana de gestiones para llevar armas a Sumbe, Orlando consigue 80 ametralladoras PPSH (conocidas como pepechá) para el campamento de constructores, y apenas 11 días después, aún con la grasa de conservación, tuvieron que estrenarlas en el combate.
“Por la topografía y la relativa cercanía con Luanda, no era una ventaja táctica atacar la ciudad, pero en la madrugada del 25 de marzo, justo el domingo que planificamos trabajo voluntario para desconservar los fusiles y construir los armeros, el fuego enemigo se adelantó y nos despertó con la sorpresa terrible de un cerco apoyado por artillería.”
EL ATAQUE
“Pensé que estaba soñando. La noche anterior habíamos hecho una fiesta a compañeros que ya se iban, terminamos bien tarde, y algunos demoraron en percibir la realidad del ataque.
“Empiezo a repartir las armas y a la vez enseñar a la gente a armar el disco con las balas. No habíamos tenido tiempo de instruirlos y para muchos era la primera experiencia con ese tipo de fusil tan ‘celoso’.
“No alcanzaban para los 130 constructores que éramos y comienzo a priorizar personas, cuando se acerca una camagüeyana pidiendo un fusil. Hoy me critican por habérselo negado. Admiro su posición y entiendo su protesta, pero me resultó difícil en aquella situación, teniendo tantos hombres desarmados todavía. Fue una muestra elocuente de lo que son capaces nuestras mujeres.
“Estaba instruyendo a algunos cuando llegó un grupo de médicos, y maestros con algunas armas que yo no sabía que tenían en sus predios. Al frente venía el teniente coronel Juan Castillo, quien propuso tomar posiciones en las elevaciones al borde de la ciudad; pues la indicación en tal situación era proteger el aeropuerto, pero eso ya era imposible con el cerco tan estrecho.
“Con un grupo pequeño atravesé la playa y subí a una loma tapada por la neblina; pero en cuanto se despejó con el día, un carnaval de disparos y morteros nos reveló que estábamos frente al enemigo.”
Orlando relata la tensión del momento con una fluidez fílmica: el salto de casi todos por un farallón altísimo, la primera resistencia ofrecida en una meseta a 200 metros de los agresores para que las armas tuvieran alcance, el primer constructor caído, los compañeros ya sin balas, la angustia de la retirada por la playa…
Llega al instante tremendo en que, como parte de la última posición en retirada, resguardado tras una bola de fango que él creyó una piedra, un mortero cae cerca y lo tira en la arena, herido en la cabeza.
Hoy cuenta con cierta gracia cómo un amigo al que apodaban ‘loco’ gritó: “Primo, guárdame eso ahí”, y lanzó un cargador vacío a la línea enemiga, cual si fuera una granada. Los tipos asustados se tiran y ellos aprovechan para escapar; pero la sonrisa se le borra de pronto cuando recuerda que él no pudo… y quedó solo en la playa.
“Decidí como última opción poner el fusil en ráfaga y retirarme mientras disparaba, pero tenía muy pocos cartuchos y no fue posible. ‘Si se enteran que no tengo balas, estoy embarca’o’, me dije. Entonces oigo a un francotirador desde el campanario de la iglesia gritándole a los suyos que yo no moría. Me estaba dando y yo, con la sangre caliente por las heridas del mortero, no me había dado cuenta.
“Disparando tiro a tiro logré salir de la playa, atravesar la calle y llegar a donde los otros, quienes tratan de ayudarme, pero la mano de uno se hunde en la herida que traigo en el hombro. Tenía disparos al otro lado y en una pierna, además de esquirlas de mortero.
“Félix Pérez, un chofer, pide que lo cubran para irse a rescatar un camión cercano. Lo logra con dificultad y es cuando podemos trasladarnos a donde está el grueso del grupo en La Pesquera. Un amigo, con su pulóver, improvisa un tapón para mi herida del hombro.
“Los médicos me atienden bajo unos vara en tierra que considero blancos fáciles. Aceptan mi observación y salimos al descampado en la playa, pero el sol nos castiga y Mamita, una cocinera a quien encargan cuidarme, comenta que si no muero desangrado, moriré asfixiado. Decidimos movernos para abajo de un camión-plancha cercano.
“La suerte quiso que aquel vehículo tuviera una planta de radio y el chofer allí, intentando avisar a Luanda del ataque. Pero por la tensión, él no hacía el silencio de rigor para escuchar la respuesta. Entonces lo llamo, le digo que se calle, y es cuando advierte que piden ubicación. Ya los helicópteros estaban en el aire y los aviones listos en pista, aunque no sabían a dónde ir. Enterados de que es en Sumbe, piden situación real de los cubanos: ‘¡Diles que todo lo que se mueva fuera de la playa es enemigo!’, le indico.
“Unos minutos después la aviación cubana con su poder de fuego invertía el teatro de operaciones, y Sumbe, que llegó a estar casi tomada por atacantes que no esperaban tal resistencia de los cubanos en un mínimo sector de la ciudad, al final del día ya era una victoria.”
PERO NO PUDIERON CON NOSOTROS
Solo después Orlando pudo reír con el recuerdo de algunos pasajes: la gente nuestra queriendo enterrarse al ver los cohetes de la aviación cubana pasando a pocos metros; la profesora Elsi Fajardo, que tendida en la arena se quitó los tenis y se escondió detrás de ellos; el cargador vacío que simuló una granada…
Sin embargo el rostro se hace solemne al evocar a los siete compañeros muertos, y el tributo da paso a un orgullo transparente cuando afirma en frase breve: “Pero no pudieron con nosotros”.
Siete meses después del memorable episodio de Cangamba, cuya sonada victoria movió a la UNITA a la acción desesperada contra Sumbe, el zarpazo enemigo volvió a chocar contra el arsenal mayor de los cubanos: la valentía, el arrojo y el alto espíritu de resistencia, que las últimas palabras de Orlando resumen como algo innato, una aptitud natural, un principio irrevocable.



















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fernando lopez dijo:
1
25 de marzo de 2014
04:48:49
Giraldo Grenot dijo:
2
25 de marzo de 2014
05:48:59
Nelson Rudy dijo:
3
25 de marzo de 2014
08:02:31
Salvador Mateu dijo:
4
25 de marzo de 2014
10:40:55
Maria M dijo:
5
25 de marzo de 2014
11:04:02
Khiusttin Ceballos dijo:
6
25 de marzo de 2014
11:18:06
Srechko Vóyvodich dijo:
7
25 de marzo de 2014
15:57:51
gabriel cartaya dijo:
8
27 de marzo de 2014
08:50:29
arsenio pena dijo:
9
30 de julio de 2014
08:07:03
Malena dijo:
10
16 de noviembre de 2015
12:33:11
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