ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: del autor

GUANTÁNAMO.— Allá arriba, con los racimos de cocos en primer plano y las airosas pencas cuidándote del sol, el mundo debe ser más hermoso. Pero eso se piensa desde el suelo, 20 metros más abajo del desmochador que, abrazado al tronco fibroso del cocotero, apura la caída de los frutos maduros.
Encima nuestro, el hombre vive del agarre, de la fuerza justa que lo sustenta y hace la diferencia entre el cielo y la tierra, entre el recuerdo y el hombre de carne y sangre caliente en las venas que es.
Cuando desciende, finalmente, Oveidis Toirac Arcia es unos dedos más alto que yo y tiene el cuerpo delgado, el peso justo para ir cuesta arriba de un tallo que puede tener porte de palma real o de maleza, porque así son los caprichos de la madre natura.
Tiene, me dice, solo 29 años y es desmochador desde los 16. Detrás suyo, o antes para ser más exactos, atesora toda una estirpe de trepadores. “Mi papá, varios tíos, primos…, todos por línea paterna, se han dedicado a esto, son campesinos. Mi mamá no, ella es ama de casa, aunque no dice nada, está acostumbrada”.
Por poco, no obstante, se queda en la tierra, “Empecé a estudiar una carrera relacionada con la agricultura, pero por cosas de la vida la dejé y ahora estoy aquí. Este es mi sustento, y no me quejo”.
Arriba, importa no tener miedo. “Porque el miedo, periodista, no te deja reaccionar ante los problemas. Un desmochador debe cuidarse, pero tener miedo no, porque te paraliza y eso no te sirve cuando estás en el pimpollo de una mata, y viene una corriente de aire o el amarre no era tan fuerte como creíste”.
Lo dice, confiesa, parece que por primera vez a juzgar por el asombro de quienes nos escuchan, con la experiencia de quien ya probó el duro sabor del piso, que desde arriba es solo horizonte.
“Pues sí, me caí hace dos años. Era un cocotero mediano, de unos 12 metros. Y me subí confiado, con una soga casi nueva, o por lo menos eso parecía. Recuerdo que la metí en agua, porque la soga trepadera solo se pone dura cuando se moja; hice los amarres y emprendí la subida, tumbé los racimos de coco maduro y cuando iba bajando, por la mitad, se rompió la cuerda y caí al suelo. Nada, que estaba podrida”.
Fue, no obstante, una caída leve. Se rompió una muñeca, que nunca más le ha vuelto a molestar, y dos “costillas de orgullo” que lo hicieron guardarse el cuento por muchos meses, hasta el sol picante de hoy.
Porque, cuando no está a la sombra del cohollo, Oveidis es un muchacho de 29 años como cualquier otro, con amigos y el sueño de una novia final que algún día será mujer para compartir sueños y almohada. “Unos amigos que, a cada rato, me dicen que debo estar loco por seguir encaramado en las matas de coco. Consejo no me falta, periodista, pero me gusta esto”.
Cuando le preguntan por el futuro, este desmochador de la Cooperativa de Producción Agropecuaria Cándido González de La Rencontra, en el Consejo Popular Mabujabo, de Baracoa, no duda en responder que allí seguirá mientras el cuerpo se lo permita.
“Aunque, si mañana tengo un hijo, quisiera que se busque la vida en tierra. Pero si, al final, me sale trepador porque es lo que le pide la sangre, qué le voy a hacer, lo apoyo y lo enseño”.

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