
El día que Santiago Cardosa Arias recibió el Premio de la Dignidad en el periódico Granma iba acompañado de su hija. Aunque ya el encuentro estaba pactado para el final del evento no le perdí ni pies ni pisada, al punto de que en algún momento de la “conversación”, como la llamó él, dijo: “Si yo tuviera que escribir de esta entrevista hablaría de todo lo que hiciste para traerme hasta aquí”.
Terminado el acto conduje a Cardosa Arias hasta la actual Redacción Nacional del periódico. Todo lo miraba, recordaba perfectamente el tiempo en que caminaba apresurado esos pasillos: “Antes todo esto era una misma redacción”, cuenta señalando el lugar donde ahora están distribuidos todos los departamentos. Entra y saluda como si nunca se hubiera ido de allí, como si todos los jóvenes que ahora habitan el lugar fuéramos sus compañeros en la carrera diaria por la noticia.
Con los sólidos argumentos de quien convirtió sus entrevistas en amenas historias contadas con el pincel y la picardía del cronista, me retó, dándome una buena excusa para comenzar:
“Vamos a ver si logras la empatía. La empatía es la herramienta del periodista cuando va a entrevistar a una persona, y la tiene que tratar de lograr siempre. Pero como yo soy un periodista viejo yo te voy a tratar de ganar a ti, para que me preguntes lo que tú quieras, y yo poder responderte cuanto sepa”.
Entonces se mezcló la tibieza del principiante con la risa. La conversación se transformó en un diálogo entre amigos, del que Cardosa fue cómplice, paciente interlocutor, y una excelente compañía. Con ademanes suaves dio los consejos más oportunos, la mirada fija, como evaluando, y ese gesto de agradecimiento hacia quien lo interpela. Luego de una breve introducción… ¿Llega el periodismo a Cardosa Arias o Cardosa Arias al periodismo?
“Cardosa llega al periodismo a partir de que fue vendedor de periódicos, y empezó a escribir de todo lo que veía. Entonces, Sirilo Catá Suárez, el regente de una imprenta en Baracoa que se llamaba La Semana, me dio la mano.
“Pero yo tenía una abuelita de 108 años que vivía en Nibujón, en Baracoa. Esa abuelita era la que cuando en mi casa no teníamos qué comer, mi mamá me mandaba para su casa en el campo, ‘monte adentro’. Un día sucedió que ella tampoco tenía nada que brindarme. Mandó a otro nieto a que fuera allí cerca para buscar uno o dos huevos de una gallina que tenían. Este primo buscó un huevo, se lo trajo, y después le dijo que fuera a buscar otro porque con uno solo no iba a alcanzar, pero no para que yo me comiera dos huevos, sino porque con el otro mandó al primo a la bodeguita para decirle al bodeguero —me acuerdo que se llamaba José—, que le cambiara un poquito de manteca por ese huevo. Con ese huevo y la manteca de la bodega fue que me dieron el almuerzo de ese día. Eso me impactó mucho. A partir de ese hecho yo empiezo a sentir una gran inclinación por ‘la cosa humana’. Mientras hay periodistas que empezaron a buscar las cifras, los récords de la entrada de barcos y el azúcar, yo siempre estaba buscando a la persona común, porque yo fui y soy de origen humilde, y estuve privado de muchas cosas.
“Cuando me dieron la posibilidad de escribir en los periódicos, en aquella época todavía no había triunfado la Revolución y lo que se escribía en la prensa era de política, de bodas, de bautizos. Yo irrumpo como estudiante de Periodismo y empiezo a escribir cosas distintas a las que escribían aquellos viejos periodistas”, relata.
trataría de salvar los poquitos libros que tengo en casa
“Ese libro que tú tienes ahí… (Se percató desde hace un rato que en mis manos están, polvorientas y amarillas, las páginas de su libro Ahora se acabó el chinchero, de Ediciones Revolución) es una evidencia de que la mayoría de mis reportajes tienen esa esencia”.
Aprovecho el tema para hablar de este “libro de cabecera” de reportajes, donde se mezcla la historia de Cuba, criolla, diversa, infinita en voces y espacios —esa historia que muchas veces se obvia en las aulas— contada con el estilo elegante que tienta a la poesía y la literatura, adelgazando las líneas que los separan del periodismo. Con él hace vivir el triste final de Tomasita, la niña que murió por 2,50 pesos; el miedo en el testimonio de quien vio asesinar a Frank País; las experiencias de la alfabetizadora que daría clases “aunque fuera debajo de un árbol”; las patrañas de los cuatro condenados a muerte en los calabozos de una fortaleza en Baracoa.
Le pido permiso para leer un fragmento que me impactó, de “Esta es Playa Girón”: “De regreso se sienta uno en la máquina de escribir. Lee y relee los apuntes y finalmente, se olvida de que es periodista. Piensa en cubano…”. Me interrumpe a tiempo, porque ni yo podía seguir leyendo el fragmento, ni él escucharlo. “No sigas”, dice y comienza repetir de memoria el texto que continúa: “…Recuerda lo que era la Ciénaga de Zapata hasta hace poco. Lo que se vio en Playa Girón es casi inconcebible; imposible de creer. (…) Y aconseja al Jefe de Reportajes que solo publique las fotografías”.
“Cuando salió este trabajo me llamó un estudiante de periodismo de Guantánamo y me dijo ‘Santiago, me dejaste frío’; y es que yo no he escrito el reportaje todavía, solo le doy al lector las notas que tomé en mi agenda y cuando más entusiasmado está, entonces digo que yo no sabía escribir un reportaje de algo que me parecía un sueño”.
Cardosa va ojeando su libro cuidadosamente, explica cada uno de sus trabajos, los motivos, y aconseja: “Lo más importante en un reportaje es el título, el título es un gancho. Se dice que el lead es un gancho, pero de la misma manera en que dejas de ver una película porque el título no te agarró, con el reportaje pasa igual. Si tú no haces un título llamativo no hay quien te lea”. Y cuenta la historia de cómo surgió “el chinchero”, un solar visitado por él con motivo de la publicación en Cuba de la Ley de Reforma Urbana.
“Yo siempre traté de escribir huyéndole al teque, yo no puedo hablar elogiándolo todo y siendo apologético”. Ahí está el libro para corroborar que este consejo es un propósito que cumplía a cabalidad, junto con el de atrapar todo el tiempo a los lectores, tejiendo las más disímiles historias en las voces de sus protagonistas, casi siempre gente humilde, que encontraba en los más recónditos lugares de Cuba.
Surgió entonces la duda sobre quién cuidaba la retaguardia, ¿a quién tiene que agradecer Cardosa Arias?
“Sin la ayuda de mi compañera que crió mis hijos yo no hubiera podido salir a hacer los reportajes en toda Cuba. Ella me apoyó como no te puedes imaginar. Yo no fui un esposo que estaba constantemente en la bodega, buscando los mandados… Yo estaba buscando la noticia. Eso te da una idea de cómo mi familia me apoyó. Ahora mi hija, que es Licenciada en Química, está detrás de mí ayudando para las piernas que ya me fallan —comenta orgulloso—.
Le hablo de su faceta como cuentista y se sorprende: “Son intentos de cuentos”, dice. Tengo escrito un libro inédito y los pocos cuentos que se han publicado fueron en Bohemia gracias a Enrique de la Osa, en la revista INRA, y los otros en Lunes de Revolución.
Entre los libros que este cronista salvaría de la catástrofe se encuentran los discursos de Fidel, —un poco ambicioso, admite—. “Por supuesto los de Martí, y después, como soy medio cuentista, salvaría los de Onelio Jorge Cardoso. Aunque, para ser sincero, si viniera un diluvio yo trataría de salvar los poquitos libros que tengo en casa, porque un libro es vida. Si tú no lees no sabes nada de nada. Ella me ve por la noche —señala a su hija— cuando estoy con mis libritos, y me reprocha, pero cuando tiene una pregunta viene a mí, y ¿cómo se lo puedo responder?, porque lo leí en algún lugar. Yo te recomiendo a ti que eres joven que leas todo lo que te caiga en las manos, hasta donde sea válido, porque tampoco vas a leer cosas que te hagan daño, pero siempre se aprende, con el libro más malo que te leas siempre vas a aprender”.
A todo lo que fuera distinto yo enseguida ¡le metía mano!
No podía pasar la oportunidad de preguntar sus experiencias en una cobertura que hoy es paradigmática, por su importancia histórica, por su perspicacia, y por la manera de narrar los acontecimientos sucedidos en los días de la invasión a Playa Girón, rubricada por el autor bajo el título Graduación interrumpida por la metralla.
“Nosotros habíamos salido para el Pico Turquino porque íbamos a graduarnos, (una tradición que mantienen los estudiantes de Periodismo, con la diferencia de que el ascenso ahora es en el tercer año de la carrera) y cuando estábamos en Pino del Agua escuchamos en un radio de pila que se estaba produciendo un desembarco mercenario por el sur de la Isla. Resultó ser que cuando yo oigo decir eso, ya con la fiebre de la Revolución y como a todo lo que fuera distinto yo enseguida le ‘metía mano’, el fotógrafo Roberto Salas (Salitas) y yo nos miramos y, sin intercambiar palabras, decidimos ahí mismo bajarnos de la montaña del Pico Turquino y llegar a Playa Girón.
“Llegamos un poco tarde, siempre me he lamentado de eso. La distancia me hizo una mala jugada, porque cuando llego prácticamente ya estaban en ‘Operación Limpieza’, pero eso me permitió escribir el reportaje. Yo solo fui a buscar la noticia, sin importar la lejanía o cómo llegar hasta allí… El premio que tuve por esa iniciativa, entre otras cosas, fue que entre los pocos milicianos estaban los primeros que habían enfrentado a los mercenarios, los miembros del batallón 339”.
Habla como si sus méritos fueran pocos. Con dos libros inéditos: Tras las huellas del ciclón Flora y En campaña por la abundancia; el texto de técnicas periodísticas El Reportaje y el reportero, publicado por la editorial Pablo de la Torriente, y la coautoría de varias obras como Reportajes, Antes del Moncada y Testimonios sobre el Che, entre otros, Cardosa se inscribe con grandes letras en la biografía de este gremio, sin siquiera ostentar una pizca de presunción.
No quiere dejar pasar la oportunidad, como lo ha hecho frente a sus alumnos de la Facultad, de dejar impreso su consejo para los jóvenes en este periódico, que fuera el medio de prensa donde se desempeñó por más de una treintena de años.
“No se dejen ganar por las nuevas tecnologías, lo que se convierte en un vicio que hace a uno escribir mucho. Utilicen la tecnología moderna para escribir trabajos amenos, con un lenguaje lo más hermoso que se pueda. La computadora te adormece, usen la técnica, pero siempre para hablar de lo que sea de más interés para el pueblo”.
Cuando inquiero sobre sus pasatiempos refiere en primer lugar la lectura de la prensa, y comenta: “Me siento a ver el noticiero y doy tremenda descarga cuando me lo quieren quitar para ver la novela, porque yo vivo del Periodismo y viví del Periodismo, y si no leo la prensa del día me siento mal”.
Ya Santiago Cardosa Arias (Baracoa, 1933) tiene 81 años. Pero ni la diabetes “que se ha complicado con la neuritis”, ha podido arrancarle esa expresión satisfecha de quien hizo cuanto quiso en la vida. De vez en cuando hace sus “cositas en la computadora” y llena su casa de jóvenes que quieren entrevistarle, además de formar parte del grupo asesor de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).
El dios Crono atenta contra la entrevista. Quedan preguntas por hacer. “No te he dicho todo lo que hubieras deseado por la falta de tiempo”, reconoce antes de partir para el resto de las actividades que le esperan. “Pero puedes llamarme y preguntar lo que necesites”.
Yo hubiera querido saber más sobre la pasión por el ajedrez de la cual me hablaron sus colegas, sobre aquel trabajo del Mozambique y el del Benny Moré, sobre sus experiencias en La Semana, Revolución, el INRA; pero el dios Crono insiste, y escasean las cuartillas. Puedo decir que tuve el gusto de conversar con Santiago Cardosa Arias, Premio Nacional de Periodismo José Martí (2014), y recibir las atinadas reflexiones que brotan de la sapiencia del hombre sensible y perspicaz, del periodista baracoense.
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rafael dijo:
1
15 de marzo de 2014
10:10:13
Roque dijo:
2
15 de marzo de 2014
13:38:20
EL OBSERVADOR dijo:
3
15 de marzo de 2014
14:41:55
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