ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Daniel Pérez G. (Chispa)

Era cerca de la una de la madrugada. El ruido sobre el zinc no cesaba. A veces parecía amainar, pero luego volvía con todas sus fuerzas. Del techo no nos separaba más que una mano extendida y hasta la parte de arriba de la litera se filtraba un frío de espanto. Llovía, llovía fuerte. Mientras, entre el sueño y el cansancio se iba colando también un temor, quizás un mal presagio porque si aquello seguía así sería imposible llegar hasta el Pico Real del Turquino.

Estábamos a 1 364 metros sobre el nivel del mar. Justamente en el campamento de Aguada de Joaquín, a solo cinco kilómetros del busto de Martí, donde todos se toman la foto como prueba de que llegaron a pesar de los dolores del cuerpo. Algunos dormían dentro del albergue; a otros les tocó "descansar" en casas de campaña hasta que la lluvia comenzó a escurrirse a través de la tela y alguien gritó "¡evacuación!". El de pie obligatorio sucedió a las tres de la madrugada, cuando la misión comenzó a estar literalmente en el "pico de la piragua".
Habíamos llegado luego de subir ocho kilómetros por un sendero increíblemente enrevesado, caprichoso, agotador, con tandas interminables de escalones y barandas que separaban los precipicios; un camino estrecho, duro, que obligó a más de uno a preguntarse "qué hago aquí" o a caer en cuenta, definitivamente, en la grandeza de quienes desde allí hicieron triunfar una Revolución.
Así escogió la Compañía Infantil de Teatro La Colmenita festejar sus 24 años de vida. No optaron por el cake, las funciones en el Karl Marx o alguna gira por el mundo. Esta vez retomarían la tradición colmenera de escalar el Turquino, solo que ahora subirían con niños. Habían sido "los mayores" los que en cuatro ocasiones anteriores tomaron el mismo camino. Pero, 15 pequeños hacían de esta una subida especial.
La más chiquita, Danna, tiene cuatro años y alguien especuló que, por su edad, podría estar rompiendo un récord. Le diseñaron un cargador, como el de los bebés, para llevarla a la espalda todo el trayecto. "Subir a Danna es una misión", dijo el médico Dashiel o el papá de Marquitos —como nos pidió que lo llamáramos porque él estaba en la Sierra Maestra en nombre de su hijo— cuando se amarró la niña al torso.
Pero el diseño hecho en la ciudad, demostraba en el monte que no era apropiado. Ella se sentía incómoda, se iba de lado. Hasta que por arte de magia, o quizás por la energía positiva que rodea perennemente a La Colmenita, apareció Yosvany, el guía que había subido 292 veces el sendero del Turquino y que ahora se ponía a Danna en sus hombros como si de una fina tela, sin peso alguno, se tratara. Pero la pequeña en ocasiones prácticamente "exigió" que la pusieran en tierra para dar sus propios pasos, y tomada de la mano de su "amigo el guía" o de cualquier otro colmenero llegó a caminar unos tres kilómetros.
Quizás Yosvany no subió nunca tan bien acompañado, quizás nadie lo hizo hablar tanto durante el ascenso como la pequeña que hace de Meñique en una de las obras de La Colmenita y que como el personaje del francés Laboulaye le preguntó hasta "donde el jején puso el huevo".
Y aunque parezca increíble para aquellos que desconocen el sortilegio de la infancia, fueron las niñas quienes marcaron el ritmo del pe-lotón de más de cuarenta personas que intentó llegar hasta el busto de Martí. Marcela, Andrea, Amanda y María Carla, todas con menos de una década de vida, disfrutaron más que nadie el camino que para otros resultó tortuoso. Preguntaron si la rana tenía pelos; indagaron el significado de los nombres de todo aquello que veían por vez primera en aquel sendero; comieron frutas, chocolates; se tomaron las fotos más lindas; a ratos se preocuparon porque sus mamás, algunos pasos detrás, pudieran pasar por los recovecos que ellas habían sorteado tan fácilmente; y por último dejaron un desafiante cartel en el punto que marca el final de los primeros ocho kilómetros de la caminata: "Las chiquis llegamos. Nosotras ni nos quejamos, ni nos ra-jamos".
Fueron estas niñas quienes lloraron cuando la orden de la retirada tuvo que ser dada. Luego de aquel inoportuno aguacero de la madrugada, cuando los guías aconsejaron no seguir la escalada porque resultaba en extremo peligroso por lo resbaladizo del terreno, ellas que habían sido las primeras en llegar no querían retornar a casa. Solo la promesa de volver en el aniversario 25 de la Compañía alivió sus penas.
La promesa la hizo Tin, el padre de todo lo que encierra el mundo extraordinario de La Colmenita; el teatrista que no subió con la despreocupación de otras veces porque ahora cargaba con lo más sublime: "sus niños"; el director que como jefe de guerrilla decidió retirarse a tiempo por el bien de sus guerrilleros; el hombre que no volvió a sonreír porque no estaba molesto, más bien "triste"; el ser humano infinito que de regreso a La Habana planificaba la nueva escalada con los niños porque, como en el Viejo y el Mar, "el hombre no está hecho para la derrota". Ese es Carlos Alberto Cremata, el soñador más caprichoso, que ahora conversa con Granma:
—¿Por qué escoger como regalo la subida al Turquino?
—En realidad es un ritual. La Colmenita es la hija de La Colmena, que era un grupo de jóvenes de alto rendimiento deportivo —ninguno teatrista— del que yo era parte. Y todos ellos me inculcaron la importancia de la disciplina del cuerpo —algo que en el teatro resulta vital— y me arrastraron a vivir muchas aventuras de senderismo. Al ser ya estudiante del Instituto Superior de Arte (ISA), encabecé las brigadas serranas, con las cuales también anduve por los campos de Cuba, y en medio de esa coyuntura nos propusimos subir al Pico Turquino, lo que concretamos en el año 1995.
"Desde entonces acordamos que cada vez que hubiera una ocasión meritoria lo haríamos. Por eso lo intentamos por quinta ocasión este año. Nosotros hemos ido a muchos lugares, pero el Turquino es esa cosa linda de estar en lo más alto de la Isla junto a Martí, el día de los enamorados y en el cumpleaños de La Colmenita".
—Subir montañas, como decía Martí, hermana hombres. ¿Tiene que ver esto con la filosofía de La Colmenita de estar en familia y ayudarse?
—Exactamente. Como ustedes mismas han podido ver, el ascenso al Turquino es difícil para quienes no están físicamente entrenados, y no-sotros no lo estamos, ni remotamente. Enton-ces, esta es una gran posibilidad de poner en práctica la solidaridad entre los muchachos y probar a los más chiquiticos.
—Te arriesgaste al subir con niños ¿estabas preocupado?
—A mí lo que más me golpeó en esta última ascensión fue el estrés tan grande y la preocupación por los niños, aun cuando ellos pasearon los 16 kilómetros como si fuera una aventura.
—Las condiciones climatológicas se interpusieron entre La Colmenita y el Martí del Pico Turquino ¿Fue difícil tomar la decisión de la retirada?
—La decisión no fue difícil, la tomamos rápido. Si algo yo tengo claro es que si en un lugar donde estamos con niños hay algún tipo de peligro para ellos, la decisión siempre será protegerlos, como familia que somos. Y precisamente por ellos también fue una decisión dolorosa. Eran los más preparados, los que más se lo merecían, se lo habían ganado con creces y entonces ¿cómo explicarles? ¿Cómo decirles que no? ¿Cómo hacerles entender sobre los riesgos? Y eso no está en la mentalidad de un niño, ellos viven la aventura, pero los adultos tenemos la responsabilidad de alejarlos del peligro.
"Todo eso, acompañado por la cariñosa bienvenida que nos dio la provincia de Granma, hizo más dolorosa la realidad de no haber estado junto al Martí del Turquino, de realizar este sueño".
—Y hablando de sueños, al cabo de 24 años ¿cómo mira el creador a su Obra?
—Estoy feliz de haber llegado a donde jamás imaginé, pues realmente en muchos momentos pensé que no iba a ser tanto tiempo, pero aquí estamos. Y sobre todo me siento esperanzado de que La Colmenita sobrevivirá más tiempo.
"Que los jóvenes que una vez fueron niños colmeneros se reincorporen a nuestro trabajo —ya tenemos 14 que son maestros oficialmente en La Colmenita— nos da la garantía de que quizás también ellos puedan tener la misma obsesión mía de seguir compartiendo esta for-ma de hacer en La Colmenita. En muchachos como Muma, Débora, Marlon, Malú, y muchos otros, me veo a mí cuando tenía 24 años menos, con muchos deseos de dedicarle a esto la vida, de continuar la obra".
—¿Qué es para ti La Colmenita? ¿Significa lo mismo que al comienzo?
—No, no es lo mismo. Hace 24 años todo comenzó siendo un hobby. Nunca pensé dedicarme a eso y yo estaba convencido de que no iba a hacer teatro con niños, solo me apoyaría en ellos para hacer una que otra puesta en escena. Pero en estos momentos La Colmenita es el sentido de mi vida, sin ella me siento completamente desprotegido, extremadamente torpe. Y les digo, sinceramente, hemos pasado tanto juntos que siento que no soy yo quien los guía a ellos, sino ellos a mí, como si fueran mi lazarillo.
—¿Te parece que La Colmenita es una obra acabada?
—Para nada. Todavía estoy muy insatisfecho con todo lo que pudimos hacer y no hemos logrado. Si hiciéramos un símil, podríamos preguntarnos ¿qué son 24 años? ¿Qué es una muchacha de 24 años? Porque La Colmenita es eso, una muchacha que acaba de salir de la universidad, de terminar su formación académica ¿qué le toca ahora? Laborar, ser útil, cometiendo errores, lógicamente, pero ahora es que estamos comenzando ese tanteo de la vida joven a la vida adulta y todavía nos queda mucho por hacer, mucho por dar. Y como las generaciones se van relevando, entonces puede ser que La Colmenita no se acabe nunca.
—Por último, quizás como confirmación de lo que se supone ¿regresa La Colmenita al Turquino en el aniversario 25?
—Sin dudas. En mi mente hay una frustración grande que me deja un sabor a sinsabor, entonces, hay que hacerlo para quitarse esa espinita; además, es tan sencillo, no es nada del otro mundo¼ solo hace falta que no llueva.
Concluye Tin y vuelve a sonreír.

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