ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Dilbert Reyes Rodríguez

GRANMA.— El humanismo como valor, cuando se tiene y se practica, no lo define la edad, ni la cultura, ni el interés de recibir a cambio, ni siquiera si se vive entre mucha o poca gente en una ciudad pobladísima o en un paraje alejado de escasas viviendas campesinas.

Tal comparación no es producto del azar, sino muy a propósito de la experiencia que puede confirmarse en Tres Macíos, un caserío rural del municipio granmense de Bayamo, cada vez que allí acude con sobradas garantías el personal del Banco Provincial de Sangre.

Ni siquiera son de aquella zona los que cotidianamente salvan sus vidas gracias al gesto gigante de los lugareños, pero estos ni se preocupan —jamás lo han hecho— por preguntar el nombre ni la cifra de quienes sobrevivieron con su sangre. "Simplemente la donamos, es suficiente", repite como copia al carbón cada vecino encuestado.

Ni en el mapa de la provincia sobresale Tres Macíos, pero su tradicional aporte al programa de donaciones de sangre sí lo ha hecho brillar en grandes letras rojas, incluso en el país.

"Todos recuerdan la hazaña de 1 013 donaciones en el año 1993, cuando sobresalió como el mejor barrio de Cuba. Desde entonces no han llegado a tanto, pero han mantenido la condición de punteros del movimiento de más de 200 cada almanaque. Este 2014, solo con lo realizado en enero ya rondan las 50", exalta Reinaldo Milanés, jefe del Programa de Sangre en Bayamo.

Un desinterés franco, desnudo, se nota en las palabras de cada residente, aunque en su mayoría no sean muy locuaces; sin embargo, siempre destacan algunos que con razones sencillas descubren ciertos motivos que los mueven a tan noble gesto.

Alfredo Martínez, por ejemplo, llevaba diez donaciones cuando sufrió un grave accidente de tránsito. Debió ser transfundido para ser salvado de la muerte, y en su convalecencia elevó al grado máximo su conciencia sobre la importancia de donar la sangre.

"No pude reincorporarme muy pronto, pero cuando la salud lo permitió, empecé. He realizado 45 donaciones después de aquella experiencia, y en el transcurso del tiempo otros momentos dolorosos confirmaron su valor. Mi propia hermana, gravemente enferma, necesitó transfusiones frecuentes de donantes que nunca conoció".

Al contrario de Alfredo, Eduardo Vega es un joven de 23 años que afortunadamente no ha tenido ningún suceso lamentable. Explica sus razones "de un modo sencillito", como él mismo dice, pero fueron suficientes para mantenerlo fiel al programa desde los 19 años.

"Me mataba la curiosidad al ver a tanta gente del pueblo donando. Siempre era como una movilización. Quise saber. Con un poco de miedo pasé la primera, y desde entonces no he dejado de hacerlo".

Convencido de la importancia de su acto, no quisiera ser excepción entre los de su edad: "Es necesario sumar más jóvenes. Hoy la mayoría de los donantes son personas mayores que muy pronto no podrán seguir, y seremos nosotros quienes mantendremos un programa tan humano como este".

Sin escogerlos, encuestados en el orden que pasan al consultorio, todos traen un historial, más largo o más corto, de extracciones realizadas; algunos matizados por detalles pintorescos como el de Juan Aguilar, uno de cinco hermanos donantes, o el de Jorge Boza, miembro de un grupito musical que en ocasiones inauguraba las jornadas y ofrecía una actividad final.

La mayoría coincide en que algo de entusiasmo se ha perdido debido a cierta inercia de los CDR a nivel municipal. Otra cosa es que algunos planteamientos recurrentes del barrio, referentes al camino, el transporte, la parada del tren o la bodega, han sido poco atendidos. Enseguida se apuran a aclarar que nada podrá mermar la voluntariedad de sus actos, ni jamás pedirán a cambio, pero el reconocimiento y el estímulo propulsan hasta a la más desprendida de las causas, y no es bueno des-cuidarlos.

Entre tanto Tres Macíos, ese caserío de poco más de un millar de personas, que no figura con destaque en la cartografía provincial, sigue siendo ejemplar abanderado de un programa altruista.

Sus residentes, ajenos a la noticia de que el promedio de una donación por cada 6,4 habitantes es mucho mejor que el estándar fijado por la Organización Mundial de la Salud (uno por 19), continúan tranquilamente la cotidianidad del campo, como quienes ignoran que otros sobreviven mientras ellos pastorean o cosechan.

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