
Camagüey.— Tierra alfarera, de maravillas surgidas de la ar-cilla rojiza omnipresente en techos, pisos, vasijas, barrigudos tinajones y hermosas obras de arte.
Ciudad laberíntica en su centro más añejo, de calles angostas y encaracoladas, casi siempre prestas a abrirse paso hacia un peculiar entramado de bellas plazas y plazuelas.
Sitio privilegiado con un amplio y diverso repertorio de "iglesias torrenciales", cuyos al-tos campanarios semejan celosos guardianes de un patrimonio de reconocidos valores universales.
Joya de la cultura cubana, trabajada a través de los siglos con exquisitez de orfebre por el talento, la espiritualidad y el amor patrio de innumerables escritores, artistas e intelectuales.
Pueblo conocido por más de un gentilicio, quizás por su particular forma de ser y comportarse, sentido del orgullo y dignidad: camagüeyanos, principeños, lugareños, agramontinos...
Cuna de tempranos y probados sentimientos emancipadores, capaces siempre de anteponer la vergüenza y el honor al más mínimo síntoma de desánimo o derrotismo.
Cobijo de gente laboriosa y emprendedora que "ama y funda", salva, protege, restaura, enseña y lucha por una ciudad mejor para las presentes y futuras generaciones.
Eso y mucho más atesora la legendaria Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, el Camagüey de hoy, que este 2 de febrero, junto a toda Cuba, celebra sus primeras cinco centurias de historia.



















COMENTAR
Responder comentario