
La segunda Cumbre de la CELAC también ha estado arropada por el sonido de nuestras naciones. Desde un inicio, en la propia apertura, una suite de aires populares de la región recibió a los mandatarios visitantes.
Lo singular de la entrega de ese intenso y jubiloso recorrido por tangos y calipsos, reggaes y joropos, huaynos y tamborcitos, cumbias y merengues, con la marca de una guajira son en el estandarte, fue la juventud de sus protagonistas, estudiantes de la Escuela Nacional de Música, botón de muestra de la sólida formación que prevalece en el sistema de la enseñanza artística creada por la Revolución.
El espectáculo de gala, que preludió la recepción oficial de las delegaciones en el Palacio de la Revolución, disfrutado a lo largo y ancho del país, señaló hitos de la cultura musical y danzaria cubanas, asumidos por algunos de sus más rigurosos exponentes.
La excelencia de la Camerata Romeu, dirigida por Zenaida Romeu, la extraordinaria dimensión artística del maestro Frank Fernández, que con su pujante pianismo plasmó una danza de Ignacio Cervantes y luego, de su autoría, el Zapateo por derecho, y la refrescante estampa criolla de la compañía de Lizt Alfonso confirmaron el valor de la música como puente para hermanar pueblos.
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