En este minuto recuerdo el arranque de un memorable artículo de Martí, titulado Maestros ambulantes: «Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual, y la grandeza patria».
Cuando hoy miramos a nuestro alrededor, y vemos la tragedia sanitaria que vive el mundo, comprendemos que nuestras verdades esenciales son como ese mágico tornasol, ligero y fugaz, que una vez visto por siempre nos hechiza. Verdades para la inspiración y el orgullo y esa armonía que solo es posible en la espiritualidad.
Acabo de ver en la televisión el arribo de nuestros médicos que cumplieron misión en Andorra. Antes llegaron otros: de Italia, de Antigua y Barbuda, y en ellos he visto ojos húmedos. Son mujeres y hombres curtidos en la diaria pelea contra la muerte; pero ya sabemos que la grandeza patria es ese aletear de colibrí que aprieta el pecho, ensanchándolo.
Continúa el Maestro en su artículo: «Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos».
Somos un país generoso. Durante estos meses de enfrentamiento a la pandemia, 38 brigadas, conformadas por más de 3 400 profesionales, salieron hacia 31 países. Se unieron a los más de 28 000 colaboradores que, desde antes, ya estaban en 59 naciones. En ese tiempo, nuestros internacionalistas atendieron a más de 162 000 pacientes y preservaron más de 5 000 vidas.
Yo ahora recuerdo a los agoreros que en marzo nos anunciaron las peores calamidades. Profetizaban cientos de miles de infectados, miles de muertos; pero, casi cuatro meses más tarde, nuestro país amanece con todas sus provincias en fase recuperativa. La luz está delante, un resplandor que hoy ilumina los rostros.
Recuerdo también a quienes mordieron la mano tendida, y a los que aprovecharon el momento para reforzar un bloqueo que priva de recursos vitales; pero este país está inmunizado contra el virus del odio y sigue tendiendo la mano. Una y otra vez llega Martí para recordarnos las verdades esenciales: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso».
Ciertamente, no todo es júbilo. A pesar del titánico esfuerzo de nuestros médicos, y de la creatividad de nuestros científicos –que a lo largo de estos años han desarrollado fármacos de excelencia–, hemos lamentado la muerte de compatriotas. Ese dolor no se restaña.
También nos queda por delante la dura batalla de la economía. Pero, como siempre ha sido, en ese reto nuevamente estará alumbrándonos el genio de Martí: «La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro, y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo».
Hoy, no obstante, podemos tomarnos un minuto de respiro para el recuento que abona e impulsa. Hemos crecido, hemos hecho el bien. Con sano orgullo vemos cómo nuestra patria hoy deambula de maestra por el mundo, enseñando que lo más importante es la vida: otra verdad esencial que muchas veces se pretende ignorar. Y lo hace sin empaques ni estridencias; apenas con la caricia en los ojos, como corresponde a un ala de colibrí.
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Ramón. dijo:
1
3 de julio de 2020
03:11:52
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