De pronto, el Caribe con su intenso y arrollador ritmo, irrumpió, con danza y música, en la cotidianidad de tres importantes ciudades chinas del noreste: Mudanjiang, en la provincia más septentrional de Heliongjiang, la hermosa Changchun y la costera Dalian. Se trata del Ballet Español de Cuba, dirigido por el maestro Eduardo Veitía, que con su espectáculo Yo soy Cuba, desanda, desde hace más de 45 días, la singular geografía de este vasto territorio.
La tropa de bailarines, junto con el grupo musical Son D’Estilo, dirigido por el maestro Enrique Collazo, se enrumbó hacia el noreste del país. La escenografía natural de China es variada en cada región, con atractivos particulares, desde el punto de vista arquitectónico, la fisionomía de las personas debido a la pluralidad étnica…, pero algo es perenne: su belleza en cada latitud visitada, y la amabilidad de sus habitantes.
Esta es una zona de hermosos paisajes montañosos y grandes ciudades que hablan del desarrollo alcanzado, y aunque recuerdan que estamos en la tradicional China, toman un carácter, por momentos, cercano a Rusia, en lo arquitectónico, donde no faltan las iglesias ortodoxas, distinguidas por su verticalidad, colores brillantes y diversas cúpulas, sobre todo, la primera y la segunda; mientras que Dalian (la tercera) exhibe un toque más occidental, de contemporaneidad, con sus inmensos rascacielos. Todo ello juega con la historia de las regiones… Dalian, en el verano, con sus costas bañadas por el Mar de Bohai, suma algo especial. Nos trajo al gran azul, por primera vez, en mes y medio, que unido al fuerte sol, la brisa marina, el cielo sin nubes e intensamente claro, nos acercó, en la inmensa distancia, bañada también con nostalgia, a nuestra Habana, a Cuba.
En ese ambiente más parecido al nuestro, respirando el aire marino, junto al puerto, está enclavado el Centro de Convenciones, en el que se ubica el Gran Teatro de Dalian. Allí, como sucedió en todas las ciudades anteriores, la coreografía de Eduardo Veitía, Yo soy Cuba, con su magia, transformó el lugar. Irrumpen en la sala, como en las calles cubanas, dos pregoneros; los cantantes abren las puertas de la isla caribeña que aparece, entre bailes y músicas.
Cruzan, una tras otra las cinco escenas, repletas de colorido, de ambiente criollo: El bar, El solar, El malecón, El parque y El Carnaval. Cada una dibujando con el ritmo, la cubanía, la espontaneidad del espíritu nuestro, con lenguajes variados, permeados de notas que suenan a Cuba, retratos de La Habana que cobran verdadera vida con el quehacer de bailarines y músicos que todo lo dan en dos horas, para animar el paisaje nuestro a miles de kilómetros de distancia… Entre ese fulgor, emerge la historia.
Al final, la bandera tricolor pasea por la sala acompañada por los ágiles bailarines y, junto a ella, la china. Las ovaciones; el público contagiado por el ambiente del Caribe, que llena el espacio; el baile, el colorido de los trajes de Maray Pereda, la música trepidante del sonoro y cubano grupo Son D’Estilo refuerzan el nombre del espectáculo. Es un grito artístico que resuena como eco en el amigo país, es plural la alegría, la amistad hacia la lejana Isla.
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